Jóvenes bailando sobre el techo del Congreso Nacional en Brasilia. Multitudes rodeando la Asamblea legislativa de Río de Janeiro (Alerj). Ríos de gente dirigiéndose hacia el Palacio Bandeirantes (Parlamento del Estado de São Paulo). Miles de personas colapsando la gigantesca avenida Paulista. Banderas brasileñas. Máscaras de Anonymous. Gritos apartidistas. Eslóganes globales. “Somos el 99%”. Gritos locales. “Despertamos”. “Vem Pra a Rua”. Flores, muchas flores. No violencia casi generalizada. Y algunas escenas que los manifestantes querían evitar a toda costa: gases lacrimógenos, balas de goma, barricadas, fuego. Y una bomba casera explotando en las puertas de una Asamblea legislativa de Río de Janeiro (Alerj) absolutamente cercado.
Brasil explota. Hierve. Y en el país del fútbol nadie habla de la Copa de Confederaciones de la FIFA que se celebra en todo el país. ¿Qué está pasando en el gigante latinoamericano? ¿Cómo empezó la ya histórica jornada del #17J en Brasil?
16.00 horas. Largo de la Batata, São Paulo. La quinta gran manifestación contra el aumento de la tarifa del transporte urbano, convocada por el Movimiento Passe Livre (MPL), calienta motores. La expectativa es gigantesca. Más de 200.000 personas han confirmado presencia en el evento de Facebook. Hay manifestaciones convocadas en más de cien ciudades de Brasil. Y en más de cincuenta de todo el mundo. La jornada, además, comenzó con la cuenta de Twitter de la ultraderechista revista VEJA hackeada por Anonymous Brasil.
16.45 horas. Un anciano –mulato, pantalones rasgados– grita a un corro de jóvenes: “No son 0,20 centavos. Le han entregado a Eike Batista (el millonario más popular de Brasil) las llaves del estadio Maracanã”. Al lado, una joven sostiene un cartel: “El 99% exige: salud, educación, igualdad”. Hay flores. Y muchas banderas de Brasil. A Renato Rovai, director de la Revista Forum, no le cuadra algo: “Es un momento delicado. Algunos partidos van a intentar sacar provecho. Sospechamos que la derecha ha lanzado la consigna de las banderas”. La noche anterior, algunos activistas había pactado salir con banderas para protegerse de la policía (golpear a alguien con bandera nacional es ilegal). Sospechas aparte, Renato Rovai, un veterano periodista social, ve “algo nuevo”.
El clima no es el de una manifestación clásica de la izquierda militante. Mucho menos de la derecha. Hay muchos carteles contra la subida de la tarifa del transporte. Pero también muchos otros lemas: “Free Assange”, “Despertamos”, “El pueblo despertó”, “Occupy São Paulo”, “basta de impunidad”, “¿Hasta cuando será Brasil un país colonizado?”...
Se ven banderas de muchos colores. Pero casi ninguna de partidos políticos. De repente, un grito coral: “El pueblo no necesita partidos”. Y un gran silbido. El equipo de la Rede Globo, con su reportero estrella, Caco Barcellos, es recibido con gritos hostiles: “Fuera”, “abajo la Rede Globo”. André Deak, miembro de la Casa de Cultura Digital, también ve “movimientos raros de partidos políticos que van a querer apropiarse del proceso”. La marcha arranca. Música festiva. Más flores. Y un grito que se repite, remezclado con otros ecos: “Sin partidos, sin partidos”. Vera Pereira (48 años) y su hija Olivia (20 años) no están de todo de acuerdo. Pero están juntas. Cada una con una flor. La madre defiende el papel “de los partidos” en la democracia. Olivia discrepa. Se define como política, pero “apartidaria”.
Una manifestante usando la máscara de Anonymous, en el Largo da Batata (São Paulo). Foto: Bernardo Gutiérrez
18.00 horas. La marcha avanza hacia la avenida Faria Lima, nuevo epicentro económico de la ciudad. El 3G de los teléfonos móviles se atasca. Tampoco ha funcionado la estrategia para que los vecinos abran sus redes de WI-FI. Pero las noticias llegan boca a boca. Hay redada policial en la parada de Metro de Faria Lima. En Belo Horizonte hay 20.000 personas tomando las calles, dirigiéndose al estadio de fútbol Mineirão. Alguien cuenta en un corro que en Río de Janeiro hay 100.000 personas tomando la avenida Rio Branco. Sorpresa: más que en São Paulo.
De repente, el ambiente se encrespa. Un grupo de personas con máscara de Anonymous increpa a varios jóvenes que llevan la bandera del minoritario Partido da Classe Operária. “Oportunistas”, gritan. El grupo de pacificadores creado el día previo por el movimiento coral, plural y horizontal que está adhiriéndose a la manifestación entra en acción. Calma los ánimos. Y la noche cae. Y la mayor manifestación en las últimas décadas de São Paulo pierde su cuerpo, su forma, su rumbo. El Instituto Data Folha de São Paulo habla de 65.000 manifestantes. Pero todos los callejones que desembocan en la avenida Faria Lima están llenos. Son más. Muchísimos más.
Es un flujo constante. La multitud crece. Y, de golpe, se dispersa. Una columna se dirige a la marginal Pinheiros (la circunvalación que rodea una parte de la ciudad). Otra, hacia la más céntrica avenida Paulista, escenario de las escenas de violencia de las anteriores manifestaciones. Todos los boca calles están llenos. La ciudad está parada. Tomada. Betina Schimdt, una activista que trabaja por los derechos de los animales, resalta la transversalidad y horizontalidad de la manifestación: “El próximo paso es tumbar el Pacote de Aceleração del Crecimiento (PAC)” (un programa de grandes infraestructuras muy criticado por sus violaciones a los derechos humanos“).
El clima ha cambiado con respecto a las anteriores manifestaciones. Las televisiones de los bares son monocolores: #PasseLivre, manifestaciones. Hay programas especiales. La programación ordinaria de algunos canales se ha suspendido. Nada de telenovelas. El conservador diario O Globo se rinde ante el poder del ciberactivismo y a esa legión que en lugar de “palos y banderas”, usa “móviles e Internet”. Los medios resaltan el carácter pacífico de la revuelta. Y Lula, el popular ex presidente de Brasil, se manifiesta en su cuenta de Facebook. Frente a los que atacan la toma de las calles –muchos miembros del Gobierno del Partido de los Trabajadores y buena parte de la derecha– Lula defiende la revuelta brasileña.
¿Por qué explota una revolución aparentemente incomprensible en Brasil? ¿Por qué, justo ahora, unas semanas después de las revueltas de Estambul? ¿Hay alguna relación entre la explosión de la Primavera Árabe, el 15M, Occupy Wall Street y, #YoSoy132 o la primavera turca? “Todas estas revueltas tienen mucho una de otra. La nueva globalización no separa a los pueblos. Los indignados del 15M son vecinos del Passe Livre. Y eso es definitivo. Pero al mismo tiempo son revueltas con personalidades distintas”, asegura Renato Rovai, director de la Revista Fórum.
Según avanza la noche los hashtags más populares en Twitter de Brasil se parecen a algunos ya vistos en la que algunos llaman #GlobalRevolution: #PorUmBrasilOnde, #MudaBrasil, #GritaSemTerMedo. Y los que no se parecen en forma, sí lo son en contenido. Francisco Jurado, uno de los fundadores de Democracia Real Ya de España, comenta desde su cuenta de Twitter que la etiqueta #VerásQueUmFilhoTeuNãoFogeALuta le recuerda al #TomaLaCalle que desembocó en el movimiento 15M.
Sin embargo, una buena parte del establishment brasileño, no acaba de entender la revuelta. Continúan asociando apenas el levantamiento popular con la subida del precio del transporte urbano. Hacen, incluso, lecturas partidistas. Hace unos días, un exalto cargo del Ministerio de Cultura (MINC) comentaba a este periodista que las manifestaciones del Movimiento Passe Livre benefician al gobernador del Estado de São Paulo, Geraldo Alckmin, del centroderechista Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) en detrimento de Fernando Haddad, del Partido de los Trabajadores (PT).
En las calles y las redes, el clamor apartidista crece. Los gritos, como el del tuitero @Totters, son otros: “Somos 99% contra 1%” #verasqueumfilhoteunaofogealuta“. Un panfleto recogido en la manifestación de São Paulo, del colectivo Territorio Livre, resume bastante bien la nueva realidad social que está fraguando en red en Brasil: ”Algunos partidos ya intentan desviar el movimiento para sus propios intereses electorales oportunistas. Quieren transformar la lucha en la vieja disputa entre el Partido de los Trabajadores (PT) y el Partido de la Socialdemocracia Brasileira (PSDB)...“
20.52. Rio de Janeiro es una olla a presión. El solemne Teatro Municipal está absolutamente cercado. Pero la multitud tiene otro objetivo: la próxima Asamblea Legislativa de Río de Janeiro (Alerj). El clima, según la Rede O Globo, ha sido muy pacífico. Pero unas pocas personas intentan ocupar la Asamblea. Alguien tira una bomba casera en la puerta (vídeo). Empieza la represión policial. Persecuciones en las calles. Gas lacrimógeno. Heridos tumbados. La noche del #PasseLivre se desboca. Pero algo ha cambiado en Brasil en apenas una semana. El locutor del programa Cidade Alerta, de la conservadora Rede Record, habla con una lógica diferente. Critica la violencia, pero elogia la revuelta: “La gente no aguanta más. No hay transporte público. Está en juego el futuro de nuestros hijos. La educación es mala. No tenemos buenas pensiones”. Parece incluso que el status quo empieza a elogiar las protestas. ¿Qué está pasando en Brasil?
La noche avanza. El #PasseLivre ya no protagoniza la información. La revuelta parece ya otra cosa. Hace unas horas han hackeado la web del Mundial de Fútbol de 2014 del Gobierno brasileño. Anonymous ha invadido la cuenta de twitter de la mismísima Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, dejando un recado revolucionario. Dilma ha lanzado hace unas horas un comunicado respetando las protestas. La multitud ocupa los más de tres kilómetros de la avenida Paulista de São Paulo. Y se dirige hacia el Palacio dos Bandeirantes, sede del Gobierno del Estado de São Paulo. Los cientos de miles iniciales pueden ser ya millones de manifestantes.
La gran sorpresa de la noche llega en torno a las 21.00 horas. Una multitud ha escalado el techo del Congreso Nacional, en Brasilia. Bailan, gritan: “El movimiento apenas ha comenzado. Formamos parte de una lucha nacional, de una lucha mundial...”. Sus sombras gigantescas, ocupando la fachada blanca del edificio, se convierten en un auténtico viral en las redes sociales. ¿Quién habría pensado al inicio de la tarde que alguien iba a ocupar el tejado del Congreso en Brasilia?
Confusión. Caos. Emoción. La concentración frente al Palacio de los Bandeirantes en São Paulo acaba en confusión. En Belo Horizonte la Policía Militar termina usando gases lacrimógenos. Un periodista ha sido golpeado en Río de Janeiro por los manifestantes. Pero para los brasileños, incluidos los medios, todo lo anterior pasa casi desapercibido ante la magnitud del acontecimiento. Los brasileños sienten que el #17J es ya día histórico. Lo comparten en redes. Sueñan con algo diferente.
El periodista independiente Pedro Alexandre Sanches, en su blog, confiesa que lloró: “Lloré mucho cuando ganamos la avenida Paulista, la joya de la corona capitalista de la burguesía paulistana, paulista y brasileña. En las ventanas de los edificios de la Paulista se asomaba mucha gente y había sábanas blancas”.
Rodrigo Savazoni, jefe del Gabinete del secretario de Cultura del Ayuntamiento de São Paulo, comparte emocionado en Facebook un largo párrafo: “Es hora de sentir. De vivir. De participar. De compartir. Viví unos de los días más especiales de mi existencia”. ¿Hacia donde irá la revuelta brasileña que comenzó con la reivindicación del #passelivre? ¿Vivimos un nuevo episodio de la revolución global?
Los gobernantes de São Paulo se ha apresurado a marcar una reunión urgente con los movimientos de la ciudad para las próximas horas. El Movimiento Passe Livre ha convocado una nueva manifestación a las 17.00 horas en la plaza de la Catedral. Pero la revuelta de Brasil ha sobrepasado sus fronteras y peticiones iniciales. Parece otra cosa. Una nueva grámatica para leer la nueva sociedad. Renato Rovai, en un texto publicado hace pocas horas, lanza una previsión difusa. Quizá sea la más acertada: “Las calles pueden equivocarse, pero suelen dar buenos recados. Todavía hay tiempo para que esto sea otra cosa. No es una primavera brasileña. Pero puede ser. No es un Fuera Dilma, pero puede ser. No es contra Haddad (alcalde de São Paulo), pero puede ser. Y está casi todo siendo contra Alckmin, por lo que vi hoy”.
La vieja política intentará solucionar la revuelta usando las mismas reglas del juego. La revuelta, parafraseando el clásico Manifiesto Antropófago de Oswald de Andrade, evolucionará “perezosa en el mapamundi de Brasil”. Porque mientras la revuelta se ha extendido por 25 países, Brasil, el País Que Un Día Dejó de Hablar de Fútbol parece seguir flotando en aquel texto de 1928: “Fue porque nunca tuvimos gramáticas ni colecciones de viejos vegetales. Y nunca supimos lo que era urbano, suburbano, fronterizo y continental”.