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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Cuando el agua es inflamable: la segunda ciudad de Irak lleva desde los 80 sin poder beber del grifo

El verano pasado, la rica ciudad de Basora acabó en llamas. Tras meses de protestas ciudadanas que acabaron con al menos nueve fallecidos, una masa enfurecida prendió fuego al edificio del gobierno provincial, a las sedes de la mayoría de los partidos y milicias y al consulado de Irán, entre otros. Según los titulares de entones, los manifestantes de la ciudad, que acumula el 70% del petróleo que produce el país, se quejaban de la corrupción y la falta de servicios básicos. Tan básicos como que llevan desde los años 80 sin poder beber agua del grifo.

Aquel verano, la crisis acuática se agravó hasta el punto de que acercar un mechero al grifo era peligroso porque el agua, desafiando las leyes de la ciencia, se había vuelto inflamable. En 2018, las autoridades registraron 118.000 casos de personas hospitalizadas por síntomas relacionados con la calidad del agua, según informa Human Rights Watch en su infrome 'Basora sedienta'.

La situación en la ciudad, la segunda del país con más de cuatro millones de habitantes y una de las más ricas, es especialmente escandalosa y paradójica porque está bañada por el río Shatt al Arab, que nace de la confluencia entre el Tigris y Éufrates, cuna de la civilización conocida por la fertilidad de sus tierras.

La crisis del agua en la ciudad se remonta a los años 80. El control sobre Shatt al Arab fue precisamente una de las causas principales del estallido de la guerra entre Irán e Irak (1980-1988) y, como resultado, el río fue una de las principales víctimas, sobre todo en términos de contaminación.

“Los 58 residentes de Basora entrevistados por Human Rights Watch para este informe afirman que tanto ellos como otros residentes de la ciudad llevan sin poder beber o cocinar con agua del grifo desde los 80”, afirma la organización. Además, a partir de esta década empieza a reducirse el caudal del río por la construcción de presas y el riego intensivo en Irán, Siria y Turquía, así como por el cambio climático.

La guerra del Golfo de 1990-1991 también se libró cerca del río, lo que resultó en más contaminación de su caudal y más destrucción de infraestructuras. Las sanciones internacionales impuestas al régimen de Sadam Husein en esta década dejaron al país sin los recursos para invertir en la reconstrucción. No contento con ello, Sadam Husein decidió imponer un duro castigo a los habitantes de las marismas del río por apoyar un levantamiento contra el dictador y mandó a las grúas y excavadoras a secar la zona mediante la construcción de diques y trasvases. En unos pocos años, aquella tierra fértil llena de pescadores y ganaderos (considerada por académicos de la Biblia como el Jardín del Edén) se redujo al 10% de su tamaño original.

La invasión estadounidensde de 2003, la posterior guerra civil y el surgimiento de ISIS en los años posteriores también han colaborado con la mala situación actual. “La situación en Basora ya era mala en los 90. La guerra entre Irán e Irak había devastado la infraestructura de la ciudad y las posteriores sanciones impidieron acometer las reparaciones necesarias. La guerra de 2003 dañó todavía más la infraestructura y con el cambio de Gobierno surgieron fallas que han implicado que la relación entre las autoridades locales y federales desde entonces ha sido tensa”, señala a eldiario.es Belkis Wille, investigadora de Human Rights Watch para Irak.

Los peces sangraban por los ojos

La contaminación y los crecientes niveles de sal son los principales problemas de la calidad del agua. Los principales ríos del país han multiplicado por tres los niveles de concentración de sal en los últimos 50 años, según afirma Human Rights Watch en el informe. Además de la evaporación, el escaso caudal del río ha provocado un reflujo del agua del mar en el Shatt al Arab. El aumento de la salinidad del agua también ha golpeado severamente a la fertilidad del suelo.

“Cada año recogía el 50% de la cosecha del año anterior y en 2018 no sobrevivió prácticamente nada”, señala Jaafar Sabah. “En 2018, los niveles de sal eran tan altos que podía tocarla con mis propias manos. Me estoy muriendo de sed y mis hijos también. Ha habido cuatro casos de envenenamiento en mi familia, no tengo dinero y no puedo llevarlos al hospital”, añade.

Abd al-Raheem Abd al-Kareem Abd al-Waheed es otro agricultor de la zona: “Antes tenía 50 palmeras y aunque con los años sufrían todos los veranos, se recuperaban en invierno. Durante la crisis del año pasado murieron 41. Solo me quedan nueve y los dátiles que dieron esas nueve eran incomestibles, así que los tuve que tirar”.

Mehdi Abd al-Sayad, señala a Huamn Rights Watch que tenía una hectárea y media de tierra en la que tenía decenas de cultivos y animales. Antes de la crisis de 2018 tenía seis vacas, 20 pollos, 40 ovejas y una piscifactoría con 10.000 peces. Utilizaba el agua del río para regar sus cultivos y dar de beber a sus animales. A principios de la crisis, cuenta, las plantas empezaron a morirse y en un mes ya no quedaba ninguna. 14 pollos, 20 ovejas y todos los peces murieron. Los peces sangraban por los ojos, recuerda. Las vacas sobrevivieron, pero con problemas de slaud.

Según el Ministerio de Agricultura, en el invierno de 2008-2009, los agricultores en Basora utilizaban 38.607 hectáreas para sus cultivos, reduciéndose en verano hasta 11.393 hectáreas. Una década después (2017-2018) en invierno utilizaron menos de la mitad, 16.386 hectáreas, y en verano tan solo 3.237 hectáreas.

Tras la crisis de 2018, las autoridades iraquíes iniciaron una investigación del agua, pero no han hecho públicos los resultados. “Puede que las autoridades no hayan compartido las conclusiones de su propia investigación sobre la calidad del agua porque probablemente han encontrado varios contaminantes tan graves que tienen miedo a reconocerlo”, señala Willie.

¿Qué convirtió el agua del grifo en un producto inflamable? Según expertos consultados por Human Rights Watch esto podría ser el resultado de la presencia de metano en el agua, que puede proceder de procesos industriales y de la presencia de petróleo. Algunas algas sintentizan el petróleo y si el alga produce esteras gruesas, el metano del sedimento del fondo puede quedar atrapado y se acumula debajo del alga. En las condiciones adecuadas, el metano acumulado puede inflamarse e incendiarse.

Y mientras tanto, los residentes de la ciudad se ven obligados a comprar agua tratada. Según el Norwegian Refugee Council los habitantes de la ciudad en 2018 se gastaron un mínimo de 60 dólares al mes por familia en agua filtrada y entre otros 60 y 80 dólares al mes en agua limpia para la higiene personal, colada y otros usos. Otra ONG concluyó que el ingreso mensual medio a nivel nacional es de 410 dólares.

El esfuerzo económico por beber agua potable es evidente y el coste en la salud para quien no puede permitírselo, también.