La portada de mañana
Acceder
El jefe de la Casa Real incentiva un nuevo perfil político de Felipe VI
Así queda el paquete fiscal: impuesto a la banca y prórroga a las energéticas
OPINIÓN | 'Siria ha dado a Netanyahu su imagen de victoria', por Aluf Benn

Cinco rincones de Estambul donde se fragua el odio a Erdogan

Rincón 1. Una sastrería.

“Erdogan no es un dictador ni un fascista”. Lo dice Belgin Babalik, que regenta una sastrería en la parte europea de Estambul. En la mesa de luz, a su lado, su pareja marca con escuadra y cartabón las telas que luego habrá que recortar. La mira de reojo mientras ella habla. “La gente es muy exagerada; se puede estar en desacuerdo con él en muchas cosas, y yo lo estoy, pero desde luego decir que es un dictador… pues no”.

“Yo creo que el partido del Gobierno tiene muy claro cuáles son las reivindicaciones de esta protesta, simplemente está jugando a ganar los votos del ala más dura de la sociedad”, sigue hasta que su compañero no puede más y la interrumpe. “Pero si tiene al partido acobardado… Nadie en su partido, nadie en su gobierno, nadie en los medios de comunicación se atreve a decir determinadas cosas”, espeta sobre unas pequeñas gafas y con la cinta métrica sobre los hombros. “Tenemos discusiones sobre esto en casa, sí”, dice ella y ambos ríen.

Belgin no ha votado nunca a Erdogan. “Soy una persona progresista”, se define. “Pero también soy muy práctica: está claro que el Gobierno está haciendo bien algunas cosas muy importantes, está solucionando grandes problemas que tiene este país”. Entonces arquea la ceja derecha, mira a su pareja: “Pero claro… es que el estilo de Erdogan no es bueno… Aunque a veces pueda tener razón, cuando habla… la pierde”. Las decisiones de Erdogan son menos criticadas que Erdogan.

Rincón 2. Una reunión de hacktivistas.

Rincón 2. Una reunión de hacktivistas

Hay que atravesar una peluquería para acceder a una verja complicada de abrir. Luego unas empinadas escaleras y al fin la puerta, que se abre para mostrar una oficina luminosa, reformada a partir de un piso, prácticamente vacía. “Data nerd”, dice la camiseta del chico que abre la puerta. La reunión, en la que participan 7 personas, tiene un objetivo: conseguir que haya wifi en toda la plaza Taksim para que la gente pueda contar la experiencia y los posibles altercados a través de sus teléfonos móviles. La cobertura 3G, como suele ocurrir en estas grandes aglomeraciones, se satura a menudo.

Hay que comprar antenas, hay que hablar con los comerciantes de la zona que se han mostrado comprensivos con la movilización. Empiezan a dibujar diagramas en la pizarra blanca que preside la sala de trabajo. No avanzan mucho, pero tienen la ayuda de un informático tunecino que se ha desplazado, según nos cuenta, para echarles una mano con su experiencia en las revueltas de su país. La conversación al rato deriva en el eterno debate sobre la seguridad versus la difusión: cómo encriptar chats de Facebook, como tuitear desde identi.ca, cómo explicar a la gente lo que es una VPN…

La reunión la convocan miembros de una organización turca que trabaja por la libertad de expresión en Internet y contra la vigilancia de los gobiernos. “Es alucinante que hayan detenido a 24 personas por lo que han dicho en Twitter sobre la protesta”, dice Alí, uno de ellos. “¿Cómo puede ser delito alentar una protesta?”, se pregunta. “Los abogados nos han dicho que lo que están haciendo es coger los tuits más retuiteados e intentar localizar a sus autores cruzando los datos por ejemplo con Facebook”, explica. Ahora el taller no solo tratará de cómo usar el teléfono para cubrir protestas sino también de cómo no tener miedo a hacerlo.

Rincon 3. Una cafetería.

Rincon 3. Una cafetería.Compartimos mesa en una cafetería con Fatih, Nihal, Aley, Eren, Alp y Ayuse. Son trabajadores de Turckcell, la gran compañía telefónica turca, y han salido a media mañana de la oficina, en su momento de descanso. Les une la edad –todos tienen entre 26 y 32– pero también su actitud política sobre las protestas: “Somos como Clark Kent en Superman. Trabajamos en una empresa próxima al Gobierno.. y cuando salimos de trabajar, nos quitamos todo eso y protestamos”.

Ya que les pillamos en un bar, les preguntamos qué piensan sobre las restricciones a la venta de alcohol que están a punto de entrar en vigor. Comienzan a hablar atropelladamente y es imposible saber quién dice qué. “No te preocupes, estamos todos de acuerdo”, aclaran.

“Estamos hartos de que interfieran en nuestra vida para contentar a una minoría radical islamista”, dice uno de ellos para empezar. “Salimos de trabajar o los fines de semana y vamos a tomar cerveza o raki… ¿Qué hay de malo? No vamos a permitir que nos llamen alcohólicos por eso”, añade otro. Hay frases que a Erdogan no se le perdonan, como que implícitamente llamara “borrachos” a figuras muy importantes de la fundación laica de Turquía, como Mustafa Kemal Atatürk, omnipresente en cánticos y pancartas en la acampada.

¿Pero todo este lío porque no os dejan comprar bebida después de las diez de la noche en las tiendas? Tampoco es tan grave... “Es que son muchas cosas, que llevan acumulándose años.. y su actitud lo estropea todo”, contestan. “Además, que quieren prohibirnos comprar alcohol en un radio de 100 metros de escuelas y mezquitas... ¡pero si hay escuelas y mezquitas por todas partes!”.

Las mujeres de la mesa tampoco le perdonan a Erdogan que les diga cuántos hijos deben tener. “Nos ha dicho que debemos tener al menos tres”, explican. Y luego “tenemos que escucharle decir que besarse en público no está bien y que a ningún padre le gusta pensar que su hija va a estar en el regazo de ningún hombre”. En el fondo, hay un profundo conocimiento del personaje: “Este hombre nos da miedo, porque cada vez que abre la boca… lo que dice se convierte en ley. O le paramos a tiempo o seguirá recortando nuestras libertades”, sigue la conversación alrededor de la tarta de queso.

En Turquía hay dos frases compatibles y las dos surgen en la mesa. Una, que “en nombre del desarrollo económico, se está destruyendo todo”; otra, que “la parte radical está encantada”. Capitalismo religioso.

Rincón 4. Un bar de copas.

Rincón 4. Un bar de copas.

“Querer regular el consumo de alcohol ha sido el mayor error que ha cometido Erdogan en su vida”, dice Hakan, camarero en un bar de copas de Estambul. “La gente ha bebido durante cientos de años en libertad, sin reglas y ha demostrado que se puede beber responsablemente”.

Erdogan “quiere atraer el voto del islam más duro, pero yo no creo que él sea un verdadero musulmán, porque está usando el Islam en contra de la gente”, asegura Hakan tras la barra de su bar. Él es musulman y no bebe. “No tiene nada que ver con la religión; es que no me gusta. Pero no juzgo a la gente”.

Él insiste en la idea de que no se trata de que una medida concreta les cabree tanto que hayan explotado. “En realidad son 10 años llenos de gestos autoritarios. Si esta regulación del alcohol ocurre hace 20 años, si esas medidas hubieran sido graduales, pues probablemente la gente se habría adaptado. Pero es que es todo a la vez”.

Rincón 5. La terraza de un hotel de lujo.

Rincón 5. La terraza de un hotel de lujoDe pie, fumando ante la cristalera, encontramos a Burçak Desombre. Estamos en la última planta del hotel Marmara Taksim, un hotel de 5 estrellas con todos los lujos y unas vistas extraordinarias. Desde el restaurante se ve el Bósforo; desde el bar, se ve el parque Gezi. Burçak se caricaturiza como una “turca blanca”, nos dice. “Así es como nos llaman a los turcos que somos de clase acomodada, de educación en el extranjero”. En su caso, con apellido francés incluido y profesión a juego: “Soy asesora en el sector del vino”.

Y Burçak ha decidido que está con los manifestantes. “Vivimos en un país donde los medios de comunicación están al servicio de Erdogan. Hay periodistas en la cárcel, una acumulación de recortes de libertades y él lo empeora todo con esa lengua afilada que tiene”, dice. “Este es el grito de una generación ajena a la política que un día pierde el miedo y, cuando le lanzan una bomba de gas, la coge y la devuelve”, explica asombrada por la valentía de gente “tan joven”. Y resume la situación: “Veo a gente que no sabe nombrar exactamente qué es lo que busca, qué es lo que quiere, pero sí están seguros de que pueden conseguirlo”.

Sus reparos son más a medio plazo. “Si cualquiera de los grupos que hay aquí reunidos acaba quedándose con toda la potencia de este movimiento”, advierte, “quizá en 10 años estemos de nuevo en las mismas”. Burçak es especialmente cautelosa con los kemalistas. “No me gustaría que sustituyéramos un autoritarismo por otro diferente”.