Su reinado ha durado 15 primeros ministros de Reino Unido, de Winston Churchill a Liz Truss, otra docena de presidentes de Estados Unidos y media docena de papas. Silenciosa y formal, la reina ha estado presente en la vida y hasta en los sueños de los británicos en décadas de guerras, epidemias y escándalos de su propia familia. Reinó durante el declive del imperio y el ocaso de los símbolos colonialistas que rodearon el trono y sus cortesanos. Y logró mantener una rara popularidad desde una institución vetusta y criticada.
El reinado de Isabel II, que heredó el trono de su padre en 1952 cuando ella tenía 25 años, ha sido el más largo de la historia británica. En 2015, superó el anterior récord de la reina Victoria. El reinado más largo de la historia de cualquier país fue el de Luis XIV, que duró 72 años (aunque cuenta menos porque el francés heredó el trono cuando tenía cuatro años).
Fue coronada en una ceremonia que incluía barcos de guerra y cañonazos. La coronación fue retransmitida por televisión, entonces a su pesar, en uno de los primeros eventos globales en directo. En aquellos días se estima que se dobló el número de televisores en Reino Unido. No nació para ser reina (su padre accedió al trono después de la abdicación inesperada de su hermano), pero se convirtió en la monarca más reconocible y más fotografiada del mundo.
Cuando murió Jorge VI, el entonces primer ministro, Winston Churchill, de 77 años, recibió la sucesión como un mazazo, “la peor de las noticias”, según dijo, convencido de que la estabilidad del país durante la guerra se había mantenido gracias a su alianza con el rey. Sobre la entonces princesa Isabel, Churchill comentó: “Es sólo una niña”. El primer ministro había conocido a la futura reina en 1928, cuando ella tenía dos años.
Cuando le tocó dar la bienvenida al nuevo reinado en un discurso en el Parlamento, Churchill hizo una reflexión sobre la encrucijada de los tiempos y dijo que la nueva reina llegaba al trono “en un momento en el que la atormentada humanidad se encuentra entre la incertidumbre de la catástrofe mundial y una edad dorada”. Acabaron haciendo buenas migas y fue la reina la que se empeñó en que Churchill tuviera un funeral de Estado cuando murió.
Una joven política conservadora llamada Margaret Thatcher escribió que si el ascenso al trono de Isabel II eliminaba “el último vestigio de prejuicios contra las mujeres que aspiran a los puestos más altos, entonces una nueva era para las mujeres” estaría “al alcance”.
Eran años de cambio de un país que lentamente salía de la oscuridad de la guerra y que acabaría siendo una sociedad muy diferente de la que ella conoció de veinteañera.
“La monarquía heredada por la princesa Isabel en 1952 era un lugar casi inimaginablemente diferente del Reino Unido sobre el que todavía reinaba en su noventena”, escribe Andrew Marr en el libro Elizabethans, una historia del país a través del único reinado que ha conocido la casi totalidad de la población. “El Reino Unido de 1952 era una sociedad donde la gran mayoría de la gente sentía que tenía un lugar”.
Era una sociedad muy jerárquica, con centenares de clubes privados para hombres conectados con las universidades, el gobierno y la iglesia, abrumadoramente blanca y donde el periódico The Times llamaba a su sección internacional “imperial and foreign news”. Una sociedad desigual, pero en un país cuya economía se había recuperado de la guerra antes que otros europeos y donde el sector manufacturero estaba en su máximo esplendor mientras millones de trabajadores estaban afiliados a los sindicatos y eran habituales las visitas de los curas de la comunidad “no invitados, pero no inesperados”, según escribe Marr. También una sociedad de élite entregada a la monarquía y a su perpetuación.
Pero cuando llegó Isabel al trono algo ya estaba cambiando en la sociedad bajo la influencia de la cultura de Estados Unidos, impulsada por músicos y de políticos que estudiaban allí. También nuevas costumbres. Por ejemplo, Isabel canceló el baile de debutantes, uno de tantos ritos anticuados y machistas.
Algo de rebelde
Ella misma tenía algo de rebelde dentro de los estrechos márgenes de su familia, empezando por la elección de su pareja. Se casó con el griego-danés Felipe Mountbatten -expulsado de Grecia con el resto de la familia real cuando él tenía un año- y lo hizo en contra del criterio de sus padres, que preferían un aristócrata inglés con una familia más tradicional.
Los cortesanos seguían siendo un establishment poderoso, pero casi desde el principio la reina vivió las primeras críticas públicas. En 1957, un lord que se declaraba monárquico, John Grigg, escribió en su revista National and English Review que los discursos de la reina eran demasiado de “clase alta” y que debía hacer un esfuerzo por acercarse al pueblo que supuestamente quería reinar. Se quejó de que la reina fuera “incapaz de poner incluso unas pocas frases juntas sin un texto por escrito” y escribió que cuando hablaba parecía “una niña consentida de colegio”.
Grigg fue atacado por políticos, periodistas y el arzobispo de Canterbury. Un miembro de un club le abofeteó en la calle y un aristócrata italiano le retó a un duelo.
Pero el secretario de la reina quiso quedar con Grigg en privado para escuchar mejor sus argumentos y años después acabó dándole las gracias por su “gran servicio a la monarquía”. En diciembre de 1957, Isabel II dio su primer discurso navideño televisado y a partir de entonces se esforzó por ser algo más cercana en sus palabras y sus gestos ante el público. La televisión, según explicó ella misma, podía hacerla menos remota frente a los británicos y era “un reflejo de la velocidad a la que las cosas están cambiando a nuestro alrededor”.
Para algunos, cualquier avance era demasiado moderno. En 1965, fue criticada por darle la orden del mérito a los Beatles. Según Paul McCartney, la reina fue “adorable” en la ceremonia y se portó “como una madre” con ellos, aunque en 1969 John Lennon devolvió la condecoración como protesta a la guerra de Vietnam. McCartney, que parecía más fan, ha dicho varias veces a lo largo de los años que la reina “estaba buena”.
Los tabloides
La presión de la prensa evolucionaría con los años de manera mucho más dramática. Desde el desembarco de Rupert Murdoch en el Sun en 1969, los tabloides sólo han crecido en agresividad y obsesión con el sexo, los famosillos y la familia real. Y no sólo los tabloides. En 1995, un presentador de la BBC chantajeó al hermano de Lady Di para conseguir la entrevista donde la princesa reveló las infidelidades de su marido y las suyas propias. Después de esa entrevista, la reina escribió a Diana y Carlos pidiéndoles que se divorciaran.
La frialdad de la reina con sus hijos ha sido documentada como parte de su obsesión con el protocolo. En 1954, después de un viaje de seis meses, cuando vio por primera vez a su hijo Carlos, de cinco años, el niño se acercó corriendo a ella. Pero la reina lo interrumpió porque tenía que saludar antes a los políticos. “No, not you, dear” (“No, tú no, querido”), le dijo. Parece que Carlos lo recordaría muchos años después. Ese es el título del capítulo sobre su niñez en una de las biografías más completas sobre él.
La muerte de Diana en un accidente de tráfico en 1997 se convirtió en uno de los momentos más críticos para la familia real. Los tabloides clamaron contra la reina por su silencio inicial. Entre las críticas de la prensa, el aumento en las encuestas del porcentaje de las personas que creían que la monarquía debía ser sustituida y la insistencia de Tony Blair, la reina se decidió a homenajear a Diana y expresar alguna emoción charlando con las personas que iban a llevar flores en homenaje a la llamada princesa del pueblo.
Los escándalos y disgustos de sus hijos no se pararon con el príncipe Carlos. En 2022, tuvo que apartar al príncipe Andrés de la vida pública y quitarle parte de sus privilegios por las acusaciones de abusos sexuales a una menor (aceptó indemnizarla con un acuerdo extrajudicial), y la fundación de Carlos fue objeto de una investigación policial por tráfico de títulos nobiliarios a cambio de dinero.
Críticas a Thatcher
Las biografías sobre Isabel II suelen ser aburridas, entre otras cosas por la poca información disponible sobre sus opiniones. Se cuentan sus pocas intervenciones públicas expresando una opinión, casi siempre a través de otras personas. En algunos casos, en debates menores, como su oposición a que se filmara en Reino Unido en los años 70 una película danesa que quería tratar la vida sexual de Jesucristo. En otros, en asuntos esenciales para la vida del país, como el Brexit, al que supuestamente se oponía. Entre sus intervenciones indirectas más célebres están sus críticas a Margaret Thatcher por no apoyar el boicot de Sudáfrica por el apartheid.
Con Thatcher nunca se llevó bien y a menudo expresaba su frustración por los recortes o la poca “empatía” y falta de respeto que mostraba la primera ministra por las naciones de la Commonwealth, una de las obsesiones de la reina.
El papel de Isabel II, a medio camino entre la ceremonia y la asesoría, era difícil de definir hasta para ella.
En 2007, en una de las fiestas populares en el Palacio de Buckingham en verano, abiertas a grupos variados de ciudadanos y que suelen ser invitados por ser parte de un sindicato o una asociación civil, una mujer le preguntó: “¿A qué se dedica?” Años después, la reina dijo: “No tenía ni idea de qué contestar”, según cuenta el libro Elizabeth the Queen de la periodista Sally Bedell Smith, una biografía con información del entorno de la reina y sin el tono tan entregado de otras. La autora describe a Isabel II como “una gran actriz”, interpretando su papel.
Su poder en la práctica dependía de los primeros ministros y en al menos en una ocasión fue crucial en una elección, la del tory Harold McMillan. Su papel habitual era consultar y aconsejar. John Major describió sus audiencias semanales de los martes como “el diván de un psiquiatra”. El que más sesiones tuvo con ella fue Tony Blair. Un ex primer ministro le dijo al periodista Jeremy Paxman que su trabajo era “solitario” y que “un alivio” tener a alguien con quien hablar que le podía entender y “no filtrar a la prensa”.
De la reina, quedan pocas entrevistas y documentales, siempre con información muy controlada, pero también un diario, cuyos contenidos se conocerán dentro de unos años. Ella decía que era un “pequeño” diario. Entre los pocos fragmentos públicos está la descripción de la coronación de su padre en 1937: “Los arcos y las vigas estaban cubiertos con una especie de halo de maravilla”, escribió la entonces joven Isabel.
Sus intereses personales más claros eran los coches -la marcaron las semanas de formación en una escuela de mecánica en 1945- y los caballos, que montaba sin casco y con un pañuelo al viento. Le gustaba cuidarlos y verlos competir. Seguía montando en la novena década de su vida y pese a sus achaques. El príncipe Felipe resumió de manera directa los intereses de Isabel II: “Si no come hierba y se tira pedos, no le interesa”.
Cuando era presidente, Ronald Reagan comentó admirado su estilo después de cabalgar junto a ella en una visita al castillo de Windsor: “Ella sí que estaba a cargo de ese animal”.
El bolso
Su apariencia amigable y constante en la vida de los británicos estaba acompañada de sus idiosincrasias. Sus vestidos y sombreros monocolores, sus paraguas transparentes con una banda de color a juego con el traje, su gesto de poner siempre los pies en paralelo cuando estaba de pie -un truco para no cansarse y distribuir el peso de manera equilibrada- y su bolso de mano. En el bolso, según Elizabeth the Queen, llevaba gafas de ver de cerca, caramelos, un boli, billetes de cinco y de 10 libras doblados para las donaciones en la iglesia y un enganche de succión para colgar el bolso debajo de la mesa si hacía falta.
Su sentido del humor se convirtió en un arma de imagen pública que aprendió a cultivar en público con los años, como mostró con el vídeo con el osito Paddington, otro vetusto símbolo del país, para celebrar sus 70 años en el trono, entre las celebraciones del pasado junio.
“El secreto de la monarquía no es para nada un secreto. Es simplemente su familiaridad. La reina Isabel ha pasado de joven vulnerable a venerable abuela de la nación delante de los ojos de sus súbditos”, escribe Jeremy Paxman en On Royalty.
En esas décadas, la sociedad de Reino Unido se ha convertido en una mucho más diversa y compleja mientras han cambiado las costumbres que ya no encajan con las palaciegas. El príncipe Harry y su esposa Meghan Markle se marcharon del país en parte por la presión de los tabloides y en parte por la actitud racista que destilaba el mundo cortesano. Sus quejas expusieron la cerrazón y el racismo del establishment británico, y no sólo de la realeza. La reina también fue parte de decisiones controvertidas, como resistirse hasta el último momento a apartar a su hijo Andrew después del escándalo de sus relaciones con menores y el millonario y explotador sexual Jeffrey Epstein. Pero Isabel II logró salir en gran parte indemne de las críticas y escándalos de su familia.
Símbolo en pandemia
Con la pandemia, se convirtió de nuevo en un símbolo. A veces por su soledad, como la que mostraba sentada sin ningún acompañante en el funeral de su marido, en abril de 2021, durante la segunda primavera de restricciones para contener los contagios. En un momento de incertidumbre, sus discursos fueron más escuchados.
El 5 de abril de 2020, la reina Isabel dio su cuarto mensaje a la nación fuera del vídeo navideño habitual. Lo grabó un solo cámara de la BBC, enfundado en un equipo de protección personal, en el palacio de Windsor. Mientras la reina hablaba, el entonces primer ministro, Boris Johnson, estaba internado y conectado al oxígeno en un hospital de Londres por una infección de coronavirus.
“En los años venideros todo el mundo podrá estar orgulloso de cómo respondió a este reto”, dijo la reina. “Los que vengan después de nosotros dirán que los británicos de esta generación fueron tan fuertes como cualquiera, que los atributos de autodisciplina, resolución con buen humor y de empatía mutua, todavía caracterizan a este país. El orgullo en lo que somos no es parte de nuestro pasado. Define nuestro presente y nuestro futuro”. Isabel II contraería el virus casi dos años después, aunque con un cuadro menos grave pese a sus 95 años gracias a la vacunación.
Después reconoció que la enfermedad la había dejado especialmente cansada. En el último año su agenda pública ha sido muy limitada. Entre sus pocas actividades públicas en el 70 aniversario de su reinado, inauguró una nueva línea del metro de Londres, la Elizabeth Line, que parece un viaje al futuro en comparación con el envejecido sistema de transportes de la ciudad.
Su última labor pública fue despedir a Boris Johnson y recibir a la nueva primera ministra, Liz Truss, y lo hizo en el castillo de Balmoral, en Escocia, su lugar favorito como amante del campo. Esto rompía la tradición pero ya no se podía trasladar a Londres por el deterioro de su salud. Johnson y Truss, dos políticos muy impopulares, están muy lejos de los niveles de aprobación que tenía Isabel II.
Truss ahora se declara monárquica, pero hizo uno de sus primeros discursos cuando era una joven liberaldemócrata, en 1994, pidiendo la abolición de la institución.
El futuro de la monarquía no está tan claro más allá de la popular figura de Isabel II. En su 80 cumpleaños, en una pieza laudatoria sobre su labor pública y su capacidad política, el Guardian también escribió: “Vamos a desearle un muy feliz cumpleaños a la reina. Y, cuando ya no esté, enterremos esta absurda institución”.
Isabel II nació el 21 de abril de 1926 en Londres y murió el 8 de septiembre de 2022 en Balmoral (Escocia), a los 96 años.