Isaías Barreñada, experto de la UCM: “Israel ha quedado desnudado. Ni es una democracia, ni su Ejército el más moral del mundo”
Doctor en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid, Isaías Barreñada es un referente académico en España en el ámbito del conflicto israelopalestino. El Magreb y el Sáhara Occidental también forman parte de sus áreas de investigación, a las que se dedica desde su puesto de codirector del Grupo de Investigación Complutense sobre el Magreb y Oriente Medio, un equipo multidisciplinar de especialistas en Relaciones Internacionales, Ciencias Políticas, Historia y Estudios Árabes e Islámicos adscritos a esa universidad.
Desde la capital española, sigue con atención los hechos que siguieron al ataque perpetrado por Hamás el pasado 7 de octubre y que considera los más relevantes desde la nakba (catástrofe, en árabe) de 1948 –cuando más de 700.000 palestinos fueron expulsados de sus casas por la creación del Estado de Israel– o la Guerra de los Seis Días de 1967 –en la que Israel ocupó Gaza y territorios de los vecinos árabes–.
Usted ha dedicado media vida a analizar el conflicto más enquistado del mundo. ¿Pensó alguna vez que veríamos morir de hambre a la gente en Gaza?
Partimos del error de presuponer que las barbaridades del pasado, como las de las guerras mundiales, las matanzas de la región africana de los Grandes Lagos o las de Yugoslavia no se van a repetir, pero después los hechos nos demuestran lo contrario. La singularidad de Gaza es que es un territorio cerrado, no hay escapatoria posible, es una destrucción sistemática, arrinconando y desplazando continuamente a la población, y que se agrava con una utilización de la ayuda humanitaria de manera selectiva, en el fondo, política. Se inspecciona, se retiene y se acumula para su distribución, lo que depende de Israel, que la requisa. Creo que esa situación no hubiera cabido en ningún estudio de perspectivas.
Se parece a lo que podríamos llamar una estrategia de necroayuda, un término equivalente a la necropolítica, es decir, gestionar la vida de otros bajo una estrategia de colonización o dominación. Se utiliza para doblegar y también para presionar a los vecinos. Es lo que Israel le está diciendo a Egipto: “Si te parece escandalosa la situación en Gaza, abre las puertas y acógelos tú” [a los palestinos], pero recordemos que como potencia ocupante Israel tiene la obligación de atender las necesidades básicas de la población ocupada y, aunque en Gaza no haya habido presencia militar israelí desde el año 2005, jurídicamente sigue siendo la potencia ocupante.
¿Qué papel tiene Egipto en lo que está pasando en Gaza?
Por un lado ha sido cómplice en la contención de los palestinos, recordemos que lo mismo que hay un muro en Cisjordania, hay otro en la frontera entre Gaza y Egipto. Su discurso es: “Nosotros defendemos los derechos nacionales del pueblo palestino, pero no los queremos en el Sinaí. No vamos a pagar la limpieza étnica de Israel en Gaza”.
Por otro lado está la cercanía, no sólo porque Hamás sea en Palestina una derivada de los Hermanos Musulmanes egipcios, sino también por la percepción en las calles de los países árabes y también a escala internacional de que la resistencia palestina tiene su razón de ser, su legitimidad. Eso no significa que necesariamente apoyen los atentados contra civiles, sino que entienden que los palestinos son un pueblo colonizado que ha sido llevado al extremo y que es legítimo que se subleve.
La calle sigue recordando que Israel es un proyecto estatal de origen colonial, que la población autóctona ha pagado las consecuencias y que no hay visos de un arreglo de paz y justicia si no se tiene eso en cuenta.
La extrema derecha israelí habla sin tapujos de hacer en Cisjordania lo mismo que en Gaza...
Lo que ha hecho Israel es elevar a una fase superior la violencia estructural que lleva practicando, no sólo con la ocupación, sino incluso antes de la creación del Estado. La violencia que está empleando entronca con esa violencia colonial donde nosotros (israelíes) somos los civilizados y ellos (palestinos) los bárbaros.
De hecho, el eje de la última propuesta del plan del [primer ministro Benjamín] Netanyahu para el día después en Gaza es que la defensa de Israel lo justifica todo; pero el derecho internacional y, en concreto, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) dicen que no se justifica legalmente.
En el dictamen de la CIJ sobre el muro en Palestina del 2004, se dice en el punto 137 que Israel no puede esgrimir una justificación de autodefensa para llevar a cabo operaciones militares en los territorios ocupados. De hecho, las dos ideas del plan del Gobierno israelí son fundamentalmente eso, Israel se arroga un derecho incuestionable a mantener la seguridad en la Franja y condiciona la reconstrucción a la desmilitarización y a la desradicalización, es decir, a la erradicación de Hamás. Esa es su única obsesión ahora mismo.
Va a haber resistencia siempre, con esos mismos actores o con otros. Mientras haya una situación de dominación colonial, habrá resistencia
¿Y es posible erradicar a Hamás?
Militarmente Israel tiene capacidad de arrasar Gaza y de infligir un golpe terrible a la resistencia, pero hacer desaparecer a Hamás es inviable, porque es mucho más que sus formaciones armadas o militares: es una organización política y está presente allí donde haya palestinos, ya sea en Gaza, en Cisjordania o en los campos de refugiados de la diáspora.
Desde la década de 2000 participa en el juego político institucional y en las elecciones municipales y parlamentarias, donde ha tenido unos resultados incuestionables. Por un lado, tiene legitimidad interna. Por otro, es una de las expresiones de la resistencia armada. Incluso, añadiría una tercera dimensión, aunque no es exclusiva de Hamás, sino más bien de los Hermanos Musulmanes palestinos, y es esa enorme base social ligada a entidades sociales, culturales, religiosas que estructuran, vertebran la vida cotidiana de los palestinos.
Por mucho que erradiquen a los grupos combatientes en Gaza es muy difícil que se produzca esa supuesta 'desradicalización', como la ha llamado Netanyahu. Va a haber resistencia siempre, con esos mismos actores o con otros. Mientras haya una situación de dominación colonial, habrá resistencia.
En Cisjordania, Hamás es ahora más popular que antes del 7 de octubre, según las encuestas.
Hamás ha tenido una mayor implantación en Gaza, pero en Cisjordania también está presente. De hecho, gran parte de la represión israelí va dirigida contra ellos y hasta Israel le exige a la Autoridad Nacional Palestina que lo controle [en el territorio que administra].
Cisjordania es una dimensión importantísima por distintos motivos. Uno, porque hay un contacto directo, cotidiano, físico con los colonos israelíes. Más de 700.000 viven allí y comparten carreteras con los palestinos, hay puntos de fricción, pero la resistencia palestina en Cisjordania es distinta a la que hay en Gaza, no lanza proyectiles sobre las ciudades, es de otro tipo.
Lo que ha sido novedoso en los últimos años es que los colonos han empezado a entrar en los pueblos palestinos, quemando casas, decenas de vehículos, etc. Esa violencia va en aumento y es consentida e, incluso, alimentada por el actual Gobierno israelí. Yo no auguraría que en Cisjordania fuese a producirse el próximo estallido, pero hay una violencia continua, también colonial, que ya ha dejado más de 400 palestinos muertos desde octubre.
¿Y en Jerusalén?
Hay una dimensión específica en Cisjordania que es la realidad de Jerusalén, a su vez muy compleja e imbricada. Lo que ha ocurrido allí es una desarabización durante los últimos 50 años a través del desplazamiento, la limpieza étnica por barrios, calles y casas, que inevitablemente generan las bases de una resistencia civil no violenta, pero que obviamente puede estallar en determinados momentos.
No obstante, la realidad es que cada vez hay menos palestinos y la comunidad internacional es perfectamente consciente de eso. ¿Puede Israel conseguir su objetivo? Quizá en 50 años, si va erosionando a toda esa población palestina, que es la del arraigo, pueda lograrlo, pero también está el sumud (perseverancia, en árabe), es decir, la voluntad de los palestinos de resistir con la afirmación de la vida cotidiana.
Si te arrancan los olivos, sigues plantando. Si te impiden cosechar, asumes las pérdidas y al año siguiente lo intentas [de nuevo]. Que te destruyen la casa, la reconstruyes; que te expulsan, vuelves a ocupar el territorio. Es decir, esa tenacidad por mantenerse en el lugar forma parte de la vivencia palestina bajo ocupación. Y lo han demostrado en Gaza, en Cisjordania, en Jerusalén y en las regiones de mayoría palestina dentro de Israel.
Israel puede ganar la guerra militar, pero ya está perdiendo la guerra política
¿La guerra de Gaza es un punto de inflexión para Israel y su posición internacional?
En las primeras semanas o meses, yo no me atrevía a considerarlo como un punto de inflexión, pero cinco meses después del inicio de la guerra, creo que estamos viviendo una etapa fundamental en la cuestión israelopalestina, con tanta importancia como fue la Nakba en el 48 o la ocupación del 67.
Una de las dimensiones más importantes que ha reaparecido es el componente colonial de esta cuestión. Israel, que había logrado una especie de coraza de alianzas, de connivencias, de complicidades que le habían permitido moverse con cierta impunidad, está viendo cómo eso está siendo puesto en cuestión. Por ejemplo, la Unión Europea es incapaz de tomar posiciones comunes, pero algunos Estados pueden y están empezando a dar pasos que, sin ser atrevidos o sustanciales, apuntan a un tipo de relación distinta con este conflicto.
Por primera vez estamos viendo a Israel denunciado en foros o tribunales internacionales. También a una comunidad internacional que, aunque no sea capaz de dar pasos, está horrorizada y así lo manifiesta. Israel puede ganar la guerra militar, pero ya está perdiendo la guerra política.
Entonces, ¿por qué Israel sigue actuando con ese grado de violencia e impunidad?
La violencia con la que está actuando Israel está orientada a crear hechos consumados irreversibles que obliguen a considerar en una nueva etapa algunos de sus postulados. Es decir, Israel sabe que su discurso victimista [tras el atentado del 7 de octubre] ya no vale. Ha quedado totalmente desnudado. Ahora ya es evidente que lo que defiende es otra cosa. No es una democracia ni su ejército es el más moral del mundo.
Su discurso es: “Somos capaces de hacer barbaridades, las estamos haciendo y hemos creado una realidad sobre el terreno que obliga a abordar el futuro de una forma distinta y no es la del derecho internacional o la de los derechos del pueblo palestino”. Diría que estamos ante el inicio de la desintegración del proyecto estatal israelí. No digo la desaparición del Estado, eso es una elucubración, pero sí que Israel como cierto tipo de proyecto nacional estatal está tocado en su esencia.
¿En qué situación queda la minoría árabe-israelí tras lo ocurrido?
Aunque supone el 20% de la población de Israel, ha sido cada vez más arrinconada. Tras 1948, el proyecto estatal israelí no se hizo de forma inclusiva, por tanto siguen siendo percibidos como un cuerpo extraño dentro de Israel y ahora están pagando las consecuencias.
Una de las primeras cosas que hizo el Gobierno israelí [tras el 7 de octubre] fue prohibir cualquier signo de solidaridad con Gaza. Fue un mensaje no para los pacifistas israelíes judíos, sino fundamentalmente para los palestinos de Israel. Ha habido un reforzamiento de la represión a cualquier tipo de manifestación de solidaridad con Gaza e Israel sigue percibiéndoles como uno de los riesgos internos que tiene el proyecto estatal. Sin embargo, ya no estamos en 1948 y ahora no puede echarles, aunque algunos partidos lo pretendan.
El conflicto no va a terminar si se mantiene una situación de apartheid dentro del propio Estado de Israel
La solución de los dos Estados vuelve a estar sobre la mesa, ¿será posible después de la guerra?
Vuelve a cometerse el mismo error: la cuestión palestina va más allá del derecho de los palestinos a decidir si quieren tener un Estado y establecerlo en Cisjordania y Gaza. Incluye, entre otras cosas, el derecho de los expulsados a retornar a sus lugares de origen o a ser compensados. Y hay una tercera dimensión: el conflicto no va a terminar si se mantiene una situación de apartheid dentro del propio Estado de Israel. Imaginemos que finalmente hay un mini Estado palestino con el que Israel puede vivir en paz pero, si al mismo tiempo se sigue discriminando al 20% de su población precisamente porque no es judía, el conflicto no terminará. Por tanto, deben abordarse las tres dimensiones. La cuestión palestina es mucho más que la estatalidad.
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