Tras años en el ostracismo ante el carácter sagrado de la monarquía alauí y el control que esta ha ejercido sobre el mundo religioso desde la independencia, los vientos de cambio en el mundo árabe y la descomposición del sistema de partidos históricos han situado al islamismo en la primera línea de la actividad política de Marruecos.
El nombramiento como primer ministro de Abdelilá Benkirán, líder del principal partido islamista marroquí, el Partido de la Justicia y el Desarrollo (PJD), hace un año, pareció seguir la estela de otros países de la zona, que dieron paso a gobiernos de barbudos tras las protestas que finiquitaron el statu quo de la Guerra Fría en la región. Pero ahora el regreso de la inestabilidad a Túnez y Egipto reaviva las dudas sobre el futuro de su pariente magrebí.
“Al igual que en Egipto, el Gobierno del PJD se va a quemar día a día, teniendo que adoptar medidas impopulares, mientras que los que están detrás de la escena no se queman en ningún caso”, opina Jesús Núñez, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH). “Lo que ocurre es que, aunque saliera bien la jugada y Benkirán se quemara, sigue estando Justicia y Espiritualidad”.
La organización islamista ilegal pero tolerada Justicia y Espiritualidad aguarda su momento alejada de la trituradora vida parlamentaria. Es la fuerza opositora al régimen con mayor capacidad de movilización social y posee, según los expertos, una base social mucho mayor que el gobernante PJD.
Por otra parte, completando este particular espectro político islamista, Marruecos no ha sido inmune a la expansión del salafismo por el norte de África. Si bien la presencia del salafismo en la vida política es marginal, células armadas fueron capaces de perpetrar atentados como el de Casablanca en 2003 y el más reciente de Marrakech en 2011, que conmocionaron a un país hasta entonces alejado de estas formas de islamismo violento y fundamentalista. Además, se ignoran aún las consecuencias que puede tener para toda la zona la guerra de Malí y la expulsión de las milicias yihadistas de sus bastiones en el Azawad.
“Existe inquietud respecto al futuro, pero hoy por hoy los salafistas son actores poco significativos. El salafismo rigorista choca con la sociedad marroquí, que, como en el Magreb en su conjunto, es fundamentalmente suní, de rito malikí, de los más tolerantes dentro del islam”, apunta Núñez.
Un invitado incómodo
Lejos de la interpretación salafista del islam se encuentra Justicia y Espiritualidad, el movimiento de raíz sufí creado por el jeque Abdeslam Yasín en 1981. Entre sus pilares se encuentra el rechazo a toda forma de violencia y la purificación de la sociedad marroquí librándola de la corrupción.
“El sistema está totalmente podrido”, afirma rotundamente Mohamed Salmi, miembro de la secretaría política de Justicia y Espiritualidad. “Nosotros trabajamos para aplicar la religión para conseguir un cambio positivo en la sociedad”, agrega durante una entrevista en la sede nacional de la asociación en la ciudad de Salé.
El movimiento creado por Yasín ha sufrido desde su fundación un fuerte hostigamiento por parte del régimen que ha ido decayendo conforme avanzaba el proceso aperturista y se incrementaba el peso de los islamistas. El enfrentamiento entre Justicia y Espiritualidad y la monarquía se explica por la negativa de la asociación a aceptar la concentración de poderes en el rey, en especial el religioso. El título de “Comendador de los Creyentes” que ostentan los monarcas alauíes los consagra como descendientes directos del profeta Mahoma. Según Salmi, “el liderazgo religioso debería dejarse a cargo de los especialistas religiosos en vez de Mohamed VI”.
El posicionamiento respecto a esta cuestión es precisamente la principal diferencia entre los dos principales movimientos islamistas de Marruecos. Mientras los seguidores de Yasín se ven relegados a la clandestinidad, el partido en el Gobierno, el PJD, acepta el carácter religioso del trono. “Justicia y Espiritualidad no es tanto un partido político con pretensión de conquistar el poder como de transformar una sociedad”, argumenta Núñez. “El grupo plantea un debate distinto al del PJD, que es más pragmático y de orden partidista”.
Pese a ser una asociación no reconocida por la ley y, por tanto, carente de una cifra oficial de militantes, pocos dudan en Marruecos de que Justicia y Espiritualidad es el movimiento político con mayor base social del país. El carácter casi mítico del jeque Yasín, presentado como defensor de la justicia social y de la lucha contra la corrupción, ha otorgado un gran prestigio a la organización. Además, las redes de auxilio social sostenidas por el movimiento, que sustituyen al Estado allí donde este no llega, le han granjeado un amplio respaldo popular. Las estimaciones sobre el número de miembros varían entre los 40.000, según fuentes oficiales, y los 200.000, según fuentes afines a la asociación.
El papel clave de Justicia y Espiritualidad en los círculos de oposición al régimen quedó retratado tras su abandono a finales de 2011 del movimiento que abandera en Marruecos las protestas nacidas al calor de la primavera árabe, el conocido como 20 de Febrero (20F). Las manifestaciones que recorrieron el país bajo la insignia del 20F sufrieron una gran pérdida de adeptos cuando la asociación islamista decidió oficialmente retirarse de las protestas. Desde entonces, el 20F ha quedado reducido a un pequeño número de jóvenes universitarios de corte laico y progresista incapaces de canalizar el descontento del marroquí de a pie.
“Estamos por un cambio radical”
La muerte del fundador Yasín en diciembre de 2012 ha abierto una incógnita en el futuro del islamismo político en Marruecos. La organización sufí ha reaccionado rápidamente designando a Mohamed Abadi como guía espiritual y a Fatalá Arsalane como encargado del aparato político. Esta bicefalia ha sido entendida por muchos como un paso más en la transformación de Justicia y Espiritualidad en un partido político. De consumarse esta posibilidad, que aún queda lejos por la resistencia de la asociación a aceptar el liderazgo religioso del rey, el panorama político marroquí daría un vuelco.
“Nosotros estamos por un cambio radical, verdadero. Hasta ahora, el cambio en Marruecos no ha tocado más que a la fachada. La corrupción continúa, el sistema es el mismo”, asegura un efusivo Salmi. “Respecto al futuro, nosotros tenemos las mismas posturas sobre el régimen. Nuestros principios son los mismos, no cambian. Estamos por la apertura, por el diálogo, por trabajar con los demás respetando la diversidad y los derechos humanos. Estamos por la democracia”, concluye.
Del mismo modo que en el resto del mundo árabe, el islamismo político está en auge en Marruecos. Gracias a una amplia organización de base y a un discurso que conecta con las aspiraciones de las mayorías sociales árabes, organizaciones como los Hermanos Musulmanes en Egipto o Ennahda en Túnez han sido capaces de llenar el vacío de poder tras las revoluciones de 2011. El hábil régimen alauí, capaz de esquivar su caída gracias a la puesta en marcha de un tímido proceso de apertura, tendrá que lidiar ahora con un contexto regional adverso que potencia la tendencia alcista del islamismo político marroquí. El PJD y, sobre todo, Justicia y Espiritualidad tienen en su mano la llave del futuro político de Marruecos.