Seis de la tarde frente al centro comercial de Issy-les-Moulineaux, en las afueras de París. Marco sostiene un taco de octavillas y charla con otros dos jóvenes mientras esperan a los demás en esta calurosa tarde de junio. “¿Es aquí para el reparto de panfletos?”, pregunta con timidez un chico que se acerca al grupo. Van incorporándose a cuentagotas, a medida que salen de trabajar o terminan de estudiar. En cuestión de media hora, ya son una veintena. Muchos no se conocen, pero están aquí para lo mismo: tocar las puertas de los votantes para convencerles de que se inclinen por el Nuevo Frente Popular, la coalición de fuerzas de izquierda que se presenta a las elecciones legislativas.
Un joven alto y con camiseta negra levanta la voz. “¿Quién ha hecho un puerta a puerta alguna vez? Que levante la mano, no hay de qué avergonzarse”, dice. Solo unos pocos lo hacen. El líder del grupo pide a los nuevos que se junten con los veteranos y formen grupos de cuatro para abarcar el máximo número de edificios posible. Da una breve formación. “Lo importante del puerta a puerta es que las personas sientan que las toman en serio. Es decir, que vienes y les entregas el programa de la candidata”, explica, antes de contar algunas técnicas para poder acceder a los portales, como esperar a que alguien abra la puerta. Se asegura de que todos tengan folletos con el rostro de Cécile Soubelet, la candidata del Nuevo Frente Popular en esta circunscripción de los Altos del Sena, una de las 577 en juego en estos comicios a dos vueltas.
Los grupos de voluntarios, a los que un poco más tarde se une Soubelet, se dispersan en diferentes direcciones. Varios entran en un gran complejo residencial cercano compuesto por un bloque de viviendas sociales frente a otros edificios. Nina, que tiene 25 años y estudia un doctorado en ingeniería, nunca había tenido contacto con la política. También es la primera vez que Théodore, que tiene la misma edad y vota en este distrito, se lanza a llamar a puertas desconocidas para pedir el voto a algún partido.
A ambos les preocupa la posibilidad de que la extrema derecha de Agrupación Nacional, el partido de Marine Le Pen, llegue al poder. Tras el resultado histórico en las europeas del 9J, las encuestas vuelven a perfilar al partido ultra como favorito en la primera vuelta del próximo domingo.
“Sentí que tenía que hacer algo más que votar”, dice Théodore, que decidió venir este jueves con su hermana. “Me preocupa el futuro de la población no blanca y extranjera. Para mí no va a ser difícil, pero para ellos, sí. También, lo que otros países van a pensar de nosotros, de un país que se vuelve racista”, agrega el joven, que estudia un doctorado en física.
Puerta a puerta
A Nina y Théodore les acompaña Benjamin, que a sus 23 años lleva la voz cantante. Llama al telefonillo del portal, pero no siempre hay suerte. Algunas veces no hay respuesta al otro lado. Otras se despachan con un “no, gracias” antes de colgar. Una vez dentro, la frialdad es la misma. “Hola. Siento las molestias, es solo para hablar dos minutos de las elecciones legislativas”, repite Benjamin de carrerilla tras tocar el timbre. Cada crujir de la madera cuando una puerta se abre porque un vecino accede a escucharles es una pequeña victoria. Benjamin intenta entablar una conversación, pero muchas veces la gente solo coge el folleto, da las gracias y vuelve a cerrar.
En otro bloque, Cécile Soubelet se cruza con una vecina que se percata de que es ella. “Estaría bien que ganaras”, le dice. “Ni un solo voto a Macron”, le suelta otro hombre del edificio, que confiesa que en caso de un duelo entre Agrupación Nacional y la coalición del presidente francés, prefiere abstenerse.
Una mujer con un vestido azul abre la puerta de su casa. Cuenta que tiene cuatro hijos e insiste en lo mucho que le inquieta el poder adquisitivo, la preocupación número uno de los franceses que está centrando la campaña y Le Pen se esfuerza en explotar. “Soy abuela por partida doble, cobro 1.700 euros y pago 600 euros de alquiler. Cuando bajas al Alcampo, ya no podemos comprar carne”, dice, tras ponerse las gafas para leer las propuestas de la coalición progresista. “¿Te imaginas pagar 125 euros por la luz? A fin de mes, ¿qué queda? Nada. ”Yo no tengo estudios. No me avergüenza decir que he pedido créditos para dar de comer a mis niños y llegar a fin de mes. Estoy pensando en usted, no se preocupe“, le dice a la candidata a diputada en la Asamblea Nacional. ”Nunca votaré a Macron“.
Una iniciativa ciudadana
En esta cita electoral se espera un notable incremento de la participación con respecto a los comicios de 2022. “Hay un 20% que saben que van a votar pero que no saben el qué. Nosotros buscamos este 20% de personas indecisas y también a los abstencionistas”, dice Aitana Pérez, una joven valenciana que vino a estudiar ciencias políticas en Sciences Po y ha trabajado como asesora parlamentaria. “Algunos tienen muy claras las razones y no van a hacerlo, por mucho que hablemos con ellos. Y hay otros que sí que están abiertos a la discusión y quienes salen convencidos de que tienen que votar a la izquierda”.
Pérez forma parte del grupo de 20 amigos que decidió poner en marcha la plataforma Circos Pivots. Lo hicieron en cuanto Emmanuel Macron decidió disolver la Asamblea Nacional tras el batacazo en las urnas el pasado 9 de junio. Su objetivo compartido era frenar el ascenso de la extrema derecha con “acciones de terreno”, como repartir folletos o ir puerta a puerta, para poder hablar directamente con los potenciales votantes. “Podría decir que más o menos el 90% de las personas que ‘militan’ con nosotros nunca lo había hecho antes. Es gente que simplemente se ha sentido superpreocupada por la situación política del país y se ha lanzado a la calle tratando de hacer algo. Hay gente que está imprimiendo sus propios panfletos descargados de Internet y repartiéndolos. Hay gente que está escribiendo cartas a sus vecinos en los buzones, o pegando carteles que imprimen en la calle”.
El espíritu de la iniciativa ciudadana, una de las muchas que han germinado durante la campaña electoral relámpago en Francia, es colaborar con los equipos de los candidatos del Nuevo Frente Popular. Es el caso de Marco, de 20 años, que milita en el Partido Socialista (PS) aquí, en Issy-les-Moulineaux. Este estudiante de geografía en la Universidad de la Sorbona en París afirma tener confianza, aunque reconoce que el escenario de una victoria de la coalición progresista es difícil. “Tal vez la extrema derecha gane con poco avance. Estamos haciendo todo lo que podemos”. Cuenta que, para él, es importante que el partido ultra no llegue al poder porque su madre nació en Argelia y vino a Francia cuando era muy pequeña. “No fue francesa toda su vida. Empezó a serlo a los 18 años y me parece estupendo que haya tenido la oportunidad de serlo. Soy francés y no quiero que nos quiten eso”.
Aitana y sus amigos crearon un grupo de WhatsApp y lanzaron una comunidad que llegó pronto a los 2.000 miembros. “Después de la acogida masiva que tuvo, fuimos lanzando más comunidades, cada una con 20 circunscripciones”. Ahora están movilizándose en 60 distritos y esperan poder abarcar 100 la semana que viene, tras la primera vuelta. Ya son 4.000 personas en toda Francia.
Como el sistema uninominal hace que en cada una de las circunscripciones se elija a un diputado, identificaron distritos electorales estratégicos, que pueden cambiar con un puñado de votos –aquellos en los que la izquierda ganó o perdió por poco en las últimas legislativas– y se concentraron en ellos.
Issy-les-Moulineaux es uno de estos territorios. Aquí, Cécile Soubelet se bate en duelo con un peso pesado de la escena política francesa actual, el primer ministro, Gabriel Attal. Hace dos años, el líder macronista sacó menos de 6.000 votos a la candidata socialista, que entonces se presentaba con la coalición progresista Nupes. Desde entonces Attal ha tenido un ascenso fulgurante dentro del Gobierno.
“Me siento como David contra Goliat”, reconoce Soubelet en el patio del complejo de viviendas. “Él está aquí en la circunscripción una, dos o tres horas. Y después, en la televisión”, dice, a pocos minutos del comienzo del segundo debate televisado de la campaña. A su lado, Théodore confiesa entre risas que está cansado tras su primer día de puerta a puerta, que apenas ha durado una hora.
“Esta es una circunscripción muy especial porque está muy cerca de París y el coste de vida aquí es muy alto”, explica la candidata sobre el municipio en el que vive desde hace 15 años. “El 50% de los habitantes son puestos ejecutivos y el 50% son trabajadores. Así que se juega al centro”.
La naturaleza de estas elecciones complica cualquier pronóstico. La política socialista sostiene que “todo puede pasar”. “Attal es mi adversario. Mi enemiga es la extrema derecha. Nunca podría haber imaginado que pudieran estar en el Gobierno. Este año es el 80º aniversario de la liberación del país y es como si la historia se repitiera. Mi abuela fue deportada al campo de concentración de Ravensbrück. durante la Segunda Guerra Mundial. Esa es mi fuerza, no pueden pasar”, sostiene Soubelet. ¿Qué le pasó a su abuela? “Era de la resistencia. La deportaron los nazis porque repartía panfletos”, responde, levantando un puñado de folletos con el lema 'unidos para vencer a la extrema derecha'.