Kamala Harris, fiscal, vicepresidenta y pionera que puede volver a hacer historia
Aquel domingo de julio por la mañana que cambió su destino y tal vez el de Estados Unidos, Kamala Harris acababa de hacer tortitas para sus sobrinas y se estaba sentando con ellas para hacer un puzzle en su casa en Washington. Entonces sonó el teléfono: era el presidente Joe Biden para decirle que se iba a retirar de la carrera y que la iba a apoyar a ella como candidata. “¿Estás seguro?”, preguntó Harris, según contó ella.
Se pasó el resto del día haciendo llamadas. A los líderes del Congreso, a Barack y Michelle Obama, a sus posibles rivales en el Partido Demócrata, a donantes clave. Cuando llegó la noche, había hecho más de 100 llamadas y no le había dado tiempo de quitarse los pantalones de chándal y la sudadera de su universidad que llevaba cuando hacía las tortitas.
No habían pasado ni dos días cuando había conseguido el apoyo de la mayoría de los delegados que tenían que elegirla en la convención demócrata de Chicago unas semanas después. En pocas horas, decenas de miles de personas se registraron como voluntarias para su campaña, miles asistieron a llamadas de Zoom para recaudar dinero y la depresión de los demócratas de las últimas semanas se convirtió en entusiasmo. Y era solo el principio. Ningún político había recaudado en tres meses más de 1.000 millones de dólares, como hizo ella entre julio y septiembre. A principios de agosto, le había dado la vuelta a la intención de voto, de una derrota casi segura a una carrera ajustada, pero con opciones de ganar. Su salto en el índice de popularidad, después de ser una vicepresidenta impopular, es sólo comparable al del presidente George W. Bush tras los atentados del 11-S.
Harris es la misma persona que hace un año, políticos, comentaristas y varios medios cuestionaban para las elecciones presidenciales de 2024. Entonces algunos pedían abiertamente un cambio, pero no el de Biden, sino el de quien le acompañaría.
Incluso políticas influyentes como Nancy Pelosi y Elizabeth Warren parecían esquivas a la hora de apoyar a la vicepresidenta y se repetían las críticas a su supuesto perfil bajo o a sus escasas aportaciones en la gestión de la inmigración. Esto se mezclaba con ataques sobre el tiempo que dedicaba a cuidar de su pelo o el tono de su risa. Harris se defendió en algunas entrevistas, pero hasta este verano los mismos que la habían atacado no cambiaron de opinión.
“Nunca subestimes a Kamala Harris”, decía a elDiario.es unas horas antes de la renuncia de Biden Dan Morain, biógrafo de Harris, periodista y editor durante años en Los Angeles Times. “Ella es una política consumada. Se presentó y ganó tres carreras estatales en California. Este es un estado de casi 40 millones de personas. Y fue fiscal general de California, es decir, fue jefa del segundo departamento de Justicia más grande del país después del Departamento de Justicia de Estados Unidos. Es una operación enorme y ella la supervisó durante seis años. Y fue una de los 100 senadores estadounidenses. Ella es diferente de todos los que la precedieron y por eso la subestiman. La gente que subestima sus habilidades ha perdido contra ella”.
La campaña de Trump nunca estuvo en realidad entre quienes la subestiman visto el foco que habían puesto sobre ella para desacreditarla desde hacía meses. Uno de los aspectos que temía el candidato republicano era la capacidad inquisitorial de la antigua fiscal. El temor parecía justificada vista la victoria de Harris en el debate presidencial de septiembre reconocida hasta por los más fieles partidarios de Trump. El candidato republicano no quiso repetir rompiendo la tradición de otro debate en octubre.
El interrogatorio
La mayor parte de su carrera, Harris ha sido fiscal, primero de San Francisco y luego de todo el estado de California. Ella fue la primera mujer elegida como fiscal general. Los interrogatorios, frecuentes en el Senado de Estados Unidos, por las investigaciones y audiencias continuas, la hicieron famosa en la escena nacional y han cincelado su imagen desde que fue elegida en 2016. Entonces fue la única senadora negra y la segunda en toda la historia del país.
Harris demostró en la escena nacional cómo ponía en apuros a hombres del partido rival y no solamente. En marzo de 2018, durante una audiencia en el Capitolio, la entonces senadora Harris preguntó una y otra vez, de manera directa y cortante, al fiscal general Jeff Sessions si se había reunido con empresarios rusos durante la campaña presidencial de 2016. Después de varias evasivas, Sessions elevó la voz y dijo, casi suplicando: “No soy capaz de acelerar tan deprisa, me pone nervioso”.
Unos meses después, Harris interrogó al aspirante a juez del Supremo Brett Kavanaugh con el mismo estilo: una sola pregunta corta y directa, interrumpiendo al interrogado que divagaba sin contestar. Kavanaugh acabó perdiendo los nervios en esa audiencia, gritando y llorando.
En uno de los primeros debates de las primarias demócratas de 2020, el momento más exitoso de la fallida campaña presidencial de Harris fue cuando acorraló a Biden por haber elogiado a senadores racistas y por haberse opuesto a aplicar en todo el país la práctica de llevar escolares de barrios más pobres a barrios más ricos para integrar los colegios, que incluso después de que fuera ilegal seguían segregados por raza. Harris estudió en la segunda clase integrada de su colegio en California, y ella iba en autobús cada mañana a un barrio más rico y más blanco que el suyo. “No creo que seas racista, pero…”, le dijo a Biden en ese debate. Biden, tras sufrir en la respuesta, acabó cediendo su turno: “Se me ha acabado el tiempo”.
Pese a ese desencuentro público, Biden la eligió como vicepresidenta después de una campaña de presión de varias organizaciones de activistas afroamericanas que apostaban por Harris. En aquella campaña a las presidenciales de 2020, muy limitada por el COVID y sus restricciones, acabaron haciendo una pareja que funcionó a ojos de los votantes.
Harris llegó a la vicepresidencia con una imagen de mujer combativa todavía poco frecuente en la política de Estados Unidos, un país en que hace una década Michelle Obama era caricaturizada como “una mujer negra enfadada” y donde Hillary Clinton luchaba constantemente por suavizar su imagen (uno de los momentos que la ayudó en las primarias demócratas de 2008 que acabó perdiendo fue cuando se le saltaron las lágrimas en un acto electoral).
Como vicepresidenta, Harris también ha cometido errores que Morain reconoce de su época de California, como no contestar a las preguntas de los reporteros o negarse a tomar partido.
“No tomaba posiciones sobre temas que estaban en primer plano y el público podía insistir con razón en que ella tomara posiciones. Hace lo mismo en Washington”, dice Morain. “Al mismo tiempo, toma posturas sobre temas que ella elige y sobre los que otros políticos no toman postura. En California, tomó una postura bastante audaz contra la industria tecnológica”.
Harris lo hizo para que Facebook y otras redes se responsabilicen del contenido que publican y que no estén protegidas contra cualquier demanda. También plantó cara a los bancos, incluso en contra de la Administración Obama, para que pagaran más por sus prácticas irregulares durante la crisis financiera causada: los bancos acabaron compensando al Estado con el pago de 20.000 millones de dólares en lugar de los 4.000 millones que iban a pagar.
¿Qué ha cambiado?
Harris no ha insistido en su momento de pionera como posible primera presidenta que Hillary Clinton tenía tan presente. No ha organizado para la noche electoral una concentración de seguimiento debajo de un techo de cristal ni se ha rodeado de mujeres vestidas del blanco símbolo de las sufragistas, como hizo Clinton en 2016. Solo una minoría dice que el género es un problema, si bien Harris todavía no está tan asociada con la idea de “fuerza” como su rival, según las encuestas.
“El elemento más histórico para ella sería convertirse en la primera mujer presidenta. Estados Unidos está muy por detrás de muchos países del mundo que considera que son sus pares y han elegido mujeres para los cargos ejecutivos más altos. Es una tragedia e injusticia que la Presidencia de Estados Unidos haya sido un patriarcado y haya excluido a la mitad de nuestra población”, explica a elDiario.es la historiadora Barbara Perry, de la Universidad de Virginia. “Las mujeres constituyen más de la mitad del electorado y de la población estadounidense. Solo logramos el derecho de voto en 1920 a nivel nacional”.
Según Kelly Dittmar, profesora de Políticas de la Universidad Rutgers y directora de investigación en el Center for American Women and Politics, que hace el seguimiento más completo de las candidatas en el país, la misoginia es difícil de medir, aunque “algunos votantes” rechazan su ambición o consideran que “su tono es amenazante aunque realmente no lo sea… sobre todo por los estereotipos que hay sobre las mujeres negras en Estados Unidos”.
Lo primero que dijo Trump en 2020 al conocer la elección de Harris como candidata a la vicepresidencia fue que la senadora fue “nasty” (“cruel” o “desagradable”) con el juez Kavanaugh. Pero en la campaña republicana ya preocupaba la nueva fuerza en la campaña de Biden contra Trump y contra su vicepresidente Mike Pence. En esta campaña de 2024, Trump ha ido mucho más lejos en sus insultos contra Harris, a quien se niega a llamar por su apellido y solo se refiere a ella como “camarada Kamala” pronunciando mal su primer nombre. Trump ha repetido en campaña que es “retrasada mental”, “tiene un coeficiente intelectual bajo” y es “mala”. Harris, después su larga carrera legal y política, es percibida como “más inteligente” por la mayoría de los votantes.
El contraste no podía ser más grande este año. Harris, de 60 años recién cumplidos, tiene la fortaleza y la frescura que le faltan a su contrincante. Una de las armas de doble filo para una campaña es que era menos conocida que su rival.
Una identidad compleja
A ella no le gusta la comparación, pero en algunos aspectos, Harris se parece en términos políticos a Barack Obama, con quien mantiene una relación estrecha desde que él se presentó al Senado en 2004. Uno de los puntos que tienen en común es una experiencia personal más multicultural e internacional que la mayoría de sus colegas en Washington. Ambos crecieron personal y políticamente lejos de la capital.
Harris nació en Oakland, en el norte de California, de padres inmigrantes que después de unos años en Estados Unidos se convirtieron en profesores universitarios de éxito. Entre finales de los años 50 y principios de los 60, su padre emigró de Jamaica y su madre, del sur de India; se conocieron como estudiantes en Berkeley. Su madre, Shyamala Gopalan, fue la que educó casi en solitario a sus dos hijas, Kamala y Maya, tras divorciarse cuando ellas eran pequeñas. Gopalan llegó a ser una reputada investigadora del cáncer de mama. Las tres vivieron también en Montreal, en Canadá, por el trabajo de la doctora en un hospital allí.
Como Obama, Harris tiene una identidad racial más compleja que la de muchos afroamericanos: su madre era india, aunque en los años 60 había poca sutileza en California y la consideraban parte de la comunidad afroamericana. Harris la define como “brown” (“marrón”, el adjetivo que se utiliza a menudo en Estados Unidos para incluir a latinos, asiáticos y otras personas de distintos orígenes dentro de la enorme diversidad racial del país). Gopalan dijo que estaba contento de criar a “orgullosas mujeres negras” con la ayuda de la comunidad que la ayudó cuando estaba sola.
Kamala Harris se educó en colegios donde la mayoría de los estudiantes eran blancos hasta que fue a la Universidad Howard de Washington, que nació como otros college para acoger estudiantes afroamericanos. Durante su carrera, también ha escuchado comentarios de que no es “suficientemente negra”, como le pasó a Obama. Durante su campaña en las primarias de 2020, un rapero dijo que los afroamericanos nunca votarían por ella e incluso la atacó por estar casada con “un abogado blanco rico”, Doug Emhoff.
La identidad racial compleja no evitó que su familia sufriera la discriminación en la California de los años 60, entonces un estado muy conservador. Harris recuerda cómo en su comunidad se reían del “acento fuerte” de su madre o lo identificaban con una menor inteligencia, y cómo desconocidos asumían que su madre era la limpiadora en lugar de la profesora universitaria.
Shyamala Gopalan, que murió en 2009 y ha sido su punto de referencia, le enseñó que “el hecho de que algo sea difícil no es una excusa aceptable”, según cuenta Harris en Nuestra verdad, su autobiografía/libro de campaña. La familia se integró de la mano del activismo de los derechos civiles. Uno de los lugares que cita Harris sobre su infancia es Rainbow Sign, un centro cultural negro de Berkeley de los años 70 donde recuerda el impacto que le causó la cantante Nina Simone.
Todavía hoy Harris está acostumbrada a explicar su propio nombre (se pronuncia “KÁM-ala” o, como ella dice, “como el signo de puntuación” en inglés, es muy común en India y significa “flor de loto”). También está acostumbrada a que sea motivo de desconfianza y de mofa.
La primera “rellena-el-espacio”
Cuando le preguntan cómo es ser “la primera”, Harris suele bromear con que suele ser “la primera 'rellena-el-espacio'” en varias categorías y contesta con que “un hombre” también podría hacer su trabajo. Ha sido la primera vicepresidenta de Estados Unidos. También la primera persona india-estadounidense en ocupar la posición. Su marido también es el primer “segundo caballero” de Estados Unidos. Si fuera elegida, sería la primera presidenta del país.
Harris tiene en común con Obama y con Biden es su moderación y pragmatismo político, y ahora se identifica más con el centro del partido. En algunos asuntos ha modificado sus posiciones hacia la izquierda por la influencia de políticos como Bernie Sanders y Elizabeth Warren, pero no aspira a la revolución. “No estoy intentando reestructurar la sociedad. Sólo estoy intentando atender a los asuntos que le quitan el sueño a la gente”, dijo en una entrevista en el New York Times.
Como fiscal de California entre 2011 y 2017, persiguió con dureza delitos que llevaron al encarcelamiento masivo de hombres negros y defendió considerar una falta de los padres las ausencias escolares de los hijos. Uno de sus peores momentos en los debates de las primarias de 2020 fue cuando no fue capaz de defender por qué había sido tan dura castigando con penas de cárcel la tenencia de marihuana.
Como candidata, ha hecho una campaña centrista, mientras más estadounidenses la definían como “demasiado de izquierdas” que los que definían a Trump como “demasiado de derechas”. Defiende continuar con la expansión del gasto público y el Estado del bienestar de la Administración Biden, luchar hasta donde pueda por proteger el derecho al aborto y ofrecer vías para la ciudadanía a personas indocumentadas que lleven años viviendo en Estados Unidos, aunque también más deportaciones y seguridad en la frontera. “Desde que Harris lleva en política, le ha motivado menos la ideología y más la ambición práctica de ensanchar el perímetro del poder, de meter dentro a los que están fuera, incluyendo ella misma”, escribe Evan Osnos, periodista y biógrafo de Biden en la revista The New Yorker.
La brecha
La brecha de género entre hombres favorables a Trump y mujeres favorables a Harris solo ha crecido en estas elecciones. No se trata del género que pueda movilizar a una parte de votantes, sino de los debates sobre los derechos de las mujeres al aborto, el acceso a los anticonceptivos y a la fertilización in vitro.
En esta campaña, Harris ha dado voz a uno de los asuntos que más movilizan a las votantes demócratas y parte de las tradicionalmente republicanas desde que la sentencia del Tribunal Supremo de 2022 anuló la protección nacional al derecho al aborto que daba la sentencia de Roe v. Wade desde 1973 por el voto de la mayoría conservadora y en contra de la opinión pública estadounidense.
“Harris ha sido más clara sobre la defensa del derecho al aborto que cualquier otro candidato presidencial en la historia de Estados Unidos. Y en parte eso se debe a que es un tema ganador para los demócratas. A los demócratas les ha ido bien en todas las elecciones desde la caída de Roe, en parte debido a su defensa del derecho al aborto”, explica a elDiario.es Lisa Lerer, periodista del New York Times y autora del libro The Fall of Roe (“La caída de Roe”).
Consejos de Sarah Palin
La vicepresidenta ya está acostumbrada a lo que supone ser una mujer en un cargo público y a sufrir comentarios sobre su aspecto o sus relaciones.
Su amigo Obama dijo en un evento público en 2013 que era “la fiscal general más guapa” de Estados Unidos y animó a que la audiencia la jaleara por ello (luego la llamó para pedirle perdón). Harris ha recibido ataques hasta en esta campaña después de una larga carrera por la idea de que ella medró por su breve relación amorosa en los 90 con Willie Brown, poderoso político local de San Francisco que fue mentor de varios candidatos, incluido el actual gobernador de California, Gavin Newsom, y a Nancy Pelosi, la expresidenta de la Cámara de Representantes.
Los ataques con referencias sexuales contra ella llegaron hasta el mitin del Madison Square Garden de Trump hace unos días, cuando uno de los teloneros del candidato republicano, un empresario, dijo que los “chulos” de Harris iban a “destruir” el país. Seguidores de Trump han llamado durante toda la campaña prostituta a Harris sin que ningún portavoz ni el candidato les desautorizara. La candidata ha preferido no responder a los insultos y, en público, no ha aparecido amedrentada por los estereotipos sexistas y racistas sobre ella.
“Como decía mi madre, nunca dejes que otras personas decirte quién eres. Diles tú quién eres. Nunca lleves como un peso personal tu capacidad de soñar y de aspirar a lo que quieras hacer basado en las habilidades limitadas de otras personas para ver quién puede hacer qué”, dijo Harris en mayo de este año, cuando todavía no era candidata a presidenta, en un evento organizado por un instituto de estudios asiático-estadounindeses. “A veces, la gente te abre la puerta y te la deja abierta. A veces, no, y entonces tienes que tirar abajo esa jodida puerta”. Harris soltó una carcajada, pidió perdón por el taco y se volvió a reír.
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