Joe Biden ha escogido a la senadora californiana Kamala Harris como su candidata a vicepresidenta. Con su elección, Biden eleva a una de sus principales rivales durante las primarias demócratas y sitúa, por primera vez, a una mujer negra en la candidatura presidencial de uno de los dos grandes partidos. Puede parecer un gesto audaz para el momento que vive en EEUU: una mujer de color, hija de inmigrantes, contra un presidente racista y misógino como Trump. Sin embargo, la realidad tiene bastantes más matices.
Kamala Harris se ha unido en los últimos meses a los manifestantes que protestaban por la muerte de George Floyd y se ha declarado “harta” de tener que explicarle a los blancos lo que es el racismo, como si no llevaran toda la vida viviendo entre sus excesos. Sin embargo, aunque Trump ya le ha dado la bienvenida a la batalla electoral hablando de su “izquierdismo radical”, en ella esa etiqueta suena casi tan vacía y artificial como en Joe Biden.
Harris ha construido su carrera política sobre la base de su larga experiencia como fiscal en California. Durante ese tiempo, los activistas que batallan contra el racismo en el sistema judicial no vieron en ella una aliada, sino más bien lo contrario. En las primarias demócratas fue acusada de no haber hecho nada para anular sentencias consideradas racistas, no haber apoyado la despenalización de delitos menores por los que se condena desproporcionadamente a negros e hispanos y haber dificultado investigaciones de violencia policial.
Tampoco es como si Kamala tuviera problemas en declararse moderada: durante las pasadas primarias demócratas era la primera en reconocer que, a diferencia de Bernie Sanders o Elizabeth Warren, no perseguía cambios fundamentales para el país. “No intento reestructurar la sociedad, solo encargarme de los problemas que mantienen a la gente despierta en mitad de la noche”. Harris ha sido definida una y otra vez por los que mejor la conocen como “práctica” o “no ideológica” y no parece que vaya a tener muchos problemas para adaptar su discurso a la identidad centrista de su nuevo jefe, Joe Biden.
Joe Biden y Kamala Harris: de rivales a aliados
Es curioso que los momentos más brillantes de la candidatura presidencial fallida de Kamala Harris fueran precisamente aquellos en los que más dura se mostró con Biden. En uno de los debates reprochó al hoy candidato demócrata las “dolorosas” alabanzas que había dirigido a políticos racistas que habían basado “su carrera en la segregación racial”. También le puso en problemas al recordar su pasada oposición al traslado forzoso de alumnos entre colegios para asegurar la integración racial. Explicó lo beneficioso que había sido para una niña de su ciudad y añadió: “Y esa pequeña niña era yo”.
El repaso que le dio Harris a Biden en aquel debate se tradujo en un aluvión de donaciones y hasta venta de merchandising con sus fotos de niña, pero sentó francamente mal a su entonces rival. La esposa de Biden dijo que había sido “como un puñetazo en el estómago”, aunque desde entonces Harris ha participado en actos con el matrimonio. Su designación como candidata a vicepresidenta es la prueba de la reconciliación definitiva, pero es seguro que a Kamala le preguntarán una y otra vez durante esta campaña si mantiene sus palabras de entonces.
Como mujer afroamericana, en este momento de gran tensión nacional, es probable que Kamala Harris sea el rostro de la campaña demócrata para hablar de brutalidad policial o racismo institucional, pero también de las acusaciones de abuso sexual contra Joe Biden. A cambio, la senadora recibe la gran oportunidad política de su vida. Además de la posibilidad de ser vicepresidenta, puede recibir un premio extra: en el entorno del candidato, que va a cumplir 78 años, se ha hablado de la posibilidad de que si gana permanezca en el cargo solo un primer mandato. Esto dejaría a Harris en una situación envidiable para convertirse en la primera mujer presidenta de EEUU.