Laboratorios secretos y conspiraciones biológicas en la guerra rusa de propaganda
Una vez que George Bush y Dick Cheney decidieron en 2002 invadir Irak, el camino más recto para justificar la guerra fue denunciar el arsenal prohibido en poder del régimen de Sadam Hussein. Incluía la fabricación de armas químicas y biológicas y un programa de armas nucleares que podía estar cerca de alcanzar su objetivo. Las tres afirmaciones eran falsas. También se sostuvo que la inteligencia iraquí tenía contactos desde años atrás con Al Qaeda. Esa premisa también era falsa.
Las autoridades rusas están aplicando un manual similar. Vladímir Putin ordenó la invasión de Ucrania para impedir por la fuerza que su Gobierno se aleje de forma irreversible de la influencia de Moscú. En términos de propaganda, eso no era suficiente. De ahí que las autoridades y los medios gubernamentales rusos describan al Gobierno de Kiev como un grupo de nazis –que resulta que están dirigidos por un judío rusohablante como Volodímir Zelenski– que reprimen a los considerados como rusos étnicos. Pero aún necesitaban más. Ahí es donde aparecen los laboratorios biológicos, un recurso que ya se empleó con Georgia hace unos años y que ahora ha tenido una segunda vida.
En la propaganda, nunca se tira nada a la basura. Algún día volverán a necesitarla. Y eso es lo que ha sucedido ahora con la guerra de Ucrania.
La acusación de que EEUU contaba con centros de investigación de armas biológicas no se inició con la invasión. El diario Izvestia ya publicó en mayo de 2021 que EEUU contaba con “ocho laboratorios biológicos” en Ucrania como parte de un programa que se llevó a cabo entre 2005 y 2014 y que se reanudó en 2016. Eso no tiene mucho sentido, porque entre 2010 y 2014 el presidente ucraniano era Viktor Yanukóvich, un político prorruso que nunca hubiera permitido esa presunta amenaza sobre Moscú.
En realidad, acusaciones similares se hicieron en 2015 cuando el primer canal de la televisión rusa afirmó que decenas de miles de cerdos habían muerto en Ucrania y Georgia por una misteriosa enfermedad. Un año antes, un organismo público dijo que Georgia había introducido la peste porcina africana en Rusia. En ambos casos, se apuntaba como responsables a centros de investigación científica financiados por EEUU, aunque ese brote de peste porcina se había producido muchos años atrás, en 2007.
En agosto de 2021, Nikolai Patrushev, uno de los políticos más cercanos a Putin desde el inicio de su presidencia y actual secretario del Consejo de Seguridad, denunció en una entrevista la existencia de una misteriosa red de laboratorios cerca de las fronteras de Rusia y China con otros países. Le preguntaron si creía que los norteamericanos los estaban utilizando para desarrollar armas biológicas. Patrushev respondió: “Tenemos buenas razones para creer que se trata de eso”.
El programa de cooperación entre Ucrania y EEUU iniciado en 2005 es real. Al igual que con otros países del mundo, Washington financia centros de investigación científica de enfermedades zoonóticas que afectan a seres humanos o al ganado. Existen también en países cuyos gobiernos son buenos aliados de Moscú, como Kazajistán y Azerbaiyán. Forman parte del Programa de Cooperación para la Reducción de Amenazas, un organismo del Pentágono que empezó a funcionar en 1991 para ocuparse del desmantelamiento de los programas de armas de destrucción masiva en las antiguas repúblicas de la URSS.
En enero de este año, el departamento difundió un vídeo de cinco minutos con el fin de responder a las acusaciones rusas. Posteriormente, el Gobierno ucraniano informó de que esos centros que cuentan con la ayuda norteamericana dependen de su Ministerio de Sanidad y de los organismos que se responsabilizan de la seguridad alimentaria y las enfermedades infecciosas.
La embajada de EEUU en Kiev tiene información en su página web sobre el alcance de esa colaboración en la lucha contra los patógenos, que durante la pandemia se ha centrado en prestar ayuda sobre el Covid. Si alguno de esos activos se hubiera empleado en ese país para la investigación de armas biológicas sería no ya arriesgado, sino casi suicida. Ucrania no cuenta con ningún laboratorio que tenga un nivel de seguridad BSL-4 y sólo uno con el de BSL-3. Si EEUU estuviera violando los tratados internacionales que ha firmado por esas armas, los centros de investigación dedicados a ello estarían localizados en su territorio bajo fuertes medidas de seguridad, no desperdigados por Europa y Asia Central.
El Ministerio ruso de Defensa afirmó hace unos días que los laboratorios situados en Kiev, Járkov y Odesa tenían como misión “estudiar la posibilidad de propagación de infecciones especialmente peligrosas a través de las aves migratorias, entre ellas la gripe H5N1, altamente patógena”. Según esa versión, que no explicaba cómo habían tenido acceso a los datos, se investigó con dos especies de aves migratorias, “cuyas rutas pasan principalmente por Rusia, y también se recogió información sobre las rutas migratorias a través de los países de Europa del Este”.
En caso de inocular un patógeno a un grupo de aves, no habría ninguna garantía de que esa enfermedad no pusiera en peligro a la propia Ucrania y a muchos países europeos, como se ha puesto en evidencia con la alta propagación del Covid.
Para utilizar a una especie de la que se ha hablado mucho durante la pandemia, el Ministerio ruso también se refirió a supuestos experimentos con murciélagos “como portadores de potenciales agentes de armas biológicas”.
En 2018, Rusia también hizo acusaciones parecidas sobre la existencia de centros de este tipo en Georgia, donde se dijo que habían muerto treinta personas a las que se había utilizado “como cobayas”, según declaraciones públicas de altos mandos del Ejército. Un equipo de BBC visitó las instalaciones y no encontró nada de lo que había denunciado Moscú. Lo que se había dirigido desde allí fue un programa para luchar contra la hepatitis C en el que se trataron con éxito a unas 36.000 personas con fármacos autorizados en EEUU desde 2013 y 2014. En una treintena de los casos más graves de la enfermedad, los medicamentos no fueron suficientes y los pacientes fallecieron.
El republicano Marco Rubio preguntó el 8 de marzo en el Senado a una alto cargo del Departamento de Estado si Ucrania tiene armas químicas o biológicas. “Ucrania cuenta con instalaciones de investigación biológica, por lo que de hecho estamos bastante preocupados ante el riesgo de que tropas rusas intenten hacerse con su control”, respondió Victoria Nuland, subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos. La definición genérica que hizo Nuland se ajustaba a las características de esos centros. Como no desaprovechó la oportunidad de utilizarla para atacar a Rusia y alertar de sus intenciones, sus palabras fueron utilizadas después para probar lo contrario.
Nuland ya demostró que es una feroz enemiga de Rusia en la crisis ucraniana de 2014, cuando ocupaba un cargo similar en el Gobierno de Obama. Podría haberse limitado a explicar las características de esos centros, pero quiso introducir un elemento de alarma con el objetivo de dañar la imagen de Moscú. También es cierto que si se hubiera limitado a desmentir las acusaciones, los rusos no se habrían echado atrás. Llevan ya unos cuantos años invirtiendo en esa línea de propaganda.
Para la portavoz del Ministerio ruso de Exteriores, Maria Zakharova, sus palabras fueron suficientes para confirmar la existencia de “actividades criminales” de EEUU en Ucrania. Lo mismo dijo hace una semana Tucker Carlson, uno de los presentadores más influyentes de Fox News y un habitual de las teorías de la conspiración de la derecha norteamericana contra los demócratas. Y también el hijo mayor de Donald Trump, para el que la trama ha pasado “de teoría de la conspiración a hechos”.
Eso animó aun más a las cuentas en redes sociales relacionadas con la extrema derecha o las conspiraciones antivacunas que sostienen sin pruebas que los rusos han atacado todos esos centros de investigación desde el inicio de la guerra, lo que para ellos probaría que existen y que son peligrosos. Llegan a afirmar que los mapas de los ataques rusos en Ucrania marcan precisamente los lugares en que están los laboratorios.
Evidentemente, Rusia no es el único país que puede presentar alegaciones sin evidencias sólidas. La portavoz de la Casa Blanca advirtió el 10 de marzo de que Moscú puede lanzar ataques con armas químicas o biológicas en Ucrania. No ofreció pruebas que respaldaran esa sospecha. Sí afirmó que Rusia “mantiene un programa de armas biológicas que viola el Derecho internacional” y citó la intervención rusa en la guerra de Siria en la que el Gobierno de Asad utilizó armas químicas contra zonas controladas por sus enemigos.
En el mundo de las conspiraciones, raramente es necesario presentar todas las pruebas. Es suficiente con lanzar una hipótesis plausible, incluso aunque no sea muy creíble, y obligar al contrincante a que presente las pruebas que demuestren su inocencia. En una guerra y para justificar una invasión –como hicieron los norteamericanos en Irak–, lo importante es definir al enemigo como responsable de los crímenes más despreciables y asegurar que cualquier respuesta, incluida la invasión de un país, está justificada para impedir que se cometan. Es lo que está haciendo ahora Rusia y es la forma habitual en que los agresores se presentan como víctimas.
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