Andahuaylas (Perú), 14 jul (EFE).- Gisela es la única mujer del grupo que lleva pantalones vaqueros y no la típica falda bordada y colorida. En plena cosecha en un campo de papas de la comunidad peruana de Huayana, esta joven se felicita de que el rol de las mujeres, que tradicionalmente siempre han estado detrás de los hombres, esté cambiando.
“Las mujeres me cuentan que el hombre hablaba por ellas, la opinión de ellas no contaba y la decisión que ellas tomaban tampoco. Pero esto está cambiando, poco a poco la mujer se va empoderando y va tomando papeles importantes en cada situación”, dijo a Efe, esperanzada Gisela Ubaqui, de 21 años.
Estudia ingeniería medioambiental en Andahuaylas, una pequeña ciudad en el departamento de Apurímac, con el propósito de aprender e impulsar así el negocio agrícola familiar.
Pero junto a ella, dos mujeres apenas 10 años mayores que ella no tuvieron la misma suerte, una de ellas dijo que no pudo estudiar porque lo hizo su hermano mayor y no había más capacidad económica en su casa, y la otra joven reconoció que es la encargada de cuidar a sus padres que son mayores.
“Las mujeres van accediendo poco a poco a más educación, que hasta hace unos años estaba destinada únicamente a los varones, por la herencia de los sistemas de hacienda”, dijo a Efe el ingeniero ambiental Javier Llacsa.
El experto es responsable del proyecto Agrobiodiversidad que protege a Sistemas Importantes del Patrimonio Agrícola Mundial (Sipam), articulado por los ministerios peruanos de Ambiente y de Desarrollo Agrario y Riego, la FAO y Profonanpe, fondo ambiental privado de Perú.
Esta falta tradicional de acceso a la educación ha generado que menos mujeres ocupen puestos de representación.
ROL TRADICIONAL
Más allá de la relación de la mujer con elementos sagrados como las semillas o la relación del agua y la fertilidad, el rol de la mujer bajo la tradición andina se comprende solo en pareja con el hombre.
“Hay una complementariedad ancestral, el varón no es pleno sin la mujer y la mujer no está plena sin el varón”, explicó Llacsa, al indicar que en estas comunidades altoandinas tradicionalmente el hombre se encargaba del campo y la mujer de la crianza de los hijos y de los animales, y normalmente también de las finanzas.
“Generalmente se trabaja en pareja, eso no quiere decir que las mujeres no tengamos participación o que estemos excluidas, sino que mantenemos todavía ese quizás nerviosismo del qué dirán”, señaló en el mismo campo de cultivo la facilitadora de las comunidades campesinas con el proyecto Agrodiversidad, Ana Sierra.
Sierra observa en su día a día cómo la mujer sigue estando un paso por detrás de sus maridos y afirma que una de las barreras a derribar para empoderar a las mujeres es la vergüenza o timidez a la hora de expresarse, lo que está provocado por una falta previa de educación.
Pese a los roles tradicionales, la facilitadora explicó que las mujeres al trabajar con sus maridos tienen también los mismos conocimientos sobre los cultivos y resaltó que son las mujeres las que intentan, cada vez más, buscar formas de aumentar los beneficios económicos y emprender nuevos proyectos para los negocios familiares.
En los poblados de los Andes peruanos es posible apreciar que mientras los hombres pueden vestir camisetas de equipos de fútbol y deportivas, el aspecto de las mujeres andinas parece detenido en el tiempo.
Llevan el pelo largo negro siempre recogido en trenzas, el sombrero negro, una manta a la espalda en la que cargan tanto a los bebés, como a productos agrícolas, y varias capas de ropa colorida para protegerse del frío, que contrasta con las piernas desnudas y suelen calzar bailarinas o sandalias de cuero.
CAMBIO GENERACIONAL
Pero este panorama está lentamente cambiando, en gran medida por la influencia que estas comunidades tienen con el exterior y el acceso de las más jóvenes a las redes sociales.
“Veo mujeres saliendo del tradicional esquema cada año, y pienso, ella no está sumisa como su mamá”, reconoció Ubaqui, muy activa en Instagram.
Un tema que sigue siendo tabú, pero que poco a poco y gracias a este progresivo empoderamiento va saliendo a la luz es del maltrato físico a las mujeres, “cada vez se calla menos”, señaló Sierra, puesto que tradicionalmente era algo que ellas soportaban en el silencio de sus hogares.
“En este nuevo orden, las comunidades ya no son autónomas, tienen influencia externa, ya sea del gobierno local, de instituciones, y la presión cultural externa nos propone otro escenario que marca esas diferencias de género”, señaló Llacsa.
Estas presiones están abriendo puertas, pero el experto remarcó la importancia de tratar el tema de género con una pertinencia cultural, es decir empoderar e impulsar a las mujeres, pero teniendo en cuenta el contexto y las tradiciones de estas comunidades.
“Es fundamental la motivación en niñas, adolescentes y también adultos. A las comunidades campesinas llegan muy pocas veces las charlas motivacionales, entonces pediría que haya más charlas, más diálogos”, demandó justamente Gisela en relación a la importancia de que lleguen voces que hagan creer a las menores en sus capacidades.
Paula Bayarte