En la ceremonia en la que recibió su diploma de presidente electo de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva colocó de nuevo en el escenario nacional la antinomia democracia o barbarie. Durante su discurso, con momentos muy emotivos, destacó que el acto era una auténtica “celebración de la democracia”. Y, entre lágrimas, advirtió: “Pocas veces en la historia de nuestro país la democracia estuvo tan amenazada; jamás en nuestra historia la voluntad popular fue tan colocada a prueba y exigió vencer innumerables obstáculos para finalmente ser oída”.
En presencia de los once miembros de la Corte Suprema, de los presidentes de ambas Cámaras del Congreso y de más de un centenar de diputados y senadores, el futuro mandatario señaló que “la democracia no nace por generación espontánea. Ella precisa ser sembrada y cultivada con mucho cuidado día a día, para que la cosecha sea generosa para todos”. “Todos los días precisa ser defendida de aquellos que a cualquier costo la quieren sujetar a sus intereses particulares y a las ambiciones de poder”, sostuvo.
Lula estuvo acompañado de su vicepresidente, Geraldo Alckmin, quien recibió también su título de consagración en el cargo, y más de medio centenar de personalidades, entre quienes se encontraron los futuros ministros ya designados y aquellos que pronto serán nombrados en los puestos de mayor peso. El clima en la sala del Tribunal Superior Electoral (TSE) fue festivo, y los invitados, cerca de 500, cantaron la ya clásica consigna “Lula lá” (en el Palacio del Planalto) y formaron la letra L, con el pulgar y el índice. Una de las autoridades más aplaudidas fue el magistrado Alexandre de Moraes, titular del TSE, que encaró una lucha sin cuartel contra los cuestionamientos “infundados” de los resultados electorales.
El presidente brasileño resaltó que “felizmente no faltó quien defendiera en este momento tan grave nuestra democracia. Quiero destacar el coraje de la Corte Suprema y del Tribunal Electoral, que enfrentaron toda suerte de ofensas, amenazas y agresiones, para hacer valer la soberanía del voto popular”. Más aún, describió los comicios “no como una elección entre candidatos de partidos políticos con programas diferentes”, sino como “una disputa entre dos visiones del mundo: de un lado, el proyecto de reconstrucción del país, con amplia participación popular. Del otro, un proyecto de destrucción de nuestro país anclado en el poder de una industria de mentiras y calumnias jamás vista”.
Por eso, Lula no vaciló en saludar con emoción a los miembros de la Corte Electoral, “por la firmeza en defensa de la legitimidad del proceso electoral, en estos tiempos tan difíciles” y destacó que su elección fue resultado también del frente armado por una docena de organizaciones partidarias, pertenecientes a un arco tan amplio que circula desde la izquierda a la centroderecha.
Esta fue una disputa entre dos visiones del mundo: de un lado, el proyecto de reconstrucción del país, con amplia participación popular. Del otro, un proyecto de destrucción de nuestro país anclado en el poder de una industria de mentiras
El líder brasileño dio un toque especial al proceso político vivido estos año por el país. “Hubo un desmonte de las políticas públicas y de los instrumentos de desarrollo, que llevó adelante en forma sistemática el gobierno (de Jair Bolsonaro)”. En ese sentido, alertó que las amenazas a la democracia no son un fenómeno exclusivo de Brasil. “Por el contrario, enfrenta un inmenso desafío alrededor del planeta, tal vez mayor que en el período de la Segunda Guerra Mundial, tanto en Estados Unidos como Europa y América Latina, donde los enemigos de la democracia abusan de las manipulaciones y mentiras, en plataformas digitales que actúan de manera absolutamente irresponsable”, dijo.
Para Lula, los “ataques contra la democracia no tienen patria ni frontera. El combate, por lo tanto, precisa ser armado desde una trinchera de gobernanza global, por medio de una legislación internacional más dura”.
Lula volvió a insistir en ese punto: “No fue apenas un hombre que puso en jaque la democracia en nuestro país. Hoy enfrentamos un inmenso desafío alrededor del mundo”. En un momento de mayor emoción y con la voz quebrada, el sindicalista y dos veces presidente de Brasil, recordó: “Cuando recibí el diploma por primera vez en 2002, pensé en la osadía del pueblo brasileño cuando le concedió el diploma presidencial a alguien tantas veces cuestionado por no tener un título universitario”.