Paradojas de las elecciones presidenciales de Francia: los candidatos de izquierda han sido eliminados en la primera vuelta, pero sus votantes serán los árbitros de la segunda, que se celebra este domingo 24 de abril. Especialmente ese 21,95% de los franceses que votó por Jean-Luc Mélenchon, un electorado al que Emmanuel Macron y Marine Le Pen intentan atraer ahora.
El actual presidente, que logró en la primera vuelta más votos de los esperados (el 27,60%), se enfrenta ahora al reto de reactivar el frente republicano para que ciudadanos de distintas procedencias lo apoyen como medio para impedir la llegada al poder de la extrema derecha.
Porque, aunque su oponente es la misma que hace cinco años, el equilibrio de las fuerzas ha cambiado. La hipótesis de una victoria de Le Pen ya no es inverosímil: la candidata de la Agrupación Nacional (antiguo Frente Nacional) podría recibir entre un 46% y un 49% de los votos en la segunda vuelta, según los primeros sondeos. “Quiero tender la mano a todos los que quieren trabajar por Francia”, dijo Macron tras el resultado de la primera vuelta, llamando a crear, más allá de las diferencias, “un gran movimiento político de unidad y acción”.
Si en 2017 Macron entró en campaña como exministro de Economía de un Gobierno socialista, hoy una buena parte de los votantes de izquierda rechaza la orientación política, económica y social que ha dado a su legislatura. En el partido presidencial temen que esos votantes eviten elegir entre el menor de dos males y opten por abstenerse antes que votar “al presidente de los ricos”, una etiqueta de la que Macron no consigue desprenderse y que Le Pen no duda en alimentar, junto a las de “defensor de las élites” y “autoritario”.
Para Macron ha llegado el momento de las promesas. Ya desde antes de la noche electoral, había modulado su discurso para poner más énfasis en cuestiones sociales y apelar a todos los que “están molestos por las desigualdades que persisten” y por “el desajuste ecológico”. Eso significa, por ejemplo, destacar propuestas como el establecimiento de una pensión mínima de 1.100 euros.
Además, las medidas que más rechazo suscitan entre los votantes de izquierda comienzan poco a poco a ponerse en cuestión: la propuesta de retrasar la edad legal de jubilación a los 65 años ya no es un “dogma”, según explicaba Macron esta semana.
Geografía política
La geografía de la campaña presidencial también se ha adaptado a esas nuevas estrategias. Unas horas después de la votación de la primera vuelta, Macron se desplazó a Denain, antigua capital del carbón y del acero en el norte y donde el partido de Le Pen obtiene uno de sus mejores resultados. También llevó su campaña a Mulhouse, en Alsacia, un territorio donde Mélenchon quedó en cabeza en la primera vuelta.
“Sin ir a buscar a los electores de izquierda de forma descarada con un giro programático de 180 grados, su desplazamiento al norte, tierra obrera no elegida al azar, se trataba de multiplicar las señales”, según escribió Libération en un editorial. “Palabras clave utilizadas: juventud, social, ecología, derechos de la mujer”.
En estos viajes, Macron explicó a los votantes que está dispuesto a cambiar el “ritmo” y “los límites” previstos en la reforma de las pensiones y que no “excluye” un referéndum sobre la cuestión. La edad de jubilación podría reducirse gradualmente con una “cláusula de revisión” a los 64 años, en vez de a los 65 previstos inicialmente. “Estoy dispuesto a hacer una reforma que no entre en vigor hasta 2030 si sentimos demasiada ansiedad entre la gente”.
Referéndum anti-Macron
Muchos de los votantes de Mélenchon aún están recuperándose de la decepción de la noche electoral, en la que su candidato se quedó a las puertas de la segunda vuelta. “Tenía el programa más completo, las mejores propuestas, todos los medios lo han reconocido, incluso los de derecha”, lamenta Valentin, funcionario en la treintena que ha votado por el candidato de Francia Insumisa en las dos últimas elecciones. “De cara a la segunda vuelta no sé qué voy a hacer, puede que no vaya a votar”.
Mélanie, que trabaja en una empresa de comercio electrónico en la región parisina, tiene las mismas sensaciones. “De todas formas, no creo que Marine [Le Pen] gane. Ni me he planteado qué puede pasar si llega a ganar”.
La líder de extrema derecha cree que puede conseguir que una parte de los votos de Francia Insumisa vayan al antiguo Frente Nacional, pese a que Mélenchon exhortó insistentemente a sus simpatizantes tras conocerse los resultados de la primera vuelta a “no dar ni un solo voto a la señora Le Pen”. En este sentido, Brice Teinturier, director del instituto demoscópico Ipsos, explicaba este lunes a la agencia France Presse que, a día de hoy, “un 34% del electorado de Mélenchon tiene intención de votar a Macron, un 30% a Le Pen –más que en 2017– y un 36% de quedarse en casa”.
En una encuesta interna entre votantes registrados de Francia Insumisa publicada este domingo, la mayoría asegura que no acudirá a votar en la segunda vuelta entre Macron y Le Pen o votará en blanco.
Si el presidente quiere reactivar el frente republicano contra Le Pen, la líder de Agrupación Nacional busca transformar la elección en un referéndum anti-Macron, con la idea de que el rechazo que inspiran las políticas del presidente eclipse la dureza de su propio proyecto. Le Pen ha dibujado el escenario en términos de ultimátum: “O la división, la injusticia y el desorden impuestos por Emmanuel Macron en beneficio de unos pocos, o la reunión de los franceses en torno a la justicia social y la protección”.
Reserva de votos
Aunque el programa económico de Le Pen es aún más liberal que hace cinco años, la candidata espera que las medidas sociales –como la bajada del IVA en gastos energéticos y el bloqueo de precios en materia alimentaria– seduzcan a votantes progresistas. “Sin embargo, no hay que rascar mucho para que la política social de Marine Le Pen aparezca como lo que es: un barniz”, decía un artículo del diario de izquierdas L'Humanité.
La táctica de Le Pen se basa en la asunción de que los votos de los otros dos candidatos de extrema derecha (Éric Zemmour y Nicolas Dupont-Aignan) son seguros. Y en que la derecha moderada –que solo obtuvo un 4,7%– no constituye una reserva potencial de votos tan interesante como los votantes de Mélenchon y los que se abstuvieron.
Precisamente, el expresidente Nicolas Sarkozy, que hasta ahora había guardado silencio sobre la campaña, pidió la semana pasada el voto para Macron. Es poco probable que su apoyo ayude mucho al actual presidente a ganar credibilidad entre los votantes progresistas.