En Francia, a los políticos les gusta repetir que las elecciones presidenciales “son la cita de un hombre o una mujer y un pueblo”. Esta frase abstracta se materializa en ese maratón de visitas a mercados municipales, granjas, fábricas, almacenes, comercios y colegios, en el que viven inmersos Emmanuel Macron y Marine Le Pen desde hace casi un mes. Con este ejercicio, Macron intenta deshacerse de su etiqueta de “presidente de los ricos” y “presidente de las ciudades” y Le Pen trata de presentarse como la portavoz de la “Francia de los olvidados”. Es una forma de explotar la fractura territorial y el desafecto que el presidente suscita en los territorios no urbanos.
La cara más visible de ese rechazo se reveló durante las protestas de los chalecos amarillos. El 4 de diciembre de 2018, Macron acudió a comprobar los daños del incendio provocado por los manifestantes en la prefectura de Puy-en-Velay. Al salir, el cortejo presidencial fue alcanzado por un grupo de manifestantes y se vivieron momentos de tensión. Acostumbrado desde su primera campaña a discutir directamente con los votantes –incluidos aquellos que no están de acuerdo con sus medidas–, los episodios de violencia y el alcance de las protestas sorprendieron al presidente. En las rotondas, guillotinas decapitaban la efigie del jefe del Estado y, cada sábado, París era una batalla campal entre policías y manifestantes.
La revuelta contra el impuesto sobre el carbono no solo fue el detonante de la cólera social: también se consideró la expresión del rechazo hacia la encarnación de una élite política “parisina”, privilegiada y desconectada de la realidad. “Niño mimado del sistema”, le llamó Le Pen durante el debate televisado de 2017, una imagen reforzada por el hecho de que el presidente –que se reivindica a la vez de derecha y de izquierda– es también un hombre sin gran arraigo territorial, a diferencia de la mayoría de sus predecesores.
Mitterrand tenía su feudo en Château-Chinon, Pompidou en Cantal, Giscard d'Estaing en Puy-de-Dôme, Chirac y Hollande en Corrèze. Macron ha vivido la mayor parte de su vida adulta en París, aunque nació en Amiens y repite que Marsella es “la ciudad de su corazón” (y el Olympique su equipo). Tiene su residencia en la ciudad costera –y burguesa– de Le Touquet, en el departamento de Paso de Calais.
Gran debate
En 2019, para reconstruir esa conexión con los franceses que viven fuera de las grandes ciudades, el presidente tuvo que improvisar y se lanzó a un gran debate nacional por todo el país. Para ello evitó los órganos intermedios del Estado, privilegiando el contacto con alcaldes y diputados locales. Como en 1789, se pusieron a disposición de los franceses cuadernos de quejas (cahiers de doléances) en los ayuntamientos, para que pudieran expresarse. 400.000 páginas hoy archivadas en la Biblioteca Nacional, que no son públicas ni accesibles online, en contra de lo que se prometió en su momento.
En ese Tour de Francia, Macron descubrió un paisaje económico, cultural y social que se ha transformado en las últimas décadas. “Desde mediados de los años 80, Francia ha vivido una profunda metamorfosis”, escriben Jérôme Fourquet y Jean-Laurent Cassely en su obra Francia bajo nuestros ojos. “Aceleración de la desindustrialización, apogeo de la sociedad del ocio y el consumo, continuación de la urbanización, hibridación de tradiciones bajo el signo de la globalización [...] Los efectos del cambio del paisaje sobre el mapa electoral son amplios”.
El gran debate desembocó en septiembre de 2019 en una nueva Agenda Rural, con algunas medidas que Macron reivindicó este miércoles en el debate presidencial. Estas medidas buscan paliar el desamparo de los territorios que han visto sus servicios degradarse al tiempo que su población menguaba: ampliación de la cobertura de la red móvil, creación de espacios de servicio que combinan coworking, apoyo digital y actividades culturales, reapertura de líneas de tren de media distancia… Por otro lado, el Gobierno articuló la desescalada de la crisis sanitaria sobre el eje alcalde-prefecto (figura equivalente en Francia al delegado del Gobierno), que fue la base de la desescalada nacional pilotada por un alto funcionario llamado Jean Castex.
Antiguo alcalde de Prades, en Pirineos Orientales, Castex fue identificado entonces como la figura perfecta para compensar los puntos débiles del presidente. Así que cuando en julio de 2020 Macron decidió sustituir a Édouard Philippe como primer ministro, Castex –poco conocido en la política nacional– fue el elegido. Desde entonces, lleva una incansable agenda de desplazamientos regionales, en los que defiende la acción del Estado y habla de su experiencia en la política local, al tiempo que despliega su acento del sur y su afición al rugby.
Esta estrategia local no impidió los malos resultados en las elecciones regionales y departamentales de 2021, así como en las municipales del año anterior. Lo importante, sin embargo, son las presidenciales del 24 de abril. De cara a estos comicios, la figura de Xavier Bertrand se percibía como la gran amenaza: exministro de Sanidad y de Trabajo con Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy y presidente de la región Altos de Francia, su perfil moderado y su conexión con la Francia periférica inquietaban en el entorno del presidente de cara a una posible segunda vuelta. Sin embargo, Bertrand perdió las primarias de su partido, la candidata de Los Republicanos no llegó al 5% de los votos en la primera vuelta y Macron volverá a enfrentarse a Le Pen.
Le Pen y la Francia rural
La candidata de extrema derecha ha pasado los últimos cinco años tratando de erigirse en campeona de la Francia rural, una estrategia que le ha valido un relativo éxito en las urnas: en la primera vuelta obtuvo sus mejores resultados en los municipios de menos de 50.000 habitantes. “Si soy elegida presidenta de la República, crearé un gran ‘Ministerio de la ruralidad’ para dar a nuestros territorios y a nuestros compatriotas olvidados la atención que merecen”, tuiteó la semana pasada –en Francia ya existe una secretaría de Estado para la ruralidad–.
“Desmetropolización” y “localismo” son dos conceptos que se repiten a menudo en su campaña, haciendo suyas –sin citarlas– propuestas de los chalecos amarillos. Las capitales regionales son, a sus ojos, un símbolo de la globalización. Las acusa de “vaciar” los territorios y de “absorber la riqueza”. “El problema, señor Macron, es que para usted todo acaba en las grandes ciudades y en los barrios difíciles”, dijo el miércoles durante el debate. “El desdoblamiento de aulas, por ejemplo, lo ha reservado para los barrios difíciles”.
“En los últimos 30 años, el voto de Agrupación Nacional [antiguo Frente Nacional, formación de Le Pen] ha aumentado en las zonas rurales y periurbanas, sobre todo en las que tienen dificultades sociales, resultado de la desindustrialización”, ha analizado el politólogo Jérôme Fourquet esta semana en una entrevista en Le Monde. “Y se puede establecer una relación entre ese crecimiento y el aumento de los precios inmobiliarios, la expansión urbana, la restricción del gasto y el impacto del precio del combustible”.