Una nueva oleada de protestas invade desde el jueves Jartum, la capital de Sudán, en lo que la coalición opositora ha querido denominar 'Las marchas del millón'. Cientos de miles de manifestantes, aprovechando el optimismo que despertó la caída de Omar al Bashir el pasado 11 de abril, se manifiestan al grito de “protegeremos la revolución con nuestra sangre”, dispuestos a no parar hasta que la Junta Militar de Transición, el órgano que ahora dirige el país, ceda el poder a un nuevo Gobierno civil.
Reunidos en el pacto Alianza por la Libertad y el Cambio, partidos políticos de la oposición y la Asociación de Profesionales Sudaneses, órgano formado por intelectuales y activistas que ha liderado la organización de las protestas desde diciembre, reanudan las negociaciones con la Junta Militar por una transición pacífica. Ya se levantaron de la mesa el domingo pasado: no habrá diálogo hasta que ningún interlocutor esté vinculado al régimen.
“Presionaremos hasta que nadie en el Gobierno tenga algo que ver con Omar al Bashir”, cuenta Ala Khier para eldiario.es, un joven activista que se encontraba entre la multitud cuando el grupo opositor comunicó en la plaza que habían exigido la renuncia de tres de los once generales que forman la Junta Militar. “Seguiremos con las manifestaciones y mantendremos la sentada hasta que no se establezca un Gobierno civil para dirigir el país”, continúa.
Antes de la madrugada del jueves los tres generales señalados presentaban su renuncia.
Un día antes, el miércoles, otra imagen espectacular llenó Jartum de esperanza: cientos de personas llegaron de la ciudad de Atbara, cuna de las protestas contra el régimen, encaramadas a los vagones y locomotora de un tren que avanzaba lentamente entre los vítores y banderas de la multitud --el espacio de la protesta ocupa parte de las vías de transporte del centro del país--. Cerca de un centenar de jueces se unieron también a la sentada, a la que llegaron caminando desde el Tribunal Supremo con carteles de apoyo a las revueltas. Con sus togas negras, nunca, durante el mandato de al Bashir, se habían sumado a las proclamas de cambio.
“Pensábamos que era imposible. Nunca imaginé que estoy pudiera ocurrir en Sudán. Pero el pueblo presionó y Omar al Bashir dio un paso atrás”, relata Khier, que ha participado desde diciembre en las manifestaciones. Después de tres décadas de dictadura, la presión en las calles dio alas a un Ejército hastiado de amenazar y gasear a su población para deponer al dictador.
Ahora está arrestado con su círculo más cercano en la prisión de máxima seguridad de Kober, junto al Nilo Azul, junto a presos políticos que él mismo mandó encarcelar. El fin de semana pasado, citando fuentes judiciales, Reuters contó que se habían encontrado más de 6,4 millones de euros en efectivo en la casa del ex presidente, por lo que ahora se estudia presentar cargos contra él por lavado de dinero.
El abril que cambió Sudán
“Abril ha cambiado todo el país”, sonríe Ala Khier al otro lado del teléfono. El aire que se respira en la acampada, cuenta, es de optimismo, de unidad. Ríos de manifestantes se dirigieron el sábado seis de abril a las puertas de los cuarteles generales del Ejército, en el corazón de Jartum. Aquel día “fue emocionante”, “pensábamos que no era posible” estar tan cerca de las instalaciones militares, símbolo del poder del Régimen. Pero al día siguiente “éramos millones”, relata Khier.
Fue esa fuerza lo que, casi un mes después, mantiene llena el área de unos cinco kilómetros que ocupan los manifestantes. La cantidad de gente depende del momento del día, pero aún así, en las horas de menor afluencia, cuando el sol aprieta en el mediodía de Jartum, “seremos como mínimo unos diez mil”. Y en los momentos más importantes, “cuatro millones”, cuenta Khier, citando a las compañías de telecomunicaciones, que hacen sus aproximaciones en función del número de teléfonos móviles.
Hay bailes, asambleas, grupos cantando por la revolución… “es una mentalidad, una vibración diferente”. Todos van y vuelven, algunos traen agua o comida, los doctores se turnan en un puesto médico, voluntarios controlan la seguridad y cachean en los puntos de entrada… Un ensayo de un nuevo Sudán y “una representación de todo el país”, considera Khier, que cuenta que a las asambleas acuden familias enteras. Él se turna con su mujer para cuidar de su hijo pequeño, y muchas veces también le llevan.
En diciembre, cuando empezaron las primeras marchas por la subida de los precios del pan, la mayoría de los manifestantes eran hombres y mujeres jóvenes, explica Khier, ingeniero mecánico que ha visto cómo muchos de sus amigos se marchan a países de Oriente Medio en busca de salarios que se ajusten a su formación. “Somos conscientes de lo que queremos y necesitamos. La gente sabe cómo es el mundo que nos rodea, no vamos a aceptar nuestras condiciones de vida. Queremos un mañana mejor”, sentencia.