En enero de 2017, el senador Marco Rubio puso en apuros a Rex Tillerson, elegido como secretario de Estado por el nuevo presidente y antiguo rival en las primarias republicanas. En la audiencia de la comisión de Exteriores que tenía que aprobar su nombramiento, Rubio preguntó mirándole fijo y serio: “¿Es Vladímir Putin un criminal de guerra?” Tillerson respondió: “No utilizaría ese término”.
En una escena que parecía anticipar el papel crítico que jugaría Rubio en los próximos años, el senador de Florida recordó los bombardeos del ejército ruso de colegios y mercados en Alepo, en Siria, y otros ataques contra civiles. Mientras Tillerson repetía que necesitaba más información para acusaciones “muy graves”, Rubio le dijo que ya había información: “No debería ser difícil decir que el Ejército de Vladímir Putin ha cometido crímenes de guerra en Alepo. Porque nunca es aceptable que un ejército tenga como objetivo específico a civiles”, añadió. “Me desanima su incapacidad para decir algo que creo es aceptado en todo el mundo”. También recordó la lista de periodistas, críticos y disidentes asesinados en Rusia y obtuvo la misma respuesta evasiva de Tillerson. Unas semanas después, y aunque dijo que todavía tenía reservas sobre el elegido como secretario de Estado y exjefe de la petrolera ExxonMobil, Rubio votó a favor del nombramiento.
Ocho años después, según dice la campaña de Donald Trump al New York Times y otros medios, Rubio se sentará en la silla de la comisión del Senado que examinará su nombramiento como secretario de Estado. Probablemente defenderá, como ha hecho hasta ahora, la posición de Trump, que no esconde su cercanía a Putin, de que Ucrania tiene que rendirse ante la invasión de su país. “No estoy del lado de Rusia, pero desgraciadamente la realidad es que la manera en la que va a terminar esta guerra es con un acuerdo negociado”, dijo Rubio en septiembre unas horas después de que Trump dijera que Ucrania tenía que ceder y que su vicepresidente sugiriera que las nuevas fronteras se queden según el territorio ocupado hasta ahora por Putin. El presidente electo también rumia un compromiso de que Ucrania no entre en la OTAN durante al menos 20 años, según el Wall Street Journal. En febrero de este año, Rubio votó en contra de dar más ayuda a Ucrania igual que otros 14 republicanos (22 senadores republicanos votaron a favor y la ley se aprobó).
Es notable la transformación del candidato republicano de familia de migrantes cubanos que defendía “el excepcionalismo” de Estados Unidos y su misión para defender las libertades en el mundo. Ahora, si se confirma su nombramiento, encajará en la Administración del republicano que más defiende el aislacionismo de su país en política exterior, comercio y migración.
Rubio se había situado al principio de la primera Administración Trump en la línea de los republicanos más tradicionales que estaban dispuestos a denunciar los abusos del nuevo Gobierno. Y durante meses había avisado del peligro para el país que suponía Trump.
“Esto no va a acabar bien”
En marzo de 2016, cuando ya estaba claro que Trump sería el candidato republicano y después de incidentes violentos provocados por sus seguidores, Rubio lo definía como “un hombre fuerte del tercer mundo”. “Pase lo que pase, dentro de unos años, hay mucha gente en la derecha, en los medios y entre los votantes en general que van a tener que justificar cómo cayeron en la trampa de apoyar a Donald Trump, porque esto no va a acabar bien de una manera u otra”, decía en una entrevista a la CNN.
Aquella campaña de las primarias republicanas había sido agresiva y todos los aspirantes que se habían enfrentado al favorito habían salido malparados. El senador describía entonces la campaña como “un circo” en el que él había participado: Trump apodaba a Rubio “Little Marco” en referencia a su altura y el senador había sugerido que Trump tenía el pene pequeño por el tamaño de sus manos.
Poco a poco, Rubio se convirtió en otro republicano fiel a Trump.
En 2020, votó contra el impeachment de Trump en el caso del intento de chantaje al presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, porque “dañaría a una nación ya dividida” destituir a un presidente, y, en 2021, contra el segundo por el asalto al Capitolio. En este caso, Rubio decía que estaba “enfadado” por las acciones “criminales” de los seguidores de Trump, pero no le gustaba “el precedente” de la condena a un expresidente.
Admirador de Reagan
El partido al que se acercó Rubio de niño escuchando hablar a su abuelo de Ronald Reagan se parece poco al actual Partido Republicano de Trump.
Como senador y aspirante a presidente, defendió durante años la visión optimista de Estados Unidos como fuerza positiva en el mundo que cayó en desgracia en particular tras la invasión de Irak y que el presidente electo no comparte.
Sus mensajes más claros sobre política exterior son ahora sobre los abusos en Venezuela -una crítica que siempre ha mantenido-, China e Irán, contra los que ha empujado más sanciones. Se ha implicado poco en Oriente Próximo, pero apoya sin matices al Gobierno de Benjamin Netanyahu y culpa a Hamás de la guerra de Gaza y la muerte de civiles bajo las bombas del Ejército israelí.
Algunas de las posiciones de Rubio, pese a sus cambios, siguen chocando con las pocas ideas de fondo de Trump, en particular respecto a la política para migrantes y solicitantes de asilo por motivos políticos.
Las llegadas de venezolanos, acogidos con un programa especial de protección, a Estados Unidos son parte del aumento de refugiados durante el Gobierno de Biden. Ya justo antes de las elecciones, la Administración demócrata anunció que no ampliaría este estatus para más de medio millón de personas que han llegado así desde Venezuela.
La mano dura con la inmigración de Trump, que asegura que el primer día en el cargo pondrá en marcha un programa para deportar a millones de personas, choca también con la posición de Rubio durante años para ofrecer una vía de regularización a las familias que llevan años en Estados Unidos y que, de hecho, él intentó aprobar como senador.
Hijo de migrantes
La historia de Rubio no es la de otras familias del exilio político de Miami, y, de hecho, se parece más a la de la migración desesperada desde cualquier país asolado por la violencia o la falta de oportunidades.
Sus padres, Mario y Oriales, se marcharon de Cuba en 1956 huyendo de la pobreza de La Habana mientras los trabajos escaseaban. Ambos habían crecido con penurias, sobre todo Mario, que recordaba cómo se iba a la cama con hambre y había empezado a trabajar en una cafetería con nueve años (la propietaria le echó cuando le pilló comiendo una chocolatina que no había pagado). Oriales recordaba jugar con muñecas hechas con botellas de Coca-Cola y trapos.
Los Rubio intentaron suerte en Nueva York y luego en Miami, donde empezaron a trabajar en una fábrica de sillas de aluminio. El abuelo materno, Pedro, que había seguido a la pareja a Estados Unidos, montó un negocio de reparación de calzado en casa.
Cuando Fulgencio Batista huyó a Nueva York en diciembre de 1958, los Rubio decidieron volver a la Cuba de Fidel Castro, porque en Estados Unidos no les había ido bien. Marco Rubio suele resumir los traslados de su familia por Estados Unidos con la misma broma: su padre intentó vivir en Nueva York pero le pareció “demasiado frío”, trató de hacerlo en Miami pero lo encontró “demasiado duro” y después probó en Los Ángeles, que le resultó “demasiado California”.
En el verano de 1960, la familia Rubio volvió a Cuba, donde el abuelo Pedro había regresado el año anterior y trabajaba como contable para la Hacienda del nuevo Gobierno, pero al poco tiempo de estar allí la familia empezó a darse cuenta de que no había más trabajos y en cambio había detenciones y confiscación de bienes, y decidió volver a Estados Unidos.
El abuelo fue el último en volver en 1962, pero no tenía visado ni había medidas de protección especial para los cubanos con lo que fue detenido en el aeropuerto de Miami. Un juez lo condenó a la deportación, pero, como se tenía que marchar por sus propios medios, no lo hizo y se quedó en un limbo hasta que el Congreso de Estados Unidos aprobó en 1966 las normas que han garantizado durante décadas la protección de los cubanos.
Oriales, que trabajó como limpiadora, cajera y dependienta, y Mario, camarero de hoteles, prosperaron poco a poco en Miami y se convirtieron en ciudadanos estadounidenses en 1975.
Marco Rubio tenía entonces cuatro años y era ciudadano por derecho de nacimiento, algo que Trump ha sugerido quiere cambiar. Anular el derecho de suelo supondría cambiar la 14 enmienda de la Constitución, un proceso trabajoso e improbable, pero su Gobierno podría imponer trabas para dar documentación esencial a personas que hayan nacido en Estados Unidos de padres migrantes.
De West Miami a Washington
Rubio, de 53 años, lleva en política desde que trabajó con 20 como becario en la oficina de la entonces congresista republicana de Florida Ileana Ros-Lehtinen, la primera hispana, cubana-estadounidense, en ser elegida, y después con su colega Lincoln Díaz-Balart.
En 1998, con 26 años, fue elegido concejal en West Miami y dos años después logró un escaño en la legislatura estatal de Tallahassee, donde llegó a presidir la Cámara de Representantes de Florida, algo inédito para un político de Miami con pocas conexiones en el norte del estado. Creció a la sombra del gobernador Jeb Bush, que el día que Rubio aceptó el cargo de presidente de la Cámara le dio una espada dorada como símbolo de “un guerrero místico” en la batalla conservadora. Rubio se enfrentó en las primarias de 2016 también a Bush en una ruptura de su antigua amistad.
En su ascenso trabó alianzas con rivales y también con algunos de los personajes más oscuros de la política local, como David Rivera, que también fue representante en Tallahassee y ha sido procesado varias veces por actividades ilícitas de campaña.
En 2022, Rivera fue acusado de ocho delitos por su relación con una empresa de representación de Venezuela, entre otras cosas por lavado de dinero y por trabajar como agente de Nicolás Maduro sin haberlo declarado (Rivera dice que su labor era para una petrolera, no para el presidente). Rubio reconoció entonces que se había reunido en 2017 con Rivera para hablar de un posible acuerdo para normalizar relaciones con el Gobierno venezolano si se celebraban elecciones libres, pero dijo que no sabía que su antiguo amigo y colega representaba a Maduro. Este julio, Rivera pidió al juez de su caso permiso para ir a Venezuela a trabajar como consultor para la oposición a Maduro.
Del Tea Party al centrismo y vuelta
En 2010, Rubio fue elegido por primera vez senador por Florida, entonces impulsado por el Tea Party, el movimiento dentro del partido que abanderaba el recorte del gasto público y la oposición a la expansión de la cobertura sanitaria impulsada por el presidente Barack Obama.
Pero, tras la derrota del republicano Mitt Romney en las elecciones presidenciales de 2012 contra Obama y la supuesta lección de que los republicanos tenían que acercarse a las minorías y ser más progresistas en asuntos sociales, impulsó un proyecto de reforma migratoria respaldado por cuatro demócratas y cuatro republicanos. La idea fracasó en la Cámara de Representantes, donde la mayoría conservadora se negó a someter la ley a votación.
Entonces, Rubio, criticado por el ala más a la derecha del partido y activistas ultra de fuera, dejó sus sueños de ayudar a personas como sus padres y se centró en asuntos de política internacional. Puso especial interés desde el principio en estar en la comisión de Exteriores para poder así viajar por todo el mundo conociendo a presidentes y ministros.
Pensaba que eso le ayudaría en su campaña para presidente en 2016. Entonces, muchos creían que encajaba con algunos de los rasgos que supuestamente buscaba el partido en el nuevo país más diverso: joven, latino, hijo de inmigrantes trabajadores de pocos recursos y que había cumplido los sueños que no habían logrado otros en la familia.
En febrero de 2013, la revista Time le dedicó una portada titulada “El salvador del Partido Republicano”.
Rubio no fue el salvador y, como otros en su partido, aprendió a sobrevivir con Trump. Fue reelegido senador en 2016 y 2022. Hace unos días, pocas horas después de la segunda victoria de Trump, Rubio dijo en la CNN: “Donald Trump ha rehecho el Partido Republicano”.