María de Jesús Patricio, Marichuy: el grito indígena
En 2018, se presentó a la Presidencia del país. No pretendía ganar, sino utilizar su candidatura para llamar la atención de los mexicanos sobre las deplorables condiciones en las que viven millones de indígenas
En noviembre de 2020 se estrenó en el Festival de Cine de Guadalajara el documental, 'La vocera', sobre María de Jesús Patricio, 'Marichuy', la primera mujer indígena que compitió por la Presidencia de México en las elecciones de 2018. Dirigido por Luciana Kaplan, que ya había trabajado el asunto de las mujeres indígenas en el documental 'La revolución de los alcatraces', es una manera de entender que aquella no fue una campaña electoral en sentido estricto, sino una manera de llamar la atención de los mexicanos sobre las condiciones en que viven millones de personas en los pueblos, naciones, barrios y tribus indígenas en el país; es también un viaje por paisajes desolados y sin esperanza y un testimonio de un despojo territorial del que se habla muy poco en México. También es una lección de cómo se podría hacer política de otra manera.
La figura de Marichuy se ha ido apagando en los últimos meses, y no podría haber sido de otra manera, pues queda claro también en la película que ella no representaba a un partido, ni estaba allí por una ambición política duradera, sino cumpliendo el mandato que un concejo indígena le había otorgado. Pero su mensaje ha sido poco a poco incorporado al debate. Y por lo tanto no es difícil entender, por ejemplo, la hipocresía del presidente Andrés Manuel López Obrador por la carta que en marzo de 2019 envió al rey de España y al papa para que pidan perdón por los abusos de la conquista, cuando su Gobierno anima proyectos de infraestructura que despojan de sus tierras a comunidades indígenas; o la desfavorable reacción que tuvo el perdón que pidió López Obrador al pueblo maya, en mayo de 2021, por las atrocidades cometidas en la guerra de castas, un levantamiento indígena que fue duramente apagado a finales del siglo XIX y principios del XX. Los mismos pueblos mayas le dijeron que sería más congruente que detuviera uno de los proyectos favoritos de este Gobierno, la construcción de un tren turístico, llamado el Tren Maya, que atraviesa sus comunidades y amenaza con convertir a la población en peones de los servicios de hospitalidad, como ya sucede en zonas como Cancún y Tulum.
La precandidatura de Marichuy, su recorrido por el país y la introducción de nuevos temas y perspectivas en el debate también se deben entender por la renovada imaginación política del Ejército Zapatista de Liberación Nacional. Vale recordar que el EZLN se levantó en armas en enero de 1994 y puso en jaque a la política mexicana por varios años, además de convertirse en una opción de la izquierda, con miles de adeptos en Europa. A principios de los 2000 estuvieron a punto de lograr que el Estado mexicano reconociera los derechos políticos de las comunidades indígenas, pero la negociación se descarriló y el futuro del zapatismo cayó en un limbo. Los zapatistas se han organizado en comunidades semiindependientes, llamadas “caracoles”; la fama de su líder, el subcomandante Marcos (ahora rebautizado como Galeano), fue decreciendo por la inactividad. Pero la voz de los pueblos indígenas se reactivó cuando 840 delegados de 60 pueblos de todo México, reunidos en el Congreso Nacional Indígena, decidieron participar en las elecciones y nombraron a Marichuy como su representante. Recientemente dieron muestra de su audacia mediática con el envío de una delegación zapatista en una carabela que partió en mayo de este año de Isla Mujeres para llegar al puerto de Vigo, en España, en algún momento de junio.
Así se describió a sí misma Marichuy en una publicación de la Universidad de Guadalajara: “Mi nombre es María de Jesús Patricio Martínez; nací en la comunidad nahua de Tuxpan, Jalisco, el 23 de diciembre de 1963. Recuerdo que durante mucho tiempo solo hubo luz y empedrado en el primer cuadro de mi pueblo; las casas eran de adobe y teja, y se tenían que hacer largas filas para surtir el agua que emanaba únicamente de tres llaves”.
De acuerdo con el escritor Juan Villoro, Marichuy trabajó la tierra desde niña en condiciones casi medievales. “A los 12 años impulsó a su padre a protestar. Recibieron maíz, pero al año siguiente se quedaron sin tierra”. El padre botaba el poco dinero que tenía en alcohol y Marichuy tenía que vender semillas en una ciudad vecina: con las ganancias comían todos en la familia.
Marichuy estudió la secundaria y la preparatoria a escondidas de su padre. De niña, observaba cómo las mujeres de su familia curaban a las personas del pueblo de diversos males. En 1987 su madre perdió la movilidad de la cintura para abajo. Pasó por algunos especialistas que no pudieron mejorarla, hasta que ella misma la trató haciendo uso de los saberes tradicionales. Marichuy no solo logró sacar adelante a su madre, sino que se convirtió en una curandera y abrió una casa de salud en Tuxpan. Hoy es parte del cuerpo académico de la Universidad de Guadalajara.
“El levantamiento de los zapatistas, en 1994, fue para mí sumamente inspirador: siendo quizá más pobres que yo, se atrevieron a luchar contra los ricos y poderosos”, escribió Marichuy. A lo largo de ese mismo año su comunidad de indígenas nahuas fue invitada a participar en un foro nacional indígena y ella fue nombrada la representante. “Descubrí que este era mi espacio y que debía unirme a la lucha contra el poderoso. Desde entonces decidí participar en las siguientes reuniones, fungiendo como puente entre mi comunidad y el resto de las comunidades organizadas”. Marichuy participó en las elecciones de 2018 como precandidata independiente, una figura legal que permite a personas sin partido entrar a la contienda electoral. De acuerdo con la ley mexicana, para poder participar los candidatos independientes deben conseguir poco más de 800.000 firmas y alcanzar el 1% del padrón electoral en 17 estados, metas que son imposibles de alcanzar si no se tiene algún tipo de infraestructura.
Así que la campaña de Marichuy se centró en conseguir esas firmas, pero sobre todo, en demostrar, por un lado, la desigualdad entre ella y los otros independientes, políticos profesionales sin partido que aprovecharon el hueco para colarse en el proceso, que gastaron sumas considerables de dinero e hicieron trampa para conseguir aquellas firmas, como se demostró más tarde. Sirvió también para levantar conciencia de lo alejadas que estaban esas comunidades indígenas de algún tipo de representación digna, y para levantar algo de apoyo, sobre todo en las élites intelectuales de la Ciudad de México, que se organizaron a su alrededor.
Su discurso, abiertamente anticapitalista, ecologista, feminista, y en favor de las autonomías indígenas, también contrastaba con la mezcla ideológica del otro candidato de izquierda, Andrés Manuel López Obrador, que es en realidad una reedición del viejo nacionalismo de la Revolución mexicana, en la práctica antifeminista, contra la sociedad civil, la libertad de expresión y ambiguo contra la oligarquía, que ha dominado la escena nacional.
Marichuy no obtuvo el registro y en febrero de 2018 se salió de la contienda, pero a los que vivimos en la ciudad nos ha dejado una idea del abandono del mundo rural y de las comunidades originarias. Una versión moderna de la misma desolación de 'El llano en llamas', de Juan Rulfo, o una llamada de atención a cómo nos hemos aprovechado de un botín que tiene más de 500 años de historia.
Entrevistada en España el 12 de octubre de 2019, dijo a un periodista de 'El País' que le preguntó qué significaba para ella esa fecha. “Para mí, y para los pueblos indígenas de México, que es de quienes traigo la voz, es un día en el que empieza un exterminio, un desangramiento de América. Es un día malo: no hay nada que celebrar. Y aquello que se inició entonces se sigue dando hoy: no ha acabado el despojo y el desprecio de los pueblos originarios. No se ha terminado de robar sus riquezas”.