ELECCIONES EN FRANCIA

Marine Le Pen gana fuerza en la recta final de la campaña

Amado Herrero

París —
7 de abril de 2022 23:35 h

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El fondo sigue siendo el mismo pero las formas han cambiado. Marine Le Pen sonríe mucho más en las entrevistas. Habla de los gatos de raza que cría en su propiedad de La Celle-Saint-Cloud, en las afueras de París. Se emociona cuando le preguntan por su sobrina, Marion Maréchal, que ha decidido apoyar al otro candidato de extrema derecha, Éric Zemmour. Para estas elecciones la presidenta de la Agrupación Nacional (AN) parece haber aprendido las lecciones de su derrota de 2017, ha dejado que sus rivales se desgasten y ha optado por un mensaje menos agresivo, aunque manteniendo un programa de extrema derecha prácticamente sin cambios. 

Y la dinámica del final de campaña, cuando se acerca la primera vuelta de este domingo, parece darle la razón: en las últimas semanas se ha consolidado en la segunda plaza, cinco puntos por encima de su principal rival para optar al puesto que permite pasar a la segunda vuelta, Jean-Luc Mélenchon, según el último barómetro de Ipsos. Otra novedad: por primera vez Le Pen sería la candidata que mejor resultado conseguiría en un hipotético duelo con Emmanuel Macron en la segunda vuelta, entre el 45% y el 47% de las intenciones de voto. Si bien ningún sondeo la da como ganadora, en todos está recortando terreno al actual presidente. Hace cinco años las encuestas le daban diez puntos menos en el mismo tramo de la campaña.

De confirmarse estos resultados, supondría un nuevo paso en la estrategia de “desdemonización” (en francés dédiabolisation) del partido lepenista, iniciada en 2011 cuando tomó el control del Frente Nacional (que se convirtió en Agrupación Nacional en 2018). En esta última fase, Éric Zemmour ha desempeñado un papel fundamental. La retórica del extertuliano –aún más agresiva contra el islam y la inmigración– unida al endurecimiento del discurso de la derecha moderada, han ayudado a normalizar la imagen de Le Pen ante una parte de los electores. “La transformación del paisaje mediático también favorece esa normalización”, resumía hace unos días un análisis realizado por investigadores de la Fundación Jean-Jaurès. “La ofensiva liderada por Vincent Bolloré, con la compra de CNews y de Europe 1, ha dado una plataforma a los tertulianos conservadores y/o radicales identitarios”, indicaba.

Poder adquisitivo y guerra en Ucrania

Además, si la candidatura de Zemmour ha podido dividir en parte el voto de extrema derecha, también ha absorbido gran número de votantes de la derecha gaullista: según el barómetro Ipsos un 14% de los votantes de Fillon en 2017 votarán ahora por Zemmour. Después de una campaña claramente que ha ido de más a menos, las encuestas sitúan hoy a Valérie Pécresse por debajo del 10% de los votos, menos de la mitad de lo que hizo en 2017 François Fillon, sobre el que pesaban en aquel momento múltiples acusaciones de corrupción

La candidatura de Zemmour hace además que Le Pen disponga de una reserva de votos de cara a la segunda vuelta. Según Ipsos, ocho de cada diez votantes del ex columnista de Le Figaro irán a Le Pen. Esos votos, unidos a la falta de movilización de los electores de izquierda (sería la segunda vez consecutiva que no hay un candidato progresista entre los finalistas) son los elementos con los que cuenta para dar la sorpresa y superar a Macron en el último momento.

La invasión de Ucrania podía haber supuesto un golpe a su campaña, dados los vínculos de Le Pen con Vladímir Putin. Su partido aún está pagando un préstamo de un banco ruso por valor de 9,4 millones de euros y tuvo que retirar un folleto electoral que incluía una foto de Le Pen dando la mano a Putin durante un viaje en 2017. Pero una vez más, Zemmour actuó como aliado involuntario. Poco después del ataque, Marine Le Pen reaccionó rápido, optó por una breve condena (sin dejar de culpar a la OTAN) y desde entonces ha mantenido perfil bajo sobre la cuestión. Mientras, Zemmour –aunque también condenó la agresión– centraba las críticas al cuestionar las acciones de Occidente y oponerse a la acogida de refugiados ucranianos

Una de las estrategias de Le Pen para evitar hablar de Rusia ha sido reforzar su discurso sobre el poder adquisitivo. Desde finales del pasado año había orientado la campaña hacia los trabajadores, fundamentalmente para atraer a aquellos con los salarios más bajos. Además de “devolver Francia a los franceses”, también promete “devolver su dinero a los franceses”. Para ello, plantea bajar el IVA del 20% al 5,5% en el gas, el combustible y la electricidad, medida cuyo coste cifra en 12.000 millones de euros al año. De un liberalismo contrario a casi cualquier fiscalidad, en tiempos de Jean-Marie Le Pen, se ha pasado en esta década a medidas destinadas a gravar “la riqueza financiera” y a políticas a favor del poder adquisitivo, aunque sin entrar nunca en demasiados detalles. 

Un programa de extrema derecha

“Hoy todos los que están a la derecha de Mélenchon son considerados extrema derecha”, se indignaba hace unos meses en los micrófonos de France Info. “Esa acusación de extrema derecha no la soporto, me supera”. A pesar de estas protestas, lo cierto es que el núcleo de su programa permanece sin grandes cambios desde los años del Frente Nacional. Ha repetido en varias ocasiones que su primera medida si llega a la presidencia será someter a referéndum un proyecto de ley, que el partido ya ha redactado, sobre inmigración e identidad. 

La “preferencia nacional” sigue siendo la piedra angular del proyecto: establecer una discriminación legal entre nacionales y extranjeros en el acceso al empleo, la administración pública, vivienda social o las ayudas. En contra de los compromisos internacionales firmados por Francia, plantea restringir en un 75% las llegadas relacionadas con el derecho de asilo, así como suprimir la naturalización por matrimonio y el derecho de ciudadanía para los hijos de padres extranjeros nacidos en Francia.

En materia social, la Agrupación Nacional retiró en 2017 de su programa la pena de muerte, a la que Le Pen se ha mostrado siempre favorable (“salvo que los franceses la restablezcan a través de un referéndum de iniciativa popular”, matiza). La candidata ha denunciado en varias ocasiones la generalización de lo que ella considera “abortos por comodidad” y ha pedido que la interrupción voluntaria del embarazo deje de formar parte de las intervenciones cuyo coste reembolsa el sistema de seguridad social.

Ha defendido en varias ocasiones que los derechos de los homosexuales “no se respetan en una serie de zonas fuera de ley en Francia”, en referencia a barrios populares de mayoría musulmana. Sin embargo, su partido defiende eliminar las subvenciones a las asociaciones “muy orientadas a la convivencia y a la discriminación”, apuntando a ONGs que trabajan para sensibilizar sobre igualdad de género, luchar contra el racismo y la homofobia o asistir a inmigrantes.

En el ámbito internacional, Marine Le Pen parece haber renunciado a la salida de la Unión Europea y del euro, que todavía defendía en 2017. Sin embargo, sí prevé “renegociar muchas de las directivas o incluso de los propios tratados” de la UE, para aplicar medidas como la restricción del acceso de los ciudadanos europeos a los derechos sociales. Todo eso se traduciría automáticamente en un pulso con Bruselas y procedimientos de sanción como los que se han abierto contra Polonia y Hungría. Muy crítica con el eje París-Berlín, Le Pen está mucho más cerca de Viktor Orbán, que la recibió en Budapest en octubre de 2021 y con el que volvió a encontrarse en Madrid el pasado enero. 

Quedan por resolver multitud de incógnitas en las dos citas electorales -la de este domingo y la del 24 de abril- que marcarán la elección del presidente francés, desde los niveles de abstención hasta la firmeza del frente republicano contra la extrema derecha. De clasificarse para la segunda vuelta, la campaña entre las dos votaciones será fundamental: en 2017, Marine Le Pen perdió seis puntos y se quedó en el 33,9% después de una actuación muy criticada en el debate televisado. También deberá concretarse el apoyo de Zemmour y el de Marion Marechal, que formará parte de una negociación más amplia en la que se definirá la organización de sus partidos de cara al futuro. De momento Zemmour ya le tiende la mano: “Marine y yo no estamos enfadados, simplemente somos rivales”.