La portada de mañana
Acceder
Aldama zarandea al PSOE a las puertas de su congreso más descafeinado
Corazonadas en la consulta: “Ves entrar a un paciente y sabes si está bien o mal”
OPINIÓN | Días de ruido y furia, por Enric González

“Nos matan, nos arrestan, nos quitan tierras, no os olvidéis de Cisjordania”

No hay mejor manera de entender los efectos de la ocupación israelí que viajar por Cisjordania. En este territorio palestino ocupado, trufado de vallas, muros, checkpoints y carreteras de uso exclusivo para israelíes, los palestinos viven atrapados, aislados por imposición.

Cisjordania es como un queso gruyer: un conjunto de cantones palestinos desconectados y separados por los asentamientos judíos y las carreteras, en las que las señalizaciones solo indican los nombres de las colonias e ignoran la existencia de las localidades palestinas.

Desde la aplicación de los Acuerdos de Oslo, ciudades cisjordanas como Ramala, Belén, Nablús o Hebrón se encuentran sin continuidad territorial, como islas aisladas en un mar dominado por Israel. El Estado israelí ha construido kilómetros de carreteras israelíes que unen las colonias judías entre sí y con Jerusalén y que actúan a modo de fronteras para los palestinos, ya que a buena parte de ellos se les prohíbe cruzarlas.

Desde junio la escalada de violencia israelí ha aumentado en este área palestina. Al menos 33 palestinos han muerto por ataques del Ejército de Israel. A esta cifra se suman otros dos muertos en las últimas horas, ambos por disparos israelíes: uno en Hebrón y otro en Ramala. 1.397 palestinos han resultado heridos por soldados o colonos israelíes. Y más de 500 han sido arrestados bajo la figura de la detención administrativa, que permite mantener en secreto los cargos y por tanto condena a los presos a no disponer de un juicio. Entre estos detenidos hay 35 parlamentarios.

Desde el inicio de septiembre han sido arrestados otros 127 palestinos. Además, tras la masacre en Gaza y el alto el fuego, ha llevado a cabo la mayor confiscación de terreno palestino en Cisjordania de los últimos 30 años.

Orden de deportación contra una parlamentaria

Dentro de la campaña de persecución israelí a los parlamentarios palestinos se ha producido un hecho inédito hasta la fecha: el intento de secuestro y deportación de uno de los miembros del Consejo legislativo, la parlamentaria Khalida Jarrar. El pasado 20 de agosto, en plena madrugada, decenas de soldados israelíes irrumpieron en su casa con una orden de detención administrativa.

“Yo estaba sola con mi hija, entraron en casa diciéndome que tenían que llevarme a Jericó. Es decir, me secuestraban por considerarme una amenaza a la seguridad israelí. Rechacé firmar la orden. Les dije: sois un poder ocupante, matáis a mi gente, derribáis nuestras casas, arrestáis y venís en mitad de la noche a secuestrarme. Sois vosotros los que debéis abandonar esta tierra, porque la estáis ocupando ”, cuenta Jarrar en conversación con eldiario.es, en una pequeña habitación del Consejo Legislativo palestino en Ramala, donde vive refugiada desde entonces. “Bienvenidos a mi nueva casa de Ramala”, nos dice, con un tono de amargura.

Desde su intento de secuestro por parte de las fuerzas israelíes, Jarrar recibe a diario decenas de visitas de palestinos y de activistas internacionales. Esta semana se han reunido con ella en Ramala europarlamentarios de la Izquierda Unitaria Europea, entre ellos integrantes de Podemos, IU y Bildu, quienes se han interesado por su situación y han mostrado su solidaridad tanto con ella como con los parlamentarios palestinos arrestados este verano.

“Con la ocupación, con reglas de apartheid, con la demolición de viviendas, Israel está arrinconando más y más a los palestinos. Los parlamentarios palestinos arrestados tienen derecho a un juicio justo, este Parlamento europeo tiene que hacer algo más que una mera condena”, denunció este martes, desde Bruselas, Martina Anderson, una de las europarlamentarias que acaba de regresar de Cisjordania.

Jarrar subraya que la represión israelí ha aumentado considerablemente en los dos últimos meses. “Antes, había en Cisjordania 150 personas detenidas bajo arresto administrativo, que permite el encarcelamiento sin cargos ni juicio durante tiempo ilimitado. Ahora, ya hay más de 500 arrestados. Han demolido viviendas, especialmente en el valle del Jordán y en Hebrón, han ordenado la confiscación de más tierra, han asesinado a 25 personas, hay cientos de heridos. Vivimos acantonados. La única solución es la resistencia popular y la reacción de la comunidad internacional para que de una vez obligue a Israel a respetar la ley”, señala.

A pesar de ser parlamentaria, Khalida no tiene libertad de movimientos. Ha sido invitada por la Unión Europea en varias ocasiones, pero Israel siempre le ha denegado el permiso de salida. Tampoco puede viajar a Jerusalén ni a Gaza. Vive, como tantos otros palestinos, atrapada en Ramala. Integrante del Frente Popular para la Liberación de Palestina y defensora del boicot a Israel como herramienta para obligarle a terminar con la ocupación, Jarrar subraya la importancia de impulsar una negociación que no esté auspiciada bajo el paraguas de Estados Unidos y de buscar la unión palestina con nuevos liderazgos. “Para ello es preciso que se celebren elecciones”, indica. “Nos matan, nos arrestan, nos quitan tierras. No os olvidéis de Cisjordania”, remata.

Hebrón

Hebrón es una de las ciudades cisjordanas que están siendo escenario de la campaña de represión israelí tras las manifestaciones en solidaridad con Gaza. En ella, el trajín constante de los viandantes, las conversaciones en torno a los puestos de fruta y verduras del mercado, el griterío de los niños que corretean por las aceras, contrastan con el silencio y la tensión permanente que se viven unas calles más allá, en plena Ciudad Vieja, donde una comunidad de colonos judíos radicales ocupa ilegalmente territorio palestino, en pleno centro de la urbe, protegidos por uniformados israelíes. Bajo la atmósfera de aparente normalidad, Hebrón vive semanas difíciles. Aquí el Ejército de Israel mató recientemente a Khalil Al-Anati, un niño de once años de edad.

En una de las tiendas más antiguas de Hebrón, con apariencia de cueva inserta en el entramado de callejuelas, Nawal, una mujer muy respetada en su comunidad, explica cómo este último mes las fuerzas israelíes han entrado a menudo hasta el corazón de la urbe para llevar a cabo registros y arrestos.

“Vienen a interrogar a la gente, andan nerviosos buscando túneles, preguntan si aquí en las tiendas tenemos túneles, ¿de dónde a dónde?, pregunto yo”, dice riendo con amargura. “Han matado a nuestra gente en Gaza. ¿Qué quieren, matarnos a todos? Tienen el poder. Pueden hacer lo que gusten. Es así de dramático. El futuro juzgará la indiferencia de la comunidad internacional”, lamenta.