A las 5.30 horas de la mañana del 20 de marzo de 2003 se escucharon las primeras explosiones en Bagdad. Una hora y media antes se había cumplido el ultimátum que Bush le había lanzado a Sadam Husein para abandonar el poder y salir de Irak. “Las fuerzas estadounidenses y de la coalición han comenzado una campaña de acción conjunta contra el régimen de Sadam Husein. Nuestra coalición es amplia, más de 40 países de todo el mundo. Nuestra causa es justa: la seguridad de las naciones a las que servimos y la paz del mundo. Y nuestra misión es clara: eliminar las armas de destrucción masiva de Irak, acabar con el apoyo al terrorismo de Sadam Husein y liberar al pueblo iraquí”, dijo el presidente Bush.
La justificación de la invasión se basaba en una mentira y la llamada “coalición de voluntarios”, encabezada por EEUU (y en la que también estaba España), sirvió para disimular que la guerra era ilegal y carecía de autorización. El 9 de abril, con el rostro tapado con las barras y las estrellas, soldados estadounidenses derribaron una inmensa estatua de 12 metros de alto de Sadam Husein en la capital. Bagdad había caído.
“Las operaciones de combate importantes en Irak han terminado. EEUU y nuestros aliados han prevalecido”, afirmó Bush en un discurso perfectamente escenificado a bordo de un portaaviones estadounidense tan solo 40 días después de aquellas primeras explosiones. Bush llegó a la embarcación, situada a menos de 50 kilómetros del puerto de San Diego (California), como copiloto de un avión de combate y vestido de uniforme militar. No sabía todavía lo que aquella invasión iba a desencadenar: insurgencia, violencia sectaria al borde de la guerra civil y condiciones que favorecieron el auge y expansión del Estado Islámico. Las últimas tropas estadounidenses no salieron de Irak hasta diciembre de 2011, casi 9 años después. “Sabemos que entre 275.000 y 306.000 civiles iraquíes han muerto por causas violentas relacionadas con la guerra desde el inicio de la invasión hasta octubre de 2019”, sostiene un informe de Brown University. 4.431 soldados estadounidenses perdieron la vida.
“Tristemente, nos equivocamos en la mayoría”
En octubre de 2002, con la publicación de la Estimación Nacional de Inteligencia (NIE, por sus siglas en inglés) se creó oficialmente la justificación para la invasión. Una NIE es la información de inteligencia de mayor autoridad del país, aprobada por los directores de todas las agencias de inteligencia del Estado. El análisis afirmaba que Sadam tenía armas químicas, armas biológicas, que estaba trabajando en el arma nuclear y que estaba ampliando su fuerza de misiles para el uso de este tipo de armas de destrucción masiva.
“Tristemente, nos equivocamos en la mayoría”, decía esta semana Andy Makridis, encargado de trasladar la información de inteligencia al presidente Bush entre 2002 y 2004 y posteriormente director del grupo nuclear de la CIA, durante un programa con Michael Morell, ex director adjunto de la agencia. “Nos equivocamos con las armas químicas, nos equivocamos con las armas biológicas y nos equivocamos con las armas nucleares. Sadam ya no tenía esos programas. Los había parado y se había desarmado”. Solo la oficina de inteligencia del Departamento de Estado y el Departamento de Energía disentían con algunas de las conclusiones sobre el programa nuclear.
Cuando Sadam fue capturado, en diciembre de 2003, le dijo a los estadounidenses que había renunciado en secreto a su programa de armas de destrucción masiva porque no quería que los iraníes lo supieran y que pensaba que la CIA era lo suficientemente buena como para descubrir la verdad y ver que no había armas. “Le creímos porque en ese momento estaba seguro de que iba a ser ejecutado y quería que se contara su historia. No estaba disimulando. Y lo que nos dijo encajaba con los hechos”, afirma Morell en el programa que él mismo presenta, 'Intelligence Matters'.
EEUU no tenía fuentes en el círculo de Sadam para conocer sus planes reales y, además, el proceso de confirmación de su información era parcial: “Buscábamos elementos que confirmaran nuestra hipótesis en lugar de buscarlo todo”, dice Makridis.
La otra gran justificación, la vinculación de Sadam Husein con el terrorismo de Al Qaeda y los ataques del 11-S, tampoco era cierta. Abu Musab al Zarqawi, líder de Al Qaeda en Irak (futuro ISIS) vivía en el norte del país. Allí su grupo tuvo contacto con un agente de inteligencia iraquí y en 2002 el propio Zarqawi viajó a Bagdad a recibir tratamiento médico. “Para algunos en el Gobierno, estos dos puntos eran suficientes para demostrar un vínculo entre Sadam y Zarqawi, pero los analistas no lo veían así”, dice Morell. “A Irak le interesaba vigilar al grupo, no colaborar con él”, añade.
Tanto Morell como Kristin Wood, entonces directora de la rama antiterrorista y de la oficina de análisis del Centro Antiterrorista de EEUU, admiten ahora que recibieron presiones de miembros del Gobierno para establecer esté vínculo entre Irak y Al Qaeda. “Sin duda, el Gobierno intentaba que describiéramos las cosas de otra manera”. Paralelamente, esos mismos miembros del Gobierno, como el vicepresidente Dick Cheney, hacían declaraciones a los medios “inconsistentes con la información de inteligencia”, sostiene Morell. Por ejemplo, Cheney decía que el vínculo entre Sadam y el 11-S estaba “confirmado”. Incluso el presidente Bush dijo en noviembre que Sadam Husein estaba “tratando con Al Qaeda”.
“Vosotros no os creéis esta mierda sobre Irak y Al Qaeda, ¿no?”
“La Casa Blanca ha decidido que necesitamos un ‘momento Adlai Stevenson’ en la ONU”, fue el mensaje que recibió Morell del entonces director de la CIA. Stevenson fue el representante de EEUU en el Consejo de Seguridad que en 1962 se enfrentó a la URSS por el emplazamiento de misiles en Cuba y, con una gran escenificación, mostró las imágenes satelitales que lo demostraban. Por eso no es casualidad que el propio Colin Powell, entonces secretario de Estado, mostrase en su discurso ante el Consejo de Seguridad fotografías tomadas por satélites e incluso un bote con muestras de las supuestas armas de destrucción masiva.
En la CIA elaboraron varios documentos para la preparación del discurso de Powell, pero cuando recibieron el primer borrador, este había sido redactado por la oficina del vicepresidente Cheney. “No solo el personal del vicepresidente había escrito sus propios documentos analíticos para incluir sus valoraciones en el discurso del secretario. También se habían lanzado en paracaídas dentro del cuartel general de la CIA para presionar a favor de su punto de vista”, escribe Morell en sus memorias. El propio Powell se mostraba escéptico ante los borradores que le habían escrito. “George [Tenet], vosotros no os creéis esta mierda sobre Irak y Al Qaeda, ¿verdad?”, le preguntó al director de la CIA, según relata Morell en el libro.
Aun así, y tras haber rebajado notablemente el borrador inicial, Powell dio su discurso, dijo que todo lo que decía estaba probado, mencionó el nombre de Zarqawi en 21 ocasiones y acusó directamente a Irak de tener vínculos con Al Qaeda e incluso de entrenar a terroristas en la fabricación de armas químicas y biológicas. “Las autoridades iraquíes niegan las acusaciones de vínculos con Al Qaeda. Estos desmentidos no son creíbles”, aseguró Powell pese a las dudas que había mostrado previamente en privado. Aquel día, EEUU había pedido tapar la reproducción del Guernica de Picasso situado a la entrada del Consejo de Seguridad, uno de los símbolos antibelicistas más destacados del mundo.
“Di ese discurso con un aviso de cuatro días y basado en inteligencia obtenida meses atrás. No había nada inventado y nada que yo hubiese introducido. De hecho, hubo gente que quiso introducir elementos no contrastados y yo me negué”, dijo Powell en una entrevista 10 años después. “Presenté las mejores pruebas que teníamos y eran pruebas que ya habían convencido al Congreso hacía meses. Resultó que, como descubrimos más tarde, mucha de aquella inteligencia era errónea. Imagina cómo me sentí. Es una mancha en mi trayectoria y por supuesto que me arrepiento”.
Mentiras, teatro y ojos ciegos
Pese a las advertencias, pocos días después de declarar la victoria en la guerra el 1 de mayo, Paul Bremer, diplomático estadounidense al mando de la autoridad ocupante, disolvió las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, prohibió el partido Baaz de Sadam y expulsó de su trabajo a todos aquellos que fueran miembros del partido, desde profesores a policías. “De pronto, teníamos 450.000 hombres armados y desempleados que se convirtieron en un terreno fértil de reclutamiento para la insurgencia”, explica Luis Rueda en el podcast 'Intelligence Matters', director del Grupo de Operaciones de Irak y responsable de todas las operaciones de la CIA en el país. “Tal y como habíamos dicho, la gran mayoría de los miembros del Partido Baaz tenían que ser miembros del partido para mantener sus trabajos. Era como el Partido Comunista en la URSS”.
Entonces el caos empezó a apoderarse de las calles con asesinatos y saqueos. Bremer había sugerido responder disparando a los iraquíes que participaban en los saqueos. Además los arsenales de armas también fueron objeto de robos. “Se aseguraba que estos sitios estaban bajo control. Realmente no estaban bajo control”, confesó Powell. Cuatro años más tarde de aquella decisión, Bush insinuó que no había autorizado la orden de Bremer y que el plan era “dejar intacto el ejército”. Bremer respondió filtrando a The New York Times, sus intercambios por escrito con el presidente sobre este tema y que desmentían la versión de Bush.
Hasta la salida de Bremer de Irak en junio de 2004 estuvo envuelta en la mentira. El plan era disolver la autoridad ocupante y entregar el poder a un gobierno provisional hasta la celebración de elecciones en 2005. Tenían que vender el mensaje de que la situación estaba bajo control, pero no lo estaba.
“Los servicios de inteligencia sugerían que los terroristas y los insurgentes estaban planeando una gran serie de ataques el día 30 [de junio] para avergonzarnos y que pareciese que nos estaban echando. Por eso teníamos que trazar un plan de salida que no supusiese un C-130 [el plan era salir de forma triunfal en el C-130, mismo avión en el que aterrizó Bremer en el país]. Y, por supuesto, lo teníamos que mantener todo en secreto”.
“Subimos las escaleras del C-130 y nos sentamos en él durante unos 15 minutos mientras que la prensa y todo el mundo se iba. Después nos salimos, descargamos el equipaje que estaba en el C-130 y volamos en helicóptero a otra parte del aeropuerto. Y en lugar de salir en un C-130, salimos de forma segura en un avión más pequeño del Gobierno hacia Jordania”. A pesar del teatro, EEUU no salió de Irak y la guerra no solo continuó, sino que se endureció.
También se documentaron abusos y mentiras de las tropas estadounidenses, como en el caso de las torturas en la cárcel de Abu Ghraib. El secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, argumentó entonces que aquello era un “caso aislado” y “excepcional”. La historia demostró, sin embargo, que aquello era una estrategia bien planificada.
Finalmente, fue Obama quien autorizó la retirada definitiva y lo vendió como un éxito, describiendo el Gobierno del entonces primer ministro, Nuri al Maliki, como “el más inclusivo de Irak hasta la fecha”. Pero Maliki era profundamente sectario y las autoridades estadounidenses lo sabían y estaban advertidas desde hace años. “Hay un momento donde [el general] Petraeus y yo estábamos tragando polvo todos los días y le dijimos [al presidente Bush] que teníamos que hacer un cambio. El presidente nos contestó: sabéis, chicos, sé que estáis bajo mucha presión, pero id a sentaros bajo un árbol hasta que esa idea se os vaya de la cabeza. Vamos a hacer que funcione con Maliki”, afirmó el embajador de EEUU en Irak, Ryan Crocker. El siguiente embajador, James Jeffrey, también le dijo a Obama que “Maliki era un problema”. “Pero el presidente y el país habían tomado la posición de que Irak había sido un error, de que habíamos terminado nuestra guerra y de que si veíamos cosas que no nos gustaban, haríamos lo que hacemos con el resto de países”.
Tras la retirada estadounidense, el primer ministro iraquí incrementó su persecución contra la población suní y poco a poco la violencia terrorista fue aumentando. Dos años después de la salida estadounidense, Obama y Maliki se vieron de nuevo y Obama reconoció el aumento de la actividad de Al Qaeda. Sin embargo, EEUU se resistió a intervenir hasta que ISIS se comió a Al Qaeda y conquistó buena parte del país sembrando el terror. A petición del Gobierno de Maliki, EEUU volvió a Irak para combatir al Estado Islámico y las presiones internacionales ayudaron a forzar la dimisión del primer ministro iraquí.