Michelle Obama evitó este sábado por la noche mencionar por el nombre al expresidente y actual candidato republicano. Ante miles de seguidores en el estado clave de Pensilvania, la ex primera dama hizo un discurso en el que a ratos se le quebró la voz en defensa de la empatía y en contraste con el mensaje incendiario del “rival de Kamala”.
“Es más fácil destruir que construir… La destrucción es rápida y despiadada y nadie sabe cuándo parará”, dijo en Norristown, una pequeña ciudad al norte de Filadelfia, en un discurso para rebatir los insultos republicanos contra inmigrantes, minorías, mujeres o rivales políticos. “Tal vez se es un hombre pequeño intentando sentirse grande echando gasolina sobre el dolor auténtico de otra gente”.
“Estamos siendo inundados por voces que nos dicen que debemos sospechar de nuestros vecinos, que el servicio militar es para ‘perdedores’, y que hay ‘un enemigo dentro’”, dijo en referencia a las palabras que ha utilizado el rival de Harris cuando era presidente y ahora como candidato. “Sigue sin ser normal. Es desconcertante. Es peligroso. Y es vergonzoso”.
Obama insistió en el peligro del ataque contra “el otro”: “Un día va a por gente que no conoces. Tal vez sean inmigrantes, negros o comunidades trans. Después, va a por tu vecino, un amigo, un pariente que es puertorriqueño, judío o palestino. Después va a por ti”.
Michelle Obama sigue siendo la figura más popular del Partido Demócrata a pesar de su reticencia a la política y su negativa durante años a presentarse a un cargo público.
En Norristown, su discurso fue interrumpido varias veces con gritos de “I love you” y “Yes, we can”. Ante los cánticos del eslogan de la campaña de su marido, ella contestó: “Sí, lo hicimos. Y lo podemos hacer otra vez”.
Entre aplausos, se le quebró la voz en el escenario al contar la de una mujer de 100 años que conoció hace unos días en Michigan y que lo que sentía era compasión y empatía hacia los demás después de una vida en que había participado en el esfuerzo para ganar la Segunda Guerra Mundial y había vivido la lucha por los derechos civiles.
Esta noche, Michelle Obama hablaba ante miles de personas en un pabellón de un instituto de Norristown, una ciudad donde viven unas 35.000 personas. Los asistentes, un arcoiris de edad, género y raza, habían hecho cola serpenteante durante horas en el campus alrededor del instituto. Otras miles más se quedaron fuera por la falta de capacidad del pabellón donde hablaba Obama y de otro espacio para verla al menos en pantalla.
Su mensaje arropaba a miles de ya convencidos. Muchos ya habían votado por correo para evitar posibles percances el día (laborable) de las elecciones.
País de inmigrantes
Es el caso de Meena Raman y Raman Gopalakrishnan, una pareja de médicos de un condado vecino que hace cola para ver por primera vez a Michelle Obama. Los dos apoyan Harris, pero es él quien está más entusiasmado y ella quería ver con sus “propios ojos” un mitin. Meena llega con una camiseta del Barça -ella y su familia son aficionados al fútbol- y lleva una chapa de “Swifties por Harris”, en referencia a la cantante Taylor Swift.
Gopalakrishnan, también autoproclamado Swiftie, recuerda su primer mitin para ver a Barack Obama en 2008. Cuenta que siempre ha estado involucrado en política. Dentro de unas horas planea llevar a voluntarios en su coche para ir de puerta a puerta a animar el voto y en estas elecciones ya ha probado a hacer llamadas para intentar ayudar. Este año el país se juega más que otros.
“Este es un país de inmigrantes y fuimos recibidos con los brazos abiertos hace unos 25 años”, explica Gopalakrishnan, psiquiatra que se mudó de India con su esposa, anestesióloga, para terminar sus estudios de Medicina. “Amamos este lugar. Es un lugar al que llamamos hogar. Y no puedo dejar que se lo lleve un tirano”. Gopalakrishnan dice que Harris “no es perfecta”, pero “al menos su cabeza y su corazón están en el lugar correcto” igual que Biden. “Es una lucha entre el bien y el mal”, dice.
En las elecciones de 2016 no pudo votar porque todavía no tenía la ciudadanía estadounidense. Justo la obtuvo poco después de las elecciones y recibió una carta de “bienvenida” firmada por el todavía presidente Barack Obama. Su mujer se convirtió en ciudadana unos días después, cuando ya había empezado el mandato del nuevo presidente republicano, y no recibió ninguna carta. “Sólo por unos días de diferencia… Ninguna carta. Pero sabemos que somos bienvenidos en el país. Son los ideales y valores lo que lo hace diferente. Y es algo que está hecho a partir de una idea y no hay nada que pueda superarlo. Por eso estamos involucrados”.
Meena Raman reconoce tener miedo sobre qué pasará el martes. “Todos deberían salir y votar. Esa es la clave. Somos un estado realmente importante, alentaremos a todos los que nos rodean a que salgan y voten”, dice, y explica que sus vecinos también están “comprometidos”. Su hijo, de 22 años, ya ha votado, y les da pena que su hija, de 17, todavía no haya cumplido la edad mínima para participar.
La participación en Pensilvania
Norristown está en un condado demócrata al norte de Filadelfia que Biden ganó casi por 30 puntos hace cuatro años parecido al condado donde vive esta pareja de médicos. La participación es la clave ahora para decidir una carrera muy ajustada.
Pensilvania es el estado que dejó claro el resultado de las presidenciales en 2020, a favor de Joe Biden, y en 2016, a favor de Donald Trump.
El estado es especialmente importante para Harris considerando los estados más ajustados en disputa. Ningún candidato demócrata ha llegado a la Casa Blanca sin ganar en Pensilvania desde Harry Truman en 1948. En cambio, sí hay más ejemplos de republicanos que lo han conseguido, el último George W. Bush en 2000 y 2004. Biden venció a Trump por unos 81.000 votos en 2020 en todo el estado, pero, como recordó este sábado Michelle Obama, es un estado tan grande eso significa que de media cada sección censal se decidió por nueve votos. Ahora las encuestas muestran un empate en intención de voto que hace imposible predecir el resultado.
Esta noche, el espíritu de la mayoría es de euforia entre cánticos y mensajes inspiradores. “Me siento muy optimista. Todos los mítines han estado desbordados, al límite de su capacidad. Es una buena señal”, dice Inga, trabajadora de un centro médico del condado, que llega con su hermana, abogada, y se hace amiga de otro grupo de mujeres en la cola.
Enfermeras por Harris
Lexi Abeln, enfermera que trabaja en Harrisburg, no quería correr el riesgo de quedarse sin votar, como le pasó en una ocasión en la que no pudo salir a tiempo del hospital, y también ha votado por correo. Lleva una chapa de “enfermeras por Harris”.
“Vi el impacto directo en lo que tuvo la primera presidencia de Trump, un efecto negativo en la atención médica en los Estados Unidos. Y creo que una nueva presidencia de Trump sería absolutamente devastadora para la salud y el bienestar de los ciudadanos estadounidenses. Soy madre, tengo hijos y eso me preocupa”, explica. “Mucha gente no se da cuenta de cómo la anulación de Roe v. Wade afectó la salud de las mujeres de una manera que está poniendo más vidas en juego”, dice en referencia a la sentencia que desde 1973 protegía el derecho al aborto en todo el país y fue revocada por el Supremo, de mayoría conservadora, en 2022. Dice que en su hospital ve a personas que llegan por abortos espontáneos y piensa en lo grave que es que en otros estados “se niega atención vital para la madre porque los médicos tienen miedo de ser castigados”.
La hija de Abeln, que tiene 25 años, vive ahora en Madrid con su pareja y ha votado en la embajada de Estados Unidos. También su hijo, universitario en Pensilvania. Abeln piensa en cómo vivieron los dos el cambio del país después de 2016. “Entonces casi sólo conocían a Obama como presidente. Se sentían tan seguros y protegidos que no se podían imaginar algo así… Cayeron en una depresión cuando ganó Trump. Es algo que no esperaba. No quiero que eso vuelva a suceder”.