Muerte y resistencia en la frontera entre Estados Unidos y México
A lo largo de la extensa frontera entre Estados Unidos y México, las temperaturas en verano alcanzan fácilmente los cuarenta grados. El desierto de Sonora se extiende a ambos lados de la frontera y se erige como una barrera mortal para los miles de migrantes que buscan una vida mejor en el norte. Miles de personas anónimas han muerto en estos desiertos en la ruta conocida como 'El camino del diablo'.
Nunca sabremos cuántos han muerto, el desierto borra la evidencia de los que se desvanecen. Los buitres, coyotes e insectos se abalanzan voraces sobre los cadáveres y dejan solo los huesos blancos. Se han hallado restos de más de 3.000 personas, pero los expertos estiman que más de 10.000 han muerto al intentar cruzar el desierto. Grupos de voluntarios han deambulando durante años por las arenas ardientes del Sonora, dejando comida, agua y medicamentos a lo largo de los senderos de los migrantes que se conocen y haciendo todo lo posible para reducir la letalidad del desierto.
En enero de 2018, Scott Warren, del grupo de ayuda humanitaria 'No más muertes', fue arrestado, acusado de acoger “extranjeros” y de conspiración. Estos cargos son delitos federales por los que se enfrentaba a hasta veinte años de cárcel. En el primer juicio, el jurado no pudo determinar un veredicto, que debe ser unánime, y ocho de los doce miembros votaron por la absolución. Los fiscales federales retiraron la acusación de conspiración y se ha programado un nuevo juicio. Warren todavía se enfrenta a una posible sentencia de diez años de prisión.
Democracy Now! ha participado en una de las travesías para dejar agua y comida junto a Warren y otras dos voluntarias de 'No más muertes', Geena Jackson y Paige Corich-Kleim. La ruta comienza desde la nueva oficina de ayuda humanitaria que la organización comparte con grupos afines en Ajo, Arizona, y avanza a través de un rústico camino de ripio hasta el Monumento Nacional Organ Pipe Cactus, declarado reserva de la biosfera por la Unesco.
Pese a que era temprano, la temperatura ya superaba los 38 grados. La reserva se extiende desde las cercanías de Ajo hasta la frontera con México. Al oeste del monumento nacional se encuentra el Refugio Nacional de Vida Silvestre Cabeza Prieta, el mayor refugio de los 48 estados meridionales del país. “En este momento no puedo poner pie en el refugio debido a los cargos de delitos menores que enfrento por haber brindado ayuda humanitaria”, explica Scott Warren.
El aumento de la militarización en ciudades fronterizas como Nogales, en Arizona, obliga a los inmigrantes a internarse en el desierto. “Los migrantes se han visto forzados a incursionar en estas áreas remotas y difíciles desde hace décadas, como resultado de la política de prevención mediante la disuasión”, afirma Warren frente a la base de operaciones avanzadas de la Patrulla Fronteriza en el desértico valle de Growler.
Growler es un vasto y desolado valle azotado por el sol y salpicado de cactus, que se extiende desde la frontera hacia el norte. Abarca Cabeza Prieta y Organ Pipe y más adelante el campo de entrenamiento militar de la Fuerza Aérea Barry Goldwater, que los migrantes deben cruzar para poder alcanzar la ruta Interestatal 8 y su esperada nueva vida más allá. En el campo de entrenamiento militar Goldwater se han descubierto en los últimos años varios restos óseos humanos.
El escritor Luis Alberto Urrea describió elocuentemente la muerte de 14 migrantes en este valle en su libro finalista del premio Pulitzer de 2004, 'The Devil's Highway' ('El camino del diablo', en español). Urrea describe en seis etapas la cercanía de la muerte: “El aire del desierto, como tú, tiene sed. Te absorbe el sudor tan rápido como tú lo produces, tan rápido que ni siquiera te das cuenta de que estás sudando… el aire te toca los labios para quitarte el agua. Cada respiración te deja la nariz reseca, así como la boca, la garganta… La desolación primero te bebe a pequeños sorbos, luego en tragos profundos”. “Si lloras, estarás haciendo una inversión infinitesimal a favor de tu propia muerte”, agrega Urrea.
Debido a sus juicios pendientes, Warren acompañó la expedición para dejar agua y comida, pero no participó en la actividad. “La ayuda humanitaria nunca es un delito. Es un imperativo humanitario tratar de aliviar la muerte y el sufrimiento en esta área. A pesar de la manera de actuar de las instituciones, que intentan criminalizar a los trabajadores de ayuda humanitaria, nosotras sostenemos que la ayuda humanitaria nunca es un delito”, manifiesta Geena Jackson mientras ultima los preparativos para dejar en el desierto los bidones de agua. Junto a Paige Corich-Kleim escribieron mensajes en cada uno de los bidones de agua que dejaron a la sombra de un árbol, junto a un sendero creado a lo largo de los años por las personas que realizan este peligroso viaje.
“Generalmente escribo mensajes de tono religioso, como 'Vayan con la fuerza de Dios' o 'Que Dios bendiga su camino'”, cuenta Corich-Kleim. Lo hace para que los migrantes sepan que el agua se lo han dejado personas en las que pueden confiar, y que es seguro beberla. También dejan latas de frijoles que brindan las calorías y sales necesarias que las personas van perdiendo a medida que se adentran en el abrasador calor del desierto.
“Estoy notando la energía de este momento y creo que es, tal vez, porque todos nosotros estamos aquí, y por escuchar a mis amigas leer los mensajes que escriben en las botellas. Hacer esto se ha vuelto tan rutinario para nosotros que llegas a olvidar lo importante, bonito y hasta sagrado que es hacer esto”, expresa Warren.