La pandemia de COVID-19 ha dejado al descubierto un mundo “roto” desigual, dividido y que no rinde cuentas. Es una de las principales conclusiones a las que llega la Junta de Vigilancia Mundial de la Preparación (GPMB, en inglés), un órgano independiente de supervisión y rendición de cuentas para garantizar la preparación ante las crisis sanitarias mundiales, en un informe publicado este martes en el que lanza una dura advertencia a los líderes mundiales.
El grupo, compuesto por líderes políticos, expertos y directores de distintas entidades, sostiene que, casi dos años después, el mundo sigue luchando por mitigar el impacto de la COVID-19 “fragmentado por el creciente nacionalismo, las tensiones geopolíticas y las profundas desigualdades”.
Este “mundo roto” falló a la hora de prepararse para la pandemia de COVID-19 y respondió de forma inadecuada y desigual una vez que comenzó. Y es poco probable que la respuesta a la próxima pandemia sea mejor.
La junta considera que el mundo “no tiene capacidad para acabar con la actual pandemia en un futuro próximo ni para prevenir la siguiente” sin grandes reformas sanitarias globales. Advierte así de que la oportunidad para lograr un cambio significativo se está estrechando rápidamente a medida que el impacto del virus disminuye en algunos países y la atención del mundo se desplaza a otros asuntos.
La solidaridad, un “mero eslogan”
El informe anual, publicado en el marco de la Cumbre Mundial de la Salud que se celebra estos días en Berlín, recalca que “la brecha entre los mundos de 'los que tienen y los que no tienen' es cada vez mayor” y se ve claramente en la respuesta a la pandemia. “Mientras los países hablan de solidaridad y equidad, son colectivamente incapaces de cumplirlas” dice el grupo, que indica que el mundo experimentó “desigualdades similares” en su respuesta a anteriores emergencias sanitarias, como el VIH/SIDA y el ébola.
Los países y poblaciones pobres “son los que más sufren la pérdida de puestos de trabajo, el cierre de escuelas y los fallos en la cadena de suministro”, añade el informe, que adelanta que el ritmo de su recuperación será más lento.
“Si el primer año de la pandemia de COVID-19 se definió por un fracaso colectivo a la hora de tomarse en serio la preparación y actuar rápidamente sobre la base de la ciencia”, dice Elhadj As Sy, copresidente de la GPMB, “el segundo ha estado marcado por las profundas desigualdades y el fracaso de los líderes a la hora de comprender nuestra interconexión y actuar en consecuencia. ¿Qué nos deparará el tercer año?”
El ejemplo más destacado de desigualdad este año ha sido el desequilibrio en la disponibilidad de vacunas y tratamientos. La CPMB critica que el acceso está determinado por la nacionalidad y la posición en la sociedad, no por la necesidad o la equidad.
A su juicio, una cifra flagrante es que, a fecha de 20 de octubre, el 63% de los habitantes de los países de renta alta habían recibido al menos una dosis de la vacuna contra el coronavirus mientras en los países de bajos ingresos, solo el 4,5% la había recibido. Casi el 90% de las naciones ricas han alcanzado el objetivo de la OMS inmunizar al 10% y dos tercios han alcanzado el objetivo del 40%. Sin embargo, ni un solo país de bajos ingresos ha alcanzado ninguno de los dos objetivos.
Como coinciden muchas voces, la junta, fundada en 2018 por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Banco Mundial, considera que los esfuerzos internacionales para mejorar la equidad no han alcanzado sus objetivos, obstaculizados por la polarización y la competencia. Aquí mencionan los obstáculos a los que se ha enfrentado el mecanismo global creado para el reparto equitativo de vacunas COVAX, que ha acabado dependiendo de las donaciones de dosis. También resaltan desigualdad en el acceso a los suministros médicos, incluidos los diagnósticos y los tratamientos.
“La solidaridad global sigue siendo un mero eslogan, con pocas acciones significativas para conseguirla”, dice el documento. La falta de equidad mundial también se debe a las desigualdades sistémicas que existen desde hace tiempo en el sistema internacional.
En opinión del grupo, existe un malentendido de la solidaridad mundial: se considera equivalente a la buena voluntad y la ayuda, en lugar de la equidad y el interés común. “Los países ricos siguen ofreciendo ayuda a través de donaciones de contramedidas médicas en lugar de apoyar las capacidades de fabricación, las transferencias de tecnología y unas disposiciones de propiedad intelectual más justas”.
Sin rendición de cuentas
El documento también hace hincapié en que no se rinden cuentas en la preparación y respuesta a las emergencias sanitarias. En esta materia, dice la junta, “los líderes hacen declaraciones y se comprometen con acuerdos internacionales, pero no los cumplen”. Recuerdan que en las dos últimas décadas se han formulado cientos de recomendaciones de expertos y se han creado nuevas estructuras, “pero el nivel de ambición y acción no ha estado a la altura de las necesidades mundiales”.
Un ejemplo es que los países no han conseguido que la OMS disponga de una financiación adecuada, predecible y sostenible “que le permita ser fuerte e independiente”, una de las peticiones repetida por numerosos expertos, en sintonía con lo reclamado por el Panel Independiente de Preparación y Respuesta a la Pandemia, que ha evaluado la gestión internacional de la crisis sanitaria de la COVID-19. “El mundo carece de mecanismos eficaces para garantizar la rendición de cuentas”, advierten.
Como resultado, “el ecosistema de las emergencias sanitarias es complejo, ineficiente y carece de agilidad”.
División y competencia
La crisis global, en lugar de unir a las personas, “ha tendido a separarlas”. “El ecosistema de las emergencias sanitarias refleja este mundo roto. Después de cada crisis se proponen cambios, pero son pocos los compromisos que se asumen, e incluso los que se asumen a menudo no se cumplen”.
El informe destaca que la COVID-19 irrumpió en un mundo polarizado caracterizado por el aumento del nacionalismo, la desconfianza y la desigualdad.
La pandemia no ha hecho más que “acelerar esas tendencias”. “Y lo que es peor”, señalan, “aunque la clave para contener la pandemia y prepararse para la siguiente es la acción colectiva, los procesos actuales para reformar el ecosistema de las emergencias sanitarias pueden simplemente perpetuar esta fragmentación”, dice el grupo.
A su juicio, existe un grave riesgo de que las divisiones geopolíticas, las desigualdades y la competencia que han caracterizado la respuesta a la COVID-19 y que se siguen reproduciendo conduzcan a soluciones que perpetúen las divisiones existentes en lugar de superarlas. “Los esfuerzos están mal coordinados y muchos de los países y partes interesadas están excluidos de los debates”.
Desde el G7 a la Asamblea General de la ONU, los líderes se han reunido durante el último año, “pero con poco que mostrar aparte de declaraciones de intenciones, y con escasas pruebas de que hayan tenido un impacto significativo en la trayectoria de la pandemia”. En este sentido, vuelven a señalar que el ejemplo más evidente es que la disfunción, la división y la competencia entre países han aumentado la desigualdad vacunal.
El mundo sigue sin estar preparado
La junta considera que el mundo sigue estando “lamentablemente mal preparado”. “No tiene capacidad para acabar con la actual pandemia en un futuro próximo ni para prevenir la siguiente”. Alerta de que el mundo “es menos seguro que nunca; el riesgo de futuras pandemias está aumentando a un ritmo mayor que nuestra capacidad para prevenirlas”.
“Si seguimos aplicando los modelos y soluciones del pasado, seguiremos fracasando. Tenemos que cambiar las reglas del juego, reparar las relaciones rotas y redefinir fundamentalmente la forma en que trabajamos juntos”, dice.
Según la GPMB, se necesitan seis soluciones cruciales. La primera es reforzar la gobernanza mundial, adoptar un acuerdo internacional sobre la preparación y respuesta a las emergencias sanitarias [cuya necesidad se debería acordar en la Asamblea Mundial de la Salud de noviembre] y convocar una Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno, junto con otras partes interesadas, sobre la preparación y respuesta a las emergencias sanitarias.
En segundo lugar, hay que construir una OMS fuerte con mayores recursos, autoridad y rendición de cuentas. También hay que crear un sistema ágil de emergencias sanitarias que pueda aportar equidad a través de un mejor intercambio de información, y “un mecanismo integral de investigación, desarrollo y acceso equitativo a los bienes comunes”.
En cuarto lugar, la junta cree que se debe establecer un mecanismo colectivo para la preparación que garantice una financiación más sostenible, predecible, flexible y escalable. Asimismo, hay que “empoderar a las comunidades y garantizar la participación de la sociedad civil y el sector privado, así como reforzar ”la supervisión independiente y la responsabilidad mutua“.