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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Navalni, el líder ruso populista que desafía a Putin

El 26 de marzo, el líder opositor ruso Alexéi Navalni caminaba por las calles de Moscú junto a miles de manifestantes en una marcha contra la corrupción que él había convocado.

A los pocos minutos de iniciar la manifestación, fue detenido y encerrado en un viejo autobús policial. Cuando sus seguidores intentaron forzar su liberación, Navalni les escribió a través de Twitter que se encontraba “bien” e instó a que siguieran marchando contra la corrupción.

Esa jornada, este abogado de 40 años regresó una vez más a las portadas de los medios de comunicación del mundo. Una vuelta a su estilo. Una detención con brillo televisivo, una manifestación con miles de rusos en las calles, una denuncia de corrupción que involucra al Kremlin, y ni una sola palabra de política.

Con esa tónica, sucedieron sus últimos años. En el 2011, cuando fue acusado en una causa con tufillo político, por supuesta malversación de fondos en una empresa pública. Lo mismo un año después, cuando protagonizó las marchas más concurridas del siglo XXI en Rusia. En 2013, cuando quedó segundo en las elecciones a la alcaldía de Moscú. En los últimos tres años, cuando su organización AntiCorrupción lanzó denuncias explosivas contra el Gobierno, la más reciente contra el primer ministro, Dmitri Medvedev. Y finalmente, la marcha de finales de marzo que concentró a miles de rusos en todo el país.

En todo este tiempo, Navalni ha consolidado su imagen carismática entre los ciudadanos rusos, ha hecho famosa su actividad anticorrupción y, en suma, se ha convertido en la única persona con posibilidad de disputar el poder al presidente Putin.

Dos grandes dudas recaen sobre él. Por un lado, el hecho de que haya mantenido su libertad y visibilidad, a diferencia de muchos opositores rusos, ha despertado sospechas de que sea un “proyecto del Kremlin” para mostrar que en el país existe la oposición. Por el otro, lo poco que se conoce sobre sus ideas políticas.

“Hablar de que Navalni es un ”proyecto del Kremlin“ me parece absurdo”, dice Tania Felgengauer, conductora de Echo Moskva, la radio independiente más popular de Rusia.

“Su hermano está en la cárcel. Él mismo tiene que defenderse constantemente de la prisión. Sus colegas también están constantemente bajo amenaza. ¿Por qué le dejan hacer lo que hace? No sé. Tal vez no hayan descubierto la manera de tratar con él. O se han dado cuenta de que tiene demasiados seguidores. Para mí, la actitud de Putin hacia Navalni es un misterio”.

En cualquier caso, Felgengauer, que lo entrevistó al menos siete veces, reconoce que Navalni ha centrado sus intervenciones en los casos de corrupción, y que “en los últimos años ha comenzado a prestar atención a diferentes aspectos de la agenda interna”.

La última vez que lo entrevistó, en enero de 2015, le desafió a que explicara sus ideas: “No se trata solo de palabras. La gente responde a su llamada y sale a la calle. ¿No se siente responsable por ellos?”. Navalni contestó ambiguamente que en el futuro explicaría su posición.

Las posiciones nacionalistas de Navalni

Su colega, Irina Vorobyeva, sugirió a Navalni que después del revuelo de su última entrevista en Echo Moskva, quizás no quería hablar de ciertos temas. Se refería al 2014, cuando afirmó “Crimea es nuestra”, y como reparo de la anexión, acotó que debería realizarse un “referéndum honesto”.

“Navalni tiene una habilidad política. Está tratando de maniobrar para evitar errores con sus homólogos liberales y abiertamente prooccidentales, y no quiere dar razones a las autoridades para ser acusado de ‘antipatriota’”, explica el analista político Abbas Gallyamov.

“Hoy en día, la mejor señal de que la persona es ‘patriota’ o ‘antipatriota’ es su posición sobre Crimea. Navalni eligió la postura popular y ‘patriota’. Se podría considerar populista, pero en la Rusia moderna la única manera de tener éxito para un opositor es ser populista”.

“Navalni fue excluido del partido por su nacionalismo. Él es un populista. Nuestras posiciones difieren significativamente, por ejemplo, sobre Crimea”, afirma Galina Mijaleva, secretaria del Consejo Político del partido liberal Yábloko, donde Navalni participaba hasta que formó su propio partido (Progreso) en 2012.

En 2011, Navalni se refirió a la cultura musulmana de los países del Cáucaso con una retórica llena de prejuicios al estilo de Trump: “Sabemos que allí hay mujeres cuya ambición no es estar envuelta en una burka y tener 25 hijos”.

Mijaleva no tiene dudas sobre el racismo de Navalni: “Una vez fui testigo de sus posiciones nacionalistas y violentas contra una joven mujer de Azerbaiyán”.

El programa político de su partido para las elecciones de 2018 apenas se refiere a este tema. “Los trabajadores migrantes de Asia Central y Transcaucasia deben venir con visados de trabajo, pero no de manera incontrolable como sucede ahora”.

En cambio, dedica la mayor parte del programa electoral a la corrupción. Según su análisis, “el principal problema de Rusia es el robo a gran escala de las autoridades políticas”, cometido en una suerte de asociación ilícita con las élites empresariales afines. Según la Cámara de Cuentas de Rusia, citada por Navalni, la corrupción en la contratación estatal desvía ilegalmente 24.000 millones de dólares cada año.

Para combatirlo, propone divulgar los nombres de todos los proveedores de todas las empresas de suministro de bienes y servicios del Estado y de las empresas públicas, para conocer los patrimonios de cada uno de ellos y saber si se enriquecieron ilícitamente. Además, impulsa el cobro de un gran impuesto de una única vez para los “oligarcas cuyas propiedades se adquirieron en la reventa de materias primas y contratos del Estado, junto a participantes de subastas de hipotecas, para compensar la injusticia de la privatización”.

Las propuestas económicas, al margen de la lucha contra la corrupción y una retórica a favor del libre comercio, parecen extraídas de un programa socialista: aumentar el salario mínimo, elevar las pensiones por encima del nivel de subsistencia, impulsar la educación gratuita, mejorar el servicio de salud, desgravar a trabajadores autónomos y pequeños emprendedores, y gravar con altos impuestos a las grandes empresas.

En materia de política exterior, Navalni es escueto. “Los cientos de millones que está desperdiciando Rusia en la guerra en Siria y Ucrania, es mejor gastarlos en mejorar la vida en los hogares rusos”. En línea con su discurso liberal, concluye que “en el mundo de hoy es más rentable ser amistosos (con otras naciones) y comerciar que combatir”.

Tras su liberación este lunes tras pasar dos semanas en prisión, Navalni seguirá buscando apoyos para su partido. A fin de año, espera contar con respaldo suficiente para que el Comité Electoral ruso apruebe su candidatura para los comicios del 2018 a pesar de una sentencia en contra.

En un eventual triunfo para asumir el poder, su partido se reduce a una organización no gubernamental con menos de veinte empleados y un centenar de voluntarios. ¿Podrá por si solo imponerse a un sistema de corrupción enquistado por años?

Gallyamov, afirma que “Rusia es un país con casi ninguna institución de trabajo. Sólo personalidades y sus relaciones informales. La única ventaja de Navalni es su atractivo personal”.

Por otra parte, en alusión a las peleas con el partido Yábloko, sostiene que “hasta ahora, nunca ha demostrado ser capaz de hacer coaliciones y subordinar sus propias ambiciones a la causa común. Así que no se descarta que sea bastante autoritario y una vez en el poder gobierne a la manera que ahora lo hace Putin”.

Felgengauer, un tanto más positiva, señala que Navalny “está aprendiendo a ser un gran político, y no sólo un luchador contra la corrupción”, y destaca que es “una persona muy fuerte, que tiene que trabajar en condiciones muy difíciles, sin acceso a la televisión, sin un ambiente político libre, recibiendo constantes ataques por parte de agentes provocadores, luchando con las causas penales y el enjuiciamiento de su familia y asociados”.

En un punto están de acuerdo sus seguidores y detractores: su carisma, y su enorme capacidad para destapar casos de corrupción. En cuanto a las sospechas y diferencias, es probable que tenga tiempo para aclararlas, en tanto y en cuanto, Vladímir Putin goza de un amplio respaldo popular, y un férreo manejo de las instituciones del Estado, entre ellas, el Comité Electoral que será quien decida la suerte de Navalni como candidato.