Análisis

El negacionismo climático mengua entre la derecha internacional, pero lo que viene es igual de aterrador

Oliver Milman

29 de diciembre de 2021 22:25 h

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Frente a las ruinas del Coliseo, Boris Johnson explicó en Roma por qué detrás de la caída del imperio romano también había un motivo para abordar la crisis climática. En aquella época, igual que en la nuestra, dijo, el derrumbe de la civilización giró en torno a la debilidad de sus fronteras.

“La caída del imperio romano fue, en gran parte, resultado de la inmigración descontrolada, el imperio ya no podía controlar sus fronteras, la gente entraba por todos lados”, dijo el primer ministro británico durante una entrevista realizada en vísperas de la conferencia de la ONU por el clima en Escocia celebrada en noviembre.

La civilización puede ir hacia delante o hacia atrás, como dice Johnson, y el destino de Roma representa para el primer ministro una dura lección de lo que puede ocurrir si no frenamos el calentamiento global.

Esta narrativa que combina el desastre ecológico con los temores a una inmigración desenfrenada ha florecido en los movimientos de extrema derecha de Europa y Estados Unidos y está llegando al discurso político dominante.

Fuera cual fuera la intención de Johnson, el primer ministro británico estaba siguiendo una corriente de pensamiento de parte de la derecha, que ha pasado de negar abiertamente el cambio climático a utilizar sus consecuencias para reforzar sus líneas de batalla ideológicas (y a menudo, racistas). En muchos casos, las personas que en todo el mundo siguen esta línea de pensamiento se están haciendo eco de ideas ecofascistas cuyas raíces se remontan a una época anterior de nacionalismos basados en la patria y la sangre.

Populismo medioambiental

En Estados Unidos, una demanda del fiscal general republicano de Arizona exige la construcción de un muro fronterizo que impida la llegada de migrantes desde México argumentando que “provocan directamente la emisión de contaminantes a la atmósfera, dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero”.

En España, Santiago Abascal aboga por la restauración “patriótica” de una “España verde, limpia y próspera”. Sin embargo, durante la tramitación de la ley de cambio climático, el partido presentó una enmienda a la totalidad en la que no negaba el calentamiento de la Tierra pero ponía en duda que la causa fuera la acción humana. 

En Reino Unido, la formación de extrema derecha British National Party dice ser el “único partido verde de verdad” del país debido a sus políticas de migración. Y en Alemania, el partido populista de derecha Alternativa para Alemania (AfD) ha dejado atrás algunas de sus burlas hacia los modelos científicos del clima y ahora alerta de que las “duras condiciones climáticas” en África y Oriente Medio provocarán una “inmensa migración masiva hacia los países europeos”, lo que exigirá el endurecimiento de las fronteras.

En Francia, el partido Reagrupamiento Nacional [antiguo Frente Nacional] ha dejado de ser bastión del negacionismo climático para fundar una sección verde llamada Nueva Ecología con la que Marine Le Pen, la presidenta del partido, promete crear la “principal civilización ecológica del mundo” centrándose en alimentos cultivados localmente.

“El ecologismo es el hijo natural del patriotismo porque es el hijo natural del arraigo”, dijo Le Pen en 2019. “Si eres nómada, no eres ecologista; los que son nómadas no se preocupan por el medio ambiente, no tienen patria”, añadió. En la derecha europea, el eurodiputado de Reagrupamiento Nacional Hervé Juvin es considerado una de las principales figuras dentro de lo que él llama el “localismo verde y nacionalista”.

Ignorar o despreciar la ciencia ya no es la efectiva arma política que era antes. “Ahora se ve muy poco negacionismo climático en las conversaciones de la derecha”, dice Catherine Fieschi, analista política y fundadora de la organización Counterpoint, especializada en seguir las tendencias del discurso populista. En lugar de negacionismo, la creciente corriente de populismo medioambiental trata de mezclar alarma por la crisis climática con desprecio hacia las élites gobernantes; y la añoranza de un regreso a las tradiciones, a la naturaleza y a la familia con los llamados a deportar a los inmigrantes.

Migrantes climáticos

Millones de personas ya se están viendo desplazadas de sus hogares debido a desastres agravados por el cambio climático, como inundaciones, tormentas o incendios forestales, especialmente en el África subsahariana, en Oriente Medio y en el sur de Asia. En agosto Naciones Unidas afirmó que Madagascar estaba al borde de la primera hambruna del mundo causada por el cambio climático.

El número de personas desarraigadas se va a disparar aún más: según algunos cálculos, en 2050 llegará a 1.200 millones de personas. Aunque la mayoría de los desplazados se quedarán en sus países, se estima que muchos millones buscarán refugio fuera de sus fronteras. Como han advertido el Pentágono y otros organismos, esta alteración gigantesca en la vida de tantas personas está llamada a provocar tensiones internas y externas que se convertirán en conflictos.

La reacción de la derecha a esta tendencia ha dado lugar a lo que los académicos Joe Turner y Dan Bailey denominan ecobordering [neologismo que combina las palabras que aluden a la política de fronteras y a la ecología], un enfoque que considera esencial restringir la inmigración para proteger la administración de la naturaleza por parte de los nacionales y donde la responsabilidad de la destrucción del medioambiente se achaca a las personas procedentes de países en desarrollo, ignorando que en las naciones ricas el consumo es mucho más elevado.

En un análisis de 22 partidos de extrema derecha en Europa, los académicos descubrieron que esta idea es un pensamiento muy extendido entre los partidos de derechas, que “presenta los efectos como causas y normaliza aún más las prácticas racistas en la frontera y la amnesia colonial de Europa”.

Turner, experto en política y migración de la Universidad de York, dice que establecer un vínculo entre clima y migración es lo lógico para políticos como Boris Johnson porque casa con el viejo tema de la derecha de referirse a la superpoblación en los países más pobres como una de las principales causas del daño medioambiental. En términos más generales, también es un intento por parte de la derecha de recuperar una iniciativa en cuestiones medioambientales que, durante mucho tiempo, ha estado en los partidos ecologistas y de centroizquierda.

“El sustento de la extrema derecha europea es el rechazo a la inmigración, ese es su pan de cada día, así que empezar a hablar de política verde se puede ver como una estrategia electoral”, dice Turner. En su opinión, estas formaciones están llevando la culpa hacia los inmigrantes de dos maneras. En primer lugar, los acusan de trasladarse a países con mayores emisiones y sumarse luego a esas emisiones, como dicen los representantes de la derecha en Arizona. En segundo, dicen que están trayendo hábitos supuestamente destructivos y contaminantes desde sus países de origen.

Una mezcla de este pensamiento etnonacionalista y maltusiano se está colando en las campañas políticas. En la investigación de Turner y Bailey hay un panfleto político del Partido Popular Suizo, el principal partido de la asamblea federal de Suiza, con la imagen de una ciudad abarrotada de gente y coches escupiendo contaminación. El eslogan dice 'detener la inmigración masiva'. En otro anuncio de la campaña de la formación conservadora se dice que un millón de inmigrantes hará necesaria la construcción de miles de nuevas carreteras y que “el que quiera proteger el medioambiente en Suiza debe luchar contra la inmigración masiva”.

Según Turner, la extrema derecha describe a los inmigrantes como “malos custodios de sus propias tierras que además no tratan bien la naturaleza en Europa”. “Así es como aparecen esos titulares con solicitantes de asilo comiéndose cisnes y todas estas ridículas estrategias para alarmar”, dice. “Se basan en esta idea de que impedir a los inmigrantes que vengan es, en realidad, defender un proyecto ecologista”.

Los expertos tienen claro que los principales responsables de la crisis climática son los ricos de los países ricos. Entre 1990 y 2015, según un estudio, la cantidad de dióxido de carbono cuya emisión pudo atribuirse al 1% más rico de la población mundial fue más del doble que el dióxido de carbono atribuible al 50% de la población mundial con menos ingresos. Los habitantes de Estados Unidos son los que provocan más emisiones per cápita del mundo, pero la llegada de nuevos habitantes a países con altas emisiones no significa un incremento del mismo nivel en las emisiones de esos países. Un estudio de la Universidad Estatal de Utah descubrió que los inmigrantes solían “utilizar menos energía, conducir menos y generar menos residuos” que los estadounidenses nacidos en el país.

“Proteger a nuestra gente”

Aun así, la idea de hacer sacrificios personales es difícil de digerir para muchos. Cada vez hay más aceptación de la ciencia del clima y existe un descontento generalizado por lo poco que han hecho los gobiernos para limitar el calentamiento global, pero el apoyo a las políticas contra el calentamiento global cae en picado en cuanto aparecen medidas que implican gravámenes a la gasolina o impuestos similares. Según un trabajo de investigación del que Fieschi es coautora, esto ha provocado que “los que rechazan estas políticas adopten el lenguaje de defensores de la libertad”.

“Están aumentando las acusaciones de una supuesta histeria climática creada por las élites para explotar a la gente de a pie”, dice. “Las soluciones de las que se habla implican gastar más dinero en los estadounidenses que lo merecen, en los alemanes que lo merecen, etc., y menos dinero en los refugiados. El mensaje es 'sí, vamos a tener que proteger a la gente, pero protejamos a nuestra gente'”.

Esta reacción se ha hecho visible en movimientos de protesta como el generado en Francia con los chalecos amarillos, que se convirtió en la mayor movilización del país desde la Segunda Guerra Mundial. Entre otras cosas, cargaban contra un impuesto sobre el carbono que llevan los combustibles.

En Internet, Greta Thunberg o Alexandria Ocasio-Cortez son los blancos preferidos para difundir memes donde las hacen pasar por nazis o demonios que pretenden empobrecer a la civilización occidental con sus ideas, supuestamente radicales, para combatir el cambio climático.

Según Fieschi, la interacción de la derecha con el clima tiene muchas más consecuencias que el endurecimiento de las fronteras porque está avivando el temor de que las libertades personales están siendo atacadas por una élite liberal y consentida. 

“En EEUU y en Europa se pueden ver argumentos de un carácter populista bastante evidente, según los cuales la élite corrupta, los medios de comunicación y el Gobierno no saben nada de cómo es la vida de la gente corriente cuando se imponen estas estrictas políticas climáticas”, dice Fieschi, que ha investigado lo que los grupos de la derecha dicen sobre el clima en Twitter, Facebook e Instagram, entre otras redes sociales.

Según Fieschi, este tipo de conversación en Internet ha ganado fuerza desde el comienzo de la pandemia de la COVID. Empieza con pequeños grupos de conservadores seguidores de teorías de la conspiración que difunden mensajes que luego son amplificados por otras figuras con miles de seguidores. Luego se difunde gracias a los influencers más importantes y entra en el pensamiento político de los partidos de centroderecha.

“Existe esta idea de la conspiración de que la COVID es un simulacro de las restricciones que los gobiernos quieren imponer con la emergencia climática, que debemos luchar por nuestra libertad de usar mascarillas y contra todas estas regulaciones por el clima”, dice Fieschi. Según ella, “hay una añoranza de la vida anterior a la pandemia y la idea de que las políticas climáticas solo van a causar más sufrimiento”.

“Lo preocupante”, continúa, “es que se sientan atraídos por esto las partes más razonables de la derecha, los conservadores y republicanos convencionales. Dicen que no niegan el cambio climático, pero luego se aprovechan de estas ideas”. 

Según Fieschi, los políticos franceses de centroderecha han comenzado a despreciar a los activistas del clima llamándolos “patéticos”. Armin Laschet, el candidato de la Unión Demócrata Cristiana que trató de suceder a Angela Merkel, ha declarado que frente a la sucesión de crisis globales, Alemania debe centrarse en su gente y en su propia industria.

Nativismo verde

Algunas de las raíces más profundas de esta interacción entre ecologismo y racismo están en Estados Unidos. Sus antiguos tótems del movimiento ecologista adoptaron puntos de vista que hoy se consideran aborrecibles. En el siglo XIX, los espacios naturales se consideraban ligados a una masculinidad recia y exclusivamente blanca. El destino manifiesto exigía la expansión de una frontera segura.

John Muir, el padre de los parques nacionales en Estados Unidos, describía a los nativos americanos como “sucios” y decía que “no parecían tener un lugar adecuado en el paisaje”. Madison Grant, figura destacada en la protección del bisonte americano y en la creación del parque nacional de los Glaciares, era un eugenista declarado que abogaba por internar en guetos a las razas “inferiores” y que hizo presión, con éxito, para que el congoleño Ota Benga fuera expuesto en el zoo del Bronx junto a los simios. Esta idea de las jerarquías raciales acabaría siendo adoptada por la ideología de los nazis, que también se consideraban ecologistas.

En los últimos años se ha producido una especie de ajuste de cuentas con este inquietante pasado. En Nueva York han retirado de la fachada del Museo Americano de Historia Natural una estatua de bronce de Theodore Roosevelt montando a caballo y flanqueado por un nativo americano y un africano y hay al menos un grupo ecologista llamado John James Audubon (un esclavista antiabolicionista) que va a cambiar de nombre. Pero en otros lugares, una derecha resurgida ha recogido esta noción de los daños que provoca la superpoblación ahora que el movimiento progresista ecologista está alejándose del tema.

En Estados Unidos los republicanos han detectado la oportunidad. Son conscientes del desánimo que sienten muchos de sus votantes más jóvenes ante la difícil tarea de conciliar las implacables posturas del negacionismo climático con un futuro que ven envuelto en el humo de los incendios y el agua de las inundaciones

Según Blair Taylor, director de programas del Instituto de Ecología Social, “la derecha está recuperando la vieja retórica maltusiana sobre la población y está utilizando justificaciones ecológicas en vez de las menos populares declaraciones racistas”. “Es raro que esto se haya vuelto un tema popular en el oeste de Estados Unidos porque el oeste está poco poblado y no por eso se ha frenado la destrucción del medioambiente”, dice. “Pero la idea es despertar los miedos de la gente del lugar, no hacer algo que pueda resolver el problema”.

La punta de lanza del nacionalismo moderno en EEUU es, por supuesto, Donald Trump, que ha desestimado la ciencia del clima al tiempo que ha tratado de pintar a los migrantes de México y de América Central como criminales y “animales” mientras prometía devolver un aire y un agua sin contaminación a los ciudadanos estadounidenses que sí lo merecen. Si hubiera otra presidencia de Trump, o una campaña exitosa de alguno de sus acólitos, se mantendría esa política nacionalista aunque el negacionismo climático pueda verse atenuado.

La demanda del fiscal general republicano en Arizona podría ser el preludio de una estrategia para vestir como una medida ecologista la creación de muros fronterizos. “Veremos teorías extrañas que repartirán culpas en todas las direcciones equivocadas”, dice Taylor. “Más muros, más fronteras, más exclusión: lo más probable es que ese sea el camino que sigamos”.

Ecofascismo

Con diferentes formas, este tipo de reformulación del ecologismo ya se está manifestando en la derecha estadounidense. Desde los survivalists portadores de armas que ven la naturaleza como un bastión a proteger de los intrusos (en palabras de Taylor, defienden “una ideología de 'volver a la tierra' en la que uno es proveedor, responsable del sustento y no un chico feminizado de manos blandas”), hasta los practicantes de un “bienestar” vagamente místico que han ganado prominencia difundiendo informaciones falsas sobre la eficacia de las vacunas contra la COVID-19.

Este último grupo, según Taylor, incluye a los que sienten fascinación por la agricultura ecológica, por la cultura vikinga, por teorías conspirativas extremas como la fantasía de QAnon y por el rechazo de la ciencia y de la razón en favor del descubrimiento de un “yo auténtico”. En su opinión, todas estas facetas dispares se encarnan en Jake Angeli, el llamado chamán de QAnon que participó junto a otros alborotadores en el asalto al Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero

Conocido en todo el mundo por los cuernos y el tocado de piel de oso que llevaba durante el asalto, Angeli ha sido condenado a 41 meses de prisión por su responsabilidad en la revuelta. En la cárcel volvió a atraer la atención de los medios por negarse a comer los alimentos que le servían en prisión aduciendo que no eran orgánicos.

Angeli decía estar a favor de los “ecosistemas limpios” y antes del asalto había asistido a una marcha por el clima con el objetivo de promocionar su canal de YouTube, repleto de teorías de la conspiración. Ha sido descrito como un ecofascista, igual que Patrick Crusius, el hombre de Dallas acusado de matar a 23 personas en 2019 en un tiroteo masivo dentro de un supermercado Walmart de El Paso (Texas). En un documento publicado poco antes del tiroteo en Internet, Crusius escribió: “El medioambiente está empeorando cada año... Así que el siguiente paso lógico es disminuir el número de personas que están usando los recursos en Estados Unidos. Si podemos deshacernos de un número suficiente de personas, nuestro modo de vida puede ser más sostenible.” 

El tiroteo de Crusius tuvo lugar pocos meses después de la masacre terrorista en dos mezquitas de Christchurch, en Nueva Zelanda, en la que perdieron la vida 49 personas. El autor del atentado se describió a sí mismo como un ecofascista molesto con las tasas de natalidad de los inmigrantes.

Este tipo de actos violentos y extremos que nacen de las ideas ecopopulistas de la derecha son aún poco comunes, pero según Taylor la llamada “alt-right ha sido muy hábil cogiendo esas preocupaciones y convirtiéndolas en un pensamiento aceptado”.

“Han fomentado la idea de que la naturaleza es un lugar salvaje de supervivencia que nos devuelve a las primeras sociedades, que la propia naturaleza es fascista porque no hay igualdad en la naturaleza, eso es lo que creen”.

Las personas que defienden a los que huyen de catástrofes climáticas esperan que haya un cambio en la otra dirección. Algunos hablan de la necesidad de crear un nuevo marco internacional para los refugiados. La convención de la ONU sobre los refugiados no reconoce el cambio climático, ni sus efectos, como una razón para dar asilo a los refugiados. Una escalada de desplazamientos forzados por sequías, inundaciones y otras calamidades subrayará la necesidad de una reforma. Pero abrir ese tratado para renovarlo podría significar tanto una mejora como un retroceso, teniendo en cuenta el ascenso del populismo y del autoritarismo en muchos países.

“Los países principales no están dispuestos a cambiar ninguna de las definiciones en torno a los refugiados. De hecho, Estados Unidos y Reino Unido están dificultando aún más la solicitud de asilo”, dice Turner. “Creo que lo que se va a ver es un aumento de los desplazados dentro de cada país y que toda la carga, como ya pasa, va a recaer sobre los países del sur global”.

En última instancia, la magnitud del sufrimiento causado por el calentamiento global y las respuestas cada vez más radicales que se requieren para afrontarlo ayudarán a formar la respuesta de la derecha. Cada vez más gente reclamará una acción contra el clima, pero cualquier restricción impuesta por los gobiernos servirá de justificación a los derechistas que hablan de élites extralimitándose.

“Mi sensación es que no haremos lo suficiente para evitar que otros se lleven la peor parte”, dice Fieschi. “Después de todo, la solidaridad tiene sus límites, por supuesto que quieres cosas buenas para los niños de todo el mundo, pero en última instancia, vas a poner a tus hijos en primer lugar”.

Traducción de Francisco de Zárate.