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ANÁLISIS

Netanyahu vuelve a casa de EEUU sin un solo rasguño y aún más envalentonado

Codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH)
Kamala Harris se reúne con Benjamin Netanyahu en Washington el 25 de julio de 2024
26 de julio de 2024 22:12 h

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Benjamin Netanyahu podría copiar a Julio César y, de regreso de su enésima visita a Washington, repetir lo de veni, vidi, vici. Eso es así a pesar de lo que a primera vista podría parecer un viaje accidentado, salpicado con protestas ciudadanas ante el hotel en el que se alojaba, soportando la ausencia en el Congreso de un centenar de congresistas y la mitad de los senadores demócratas mientras sermoneaba a los restantes o escuchando las palabras de la vicepresidenta, y ahora candidata demócrata, Kamala Harris, reclamando el cese de las hostilidades en Gaza.

Evidentemente, el primer ministro israelí no iba a la capital estadounidense a contentar a quienes se escandalizan por las barbaridades que está cometiendo su ejército en la Franja y por el respaldo inequívoco que Joe Biden le presta a pesar de que la Corte Internacional de Justicia y la Corte Penal Internacional lo tienen en su punto de mira. Iba, sin disimulo alguno, a confirmar si cuenta con el apoyo de su principal valedor internacional para recibir toda la ayuda –diplomática, económica y, sobre todo, militar– que necesita para terminar la tarea en la que está empeñado. Y poca duda cabe de que ha vuelto a lograrlo.

Netanyahu se mueve sobre seguro. Sabe que, en los meses que le quedan en la Casa Blanca, Biden no dejará de apoyar a Israel, aunque en sus declaraciones tenga que incluir algún apunte crítico y en ocasiones se anime a expresar sus deseos sobre el fin de las hostilidades, la liberación de los prisioneros que Hamás tiene en su poder y hasta la existencia de dos Estados en Palestina. Son meras exigencias del guion que en nada cuestionan lo que viene siendo la pauta de todos los presidentes estadounidenses, sean republicanos o demócratas, desde hace décadas. Sabe igualmente que si Donald Trump vence en las elecciones del próximo 5 de noviembre tendrá asegurado un respaldo aún más nítido, sin sombra alguna de crítica. Y hasta puede calcular que entonces logrará finalmente contar con la colaboración directa de Washington para neutralizar definitivamente la amenaza que Irán representa y para lograr la normalización de relaciones con la satrapía saudí en el marco de los Acuerdos de Abraham.

Pero es que también sabe que en el caso de que Kamala Harris sea la próxima presidenta, nada sustancial va a cambiar en la relación entre Washington y Tel Aviv. Conviene no dejarse confundir por el hecho de que la vicepresidenta no haya querido acudir al Congreso a escuchar a Netanyahu, cuando posteriormente no ha tenido ningún reparo en reunirse con él y en su primer discurso sobre el tema, en lugar de plantearle cuáles son las líneas rojas que no puede cruzar sin consecuencias, se ha limitado a mostrarse como una firme defensora del derecho de Israel a defenderse y a criticar a sus conciudadanos por mostrar públicamente su enfado contra el controvertido visitante.

Sus buenos deseos de una pronta resolución del conflicto no son más que palabras tan vacías como las de los demás gobernantes occidentales que no parecen querer entender que los palestinos ya están hartos de gestos que no vayan acompañadas de hechos para detener la masacre que están sufriendo.

En esas condiciones se entiende que Netanyahu vuelva a casa aún más envalentonado. Las críticas no le han producido ni un solo rasguño, por mucho que haya dado sobradas muestras de que no le preocupa la suerte de los prisioneros, lo que digan o hagan los tribunales y organismos internacionales y ni siquiera la defensa de los intereses y la imagen de su propio país. Su máxima prioridad es mantenerse en el poder a toda costa y para ello está apostando por la prolongación del conflicto, lo que, de paso, le garantiza el apoyo de los socios más extremistas del gabinete ministerial que preside. Para ello necesita lo que solo Estados Unidos puede darle, incluyendo muchas de las armas que las fuerzas israelíes están empleando en Gaza.

Provisto de esa cobertura puede seguir ordenando la muerte de trabajadores humanitarios, periodistas y civiles desarmados (y hambrientos), sacar adelante en la Kneset una resolución que echa abajo la más mínima posibilidad de que algún día vaya a aceptar la existencia de un Estado palestino y hasta iniciar el proceso legislativo para declarar a la UNRWA- ¡una organización de las Naciones Unidas!- organización terrorista. Una deriva, en definitiva, que pasa por encima del derecho internacional, que olvida las obligaciones de Israel como potencia ocupante y que apunta inevitablemente a más barbarie. Y por si hubiera alguna duda del estado de opinión entre los responsables políticos que rodean a Netanyahu, interesa recordar que más allá de lo que puedan decir y hacer personajes tan patibularios como Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich, los que aparecen como alternativas, sea Benny Gantz o Yair Lapid, solo se salen del guion dominante en Israel para plantear la necesidad de deshacerse de su primer ministro.

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