El expresidente de Francia, Nicolas Sarkozy, será juzgado por corrupción y tráfico de influencias en el llamado 'caso de las escuchas', en el que se le acusa de utilizar presuntamente su poder para obtener información privilegiada sobre otro caso en el que también estaba imputado.
Uno de los abogados de Sarkozy ha confirmado este miércoles que el último recurso del expresidente había sido rechazado, por lo que ya solo queda conocer la fecha en la que arrancará en juicio. Según informa el diario galo Le Figaro, el proceso contra Sarkozy empezará en los próximos meses. Un proceso histórico en la historia de Francia al ser la primera vez que un exjefe de Estado se sienta en el banquillo acusado de corrupción desde la instauración de la V República en 1958.
La investigación se dio por finalizada en 2016 y los jueces de instrucción validaron que fueran sentados en el banquillo en marzo de 2018, pero esa decisión fue recurrida.
Los magistrados habían pinchado el teléfono de Sarkozy ante las sospechas de que pudo recibir financiación del régimen libio de Muamar El Gadafi (1969-2011) durante la campaña que en 2007 le llevó al Elíseo, algo por lo que fue imputado el 21 de marzo del año pasado.
En esas escuchas descubrieron conversaciones entre el expresidente y su abogado de las que se deducía que trataban de obtener, a través del juez Azibert, información secreta de otro sumario que investigaba si Liliane Bettencourt, heredera del imperio cosmético L'Oréal, financió ilegalmente su campaña de 2012.
Algunas de esas conversaciones fueron publicadas en la prensa y dejaban entrever que Sarkozy estaba dispuesto a ayudar al juez a obtener un puesto en Mónaco a cambio de que influyera en la decisión del Tribunal Supremo sobre el caso Bettencourt.
En marzo de 2016, la Justicia validó de forma definitiva la casi totalidad de las escuchas al expresidente sobre las que se sustenta su inculpación, lo que dejó abierta la vía para el juicio previsto.
Sarkozy tiene pendiente además otro proceso por la presunta financiación irregular de su campaña a las presidenciales de 2012.
Se trata del llamado 'caso Bygmalion', una supuesta trama de falsificación de facturas para ocultar gastos electorales y burlar así los límites legales, con la que, según la acusación, gastó al menos 42,8 millones de euros frente a los 22,5 millones autorizados.