Los muertos no pueden hablar, pero sobre el cadáver del fiscal Alberto Nisman crecen las preguntas. La hipótesis del suicidio pierde peso con cada nuevo descubrimiento de la investigación judicial, mientras la sociedad argentina se debate entre el miedo y la incredulidad.
Los investigadores han tardado dos días en localizar el tercer acceso al lujoso apartamento de Nisman, pero finalmente han dado con él. Se trata de un pasadizo habilitado para situar los aparatos de aire acondicionado del edificio, un estrecho desfiladero metálico que une la casa del fiscal con la de un vecino, circunstancia muy común en Buenos Aires. Precisamente en esa entrada encontraron una pisada y una huella digital, descubrimientos que podrían tirar por tierra la teoría de que no hubo terceras personas involucradas en sus últimas horas de vida.
El constante goteo de novedades sobre el caso arroja muchas dudas y ofrece pocas certezas. El cerrajero que acudió a la llamada de la madre del fiscal para abrir la puerta de servicio, contradice con su testimonio la versión oficial del gobierno, que en un principio mantenía que la puerta estaba cerrada. “Esa puerta la podía abrir cualquiera. Estaba abierta, solo había que girar un poco la llave”.
Rodeado de un enjambre de periodistas, pero aparentemente tranquilo, Walter, el cerrajero, aseguró que nunca llegó a entrar al apartamento. La madre de Nisman le pagó nada más abrir la puerta. Siempre trabajó acompañado por el jefe de Bomberos. Ni siquiera sabía, y así lo declaró ante la fiscal Viviana Fein, por qué le habían llamado.
Las redes sociales en seguida se ocuparon de él, y reflejando el sentimiento general de miedo que vive el país, se preguntaron si no necesitaría también un escolta. Lo mismo que el presunto agente de inteligencia Ramón Allan Bogado, uno de los nombres desvelados en la denuncia de Alberto Nisman, ahora pública, que según el fallecido fiscal, habría actuado como enlace entre los gobiernos argentino e iraní. Bogado ha sugerido que teme por su vida y que está dispuesto a declarar.
El mediático juez federal Ariel Lijo, sucesor de Nisman en el caso AMIA, y conocido por sus causas contra el kirchnerismo, ha pedido al Ministerio de Seguridad custodia oficial para él y para el otro supuesto agente de la Secretaría de Inteligencia acusado en la investigación de Nisman, el exfiscal Héctor Yrimia.
Sin embargo, el secretario de Inteligencia argentino, Oscar Parrilli, ha negado que cualquiera de los dos haya sido nunca un agente contratado por su secretaría, la SIDE, según varios periodistas especializados, “una caja negra cuyo funcionamiento nadie conoce”.â¨
Esa versión contradice la que ofrecen las escuchas grabadas por Nisman, donde queda claro que ambos mantenían contacto directo con miembros del gobierno de Cristina Kirchner y trataban asiduamente con Jorge Khalil, el principal sospechoso del atentado de la AMIA de 1994, y el enlace más importante con el gobierno de Teherán. Según se desprende de estas grabaciones, el objetivo de las conversaciones era activar las relaciones comerciales entre ambos países a cambio de otorgar la inmunidad internacional a los sospechosos del atentado terrorista. En definitiva, la tesis que Nisman pretendía probar ante el Congreso, y la que apuntaba directamente como instigadora a la presidenta de la República argentina.
Pero como en toda novela policíaca que se precie, las pistas van desmontando las primeras hipótesis, y la trama se llena de preguntas sin responder. En torno a la muerte de Nisman, a medida que avanza la investigación, se multiplican los interrogantes.
“Tristemente no había pólvora”
Tres días después del inicio de la investigación el cuerpo del fiscal continúa en la morgue de la calle Viamonte a la espera de nuevas pruebas. Y ya ha empezado a hablar. Según los primeros resultados de la autopsia, el disparo se efectuó sin que la pistola se apoyara en la sien del fallecido, en otras palabras, a varios centímetros del cráneo, circunstancia poco común entre los suicidas.
El barrido electrónico realizado por los forenses, conocido como dermotest, tampoco es concluyente. Según la fiscal del caso, “tristemente no había pólvora en las manos de Nisman”.
Su exmujer, la jueza Sandra Arroyo Salgado, no cree en la hipótesis del suicidio. El perfil psicológico del padre de sus dos hijas no cuadra con el de un suicida, algo que corroboran sin dudar sus colaboradores cercanos y los muchos periodistas con los que Nisman mantuvo contacto hasta el sábado anterior a su muerte. Por si esto fuera poco, un primo de la madre del fiscal, que pudo acceder al apartamento, asegura que encontró una nota dirigida a la mujer de la limpieza en la que le encargaba las compras que tenía que realizar el lunes.
Las incógnitas no terminan aquí, para empezar por qué todavía ninguna versión consigue establecer con certeza qué pasó durante el último día de vida del fiscal.
Según los escoltas que han prestado declaración, Nisman pidió el sábado a los diez agentes que le protegían que lo dejaran solo hasta las 11.30 de la mañana del domingo. Pero cuando acudieron a esa hora el fiscal no respondía, ni a la puerta, ni al teléfono. Sin embargo, el médico que acudió a realizar el primer informe forense estableció que la muerte de Nisman no se produjo hasta las 14.30 de la tarde. ¿Qué ocurrió entretanto?
Y todavía más intrigante: ¿por qué los escoltas llamaron primero a la madre y no a sus superiores? Para cuando consiguieron entrar en la casa, gracias al cerrajero, ya eran las 21.30 de la noche. ¿Qué ocurrió en esas diez horas de las que nadie sabe dar cuenta?
Aparece un ministro
Para complicar un poco más el asunto, la administración de la torre Le Parc, último hogar del fiscal en el opulento barrio porteño de Puerto Madero, amenaza en un comunicado con emprender acciones legales contra todo aquel que hable con los medios o comparta información sobre el edificio. Un jarro de agua fría para los periodistas argentinos, que desde el minuto uno se han volcado con la historia y en ningún momento han ocultado su malestar.
Pero el tiempo va ofreciendo más pistas, y por el tortuoso camino de la investigación, los protagonistas de la trama van desvelando su nombre. Y el que más llama la atención es el del secretario de Seguridad, Sergio Berni, el primero en personarse en el lugar de los hechos, antes incluso que el juez Manuel de Campos, la fiscal Fein, o la propia policía federal. El ministro Berni argumentó chulescamente que el “podía ir a todas partes” y que si acudió el primero fue para que “nadie ingresara ni tocara nada”. Pero no contestó a dos preguntas importantes. ¿Quién le dio el aviso? ¿Qué hizo hasta que llegaron las autoridades judiciales?
Sus palabras fueron recogidas por el exdirigente peronista Juan Ricardo Mussa, que no ha tardado en presentar una denuncia ante la jueza María Servini de Cubría por encubrimiento.
Otro personaje a estudiar por la justicia es Diego Logomarsino, el colaborador que supuestamente entregó a Nisman el arma que acabó con su vida, la Bersa calibre 22 que no dejó rastro de pólvora en sus manos. Según su versión de los hechos, presentada voluntariamente ante la fiscal, Nisman le pidió el arma para defenderse porque tenía miedo, pero resulta que el fallecido ya tenía dos armas registradas a su nombre. ¿Para qué quería una tercera?
La justicia analiza ahora los posibles vínculos con agentes de la SIDE de este especialista en informática, que trabajaba desde hacía años para la fiscalía, y que cuadruplicaba el sueldo medio de un argentino. Ahora cuenta con 15 escoltas. A fecha de hoy es la última persona que vio con vida al fiscal.
En Buenos Aires, el miércoles terminó con una manifestación de solidaridad para Alberto Nisman ante la sede de la AMIA, en la calle Pasteur, el escenario del peor atentado terrorista sufrido en Argentina, y por el que más de diez años después, nadie ha sido imputado. Los participantes se unieron en una sola consigna: “No queremos respuestas, queremos la verdad”.
Y es justamente esa verdad, hoy por hoy compuesta de muchas verdades a medias, la que temen no conocer nunca los argentinos. La muerte de Nisman les ha obligado a viajar en el tiempo, devolviéndoles a los años más duros de la dictadura, los años de plomo, los años del miedo. La pregunta es ahora, ¿qué van a hacer con el?