Al igual que la invasión rusa de Ucrania no es una “operación especial militar” como insiste en denominarla Moscú, la incursión ucraniana en la región de Kursk tampoco cabe reducirla a una simple “operación terrorista”, aunque Putin haya decidido encargarle al FSB (en lugar de al Ministerio de Defensa) que lidere la respuesta.
En todo caso, la situación sobre el terreno tampoco permite concluir que estemos ante un giro radical de la guerra, por mucho que sea la primera vez desde la II Guerra Mundial que hay tropas regulares de un Estado extranjero pisando suelo ruso.
Eso no quiere decir que la penetración de varios miles de soldados ucranianos en la región de Kursk (y al parecer también en la vecina de Bélgorod) se quede en lo meramente anecdótico. Es, en primer lugar, una acción que muestra tanto la creatividad de los mandos ucranianos para aprovechar las escasas bazas con las que cuentan frente a su enemigo, como las vulnerabilidades de la maquinaria militar rusa, incapaz de garantizar la seguridad de su frontera a pesar de su abrumadora superioridad demográfica, industrial y económica con respecto a Ucrania.
Asimismo, cuestiona frontalmente el discurso de Putin, según el cual “todo va según el plan previsto”. Además, sirve para alimentar la moral tanto de las tropas como de la ciudadanía ucraniana, agobiadas por el desarrollo de la ofensiva terrestre rusa en la zona del Donbás y por los frecuentes e indiscriminados bombardeos contra objetivos civiles.
En el plano estrictamente militar, y a la espera de lo que depare una operación que está todavía en marcha, es evidente que Kiev ha logrado la sorpresa táctica, atacando en una parte del frente en la que el despliegue defensivo ruso es menos denso, lo que le ha permitido abrirse camino rápidamente. Se estima que, empleando varios miles de efectivos, son varios los centenares de kilómetros cuadrados que en una semana han pasado momentáneamente a manos de Ucrania, superando con creces lo recuperado en la fallida contraofensiva de la segunda mitad del pasado año.
El gobernador en funciones de la región rusa de Kursk, Alexéi Smirnov, ha señalado este lunes en una reunión con Vladímir Putin que “hay 28 localidades bajo el control del enemigo y que la profundidad de penetración en el territorio de la región de Kursk es de 12 kilómetros y el ancho es de 40 kilómetros”. Según los datos oficiales de Rusia, 121.000 personas han sido evacuadas y se espera la salida de otras 60.000. La incursión ucraniana, según el gobernador, ha causado la muerte a 12 civiles.
Pero eso no quiere decir que hayan podido consolidar las posiciones alcanzadas. Por el contrario, una acción de esta naturaleza consiste precisamente en un movimiento muy veloz, sin poder asegurar los flancos (lo que deja a las unidades implicadas ante el riesgo de sufrir contrataques) y aumentando las dificultades logísticas a cada kilómetro de avance (tanto para reabastecerlas con comida, munición y combustible, como para poder atender a los heridos y reparar las averías del material empleado).
Se entiende, por tanto, que es una operación limitada tanto en la entidad del golpe infligido al enemigo como en lo que cabe esperar a partir de él. Incluso aunque Kiev logre conservar la escasa porción de suelo ruso en el que ahora operan las unidades que están realizando la incursión, con la intención de contar con una baza territorial a intercambiar con Moscú en un hipotético acuerdo futuro, basta con recordar que actualmente Rusia controla en torno a unos 110.000 kilómetros cuadrados.
Lo más probable es que Ucrania haya tomado esta decisión con la pretensión de obligar a Rusia a tener que detraer tropas de la región del Donbás, donde lleva semanas concentrando el esfuerzo principal de su ofensiva, para taponar el hueco que han creado los ucranianos en unas decenas de kilómetros de un frente que se prolonga más de 1.100 kilómetros. Putin coincide que la operación ucraniana pretende “parar la ofensiva rusa” en el Donbás, según ha informado este lunes.
De este modo, Kiev espera que Moscú no tenga más remedio que intentar reducir la intensidad de unos ataques que ya han supuesto la pérdida de varias localidades y el inquietante avance de las tropas invasoras. Si eso sucede, Ucrania lograría aliviar la presión en el Donbás y ganar tiempo para reemplazar unidades muy desgastadas y contar con los últimos materiales entregados por sus aliados (aviones de combate F-16, especialmente).
Lo previsible, por tanto, es que Kiev trate de mantener por un tiempo el esfuerzo en Kursk (y potencialmente en Bélgorod y Briansk), pero sabiendo que no cuenta con suficientes unidades para ir mucho más allá, salvo que las retire de otras partes del frente (lo que sería muy arriesgado ante el actual empuje ruso).
Por su parte, Rusia tiene más opciones. Puede acumular las tropas necesarias para aniquilar por completo la penetración y restablecer la seguridad de su frontera; aunque para eso necesita tiempo para traerlas desde la retaguardia (son unidades de conscriptos y escasamente operativas) o desde otros sectores del frente (debilitando por un tiempo su propia ofensiva en el Donbás). También puede limitarse a contener el avance, esperando que se agote en sí mismo por la imposibilidad de Ucrania de superar las dificultades logísticas ya señaladas y de contar con unidades de refresco no solo para ampliar la brecha, sino también para consolidar las posiciones alcanzadas ante un enemigo superior en número.
En cualquiera de los dos casos, la apuesta ucraniana parece tener los días contados.