Caminaban despacio con una o varias flores en sus manos. Frenaban su trayecto por unos segundos y, en silencio, posaban el ramo sobre el monumento que conmemora el aniversario de la liberación de la ciudad de Odesa de la ocupación nazi. Ocurrió un 10 de abril de 1944, pero decenas de habitantes de la región ucraniana, que llevan más de un mes fortificados ante una posible intensificación de los ataques rusos en la zona, lo han homenajeado un día antes. No pueden hacerlo este domingo.
El 10 de abril, Día de la Liberación de Odesa, los habitantes de la región tienen prohibido salir de casa. Durante la noche de este sábado, la alarma antiaérea, que a menudo resuena por la ciudad y a la que pocos hacen ya apenas caso, parecía marcar el inicio del toque de queda decretado desde las 21:00 horas del sábado hasta las 6:00 horas del próximo lunes. Algo más de 24 horas de confinamiento con el objetivo de proteger a la población de “la amenaza de un ataque con misiles” durante la destacada fecha.
“Ante los hechos ocurridos en Kramatorsk, región de Donetsk, donde el ataque con cohetes a la estación mató a 50 personas y 98 resultaron heridas, en Odesa, el 10 de abril de 2022, existe la amenaza de un ataque con misiles”, informó este viernes un comunicado del gobernador de la región.
Más miedo
El anuncio llegó después de una semana complicada para la ciudad sureña de Ucrania, estratégica para el Kremlin por su localización junto al Mar Negro, su historia y sus fuertes conexiones culturales con Rusia. Si el pasado domingo un ataque contra una refinería de la región puso en alerta a la población, que observó varias columnas de humo visibles en distintos puntos de la ciudad, distintos vecinos odesanos vieron a media tarde del viernes un misil volar sobre sus cabezas en línea recta, según el testimonio de varios ciudadanos recogidos por elDiario.es. Segundos después, escucharon la detonación a una mayor distancia, en una localización determinada que las autoridades ucranianas aún no confirman.
Los constantes check-points, las barricadas formadas por sacos de arena y los erizos y púas anti-tanques recuerdan que estamos en un país en guerra. La población continúa su vida con cierta normalidad y, aunque muchos comercios continúan cerrados, muchos restaurantes y cafeterías permanecen abiertas en un horario restringido.
Pero la advertencia de un posible ataque el 10 de abril ha aumentado la tensión entre una población que empiezan a agotarse de vivir “al día”. “Ahora parece todo calmado, pero quién sabe qué pasará mañana”, dice una señora septuagenaria mientras mira hacia el cielo.
Vitali, ataviado con una camiseta de “Odesa”, se acerca agarrado de sus padres a la plataforma que eleva el monumento en memoria del día en que el Ejército Rojo expulsó a los nazis tras una operación de varios meses. La base del obelisco ya está repleta de flores, la mayoría adornadas con un lazo amarillo y azul.
“Estamos agradecidos a los liberadores de nuestra ciudad. Amamos a nuestra ciudad y, gracias a ellos, los nazis se fueron… pero celebramos este día muy preocupados, porque tememos que puede haber un bombardeo en Odesa una vez más”, dice el hombre, de 44 años. “Esta semana hemos sentido y visto los misiles. Estamos preocupados por nosotros, pero también por nuestra ciudad”.
Su madre, Lidia, se emocionó frente al monumento. Este 10 de abril, también es su cumpleaños. “Mañana cumplo 75 años, nací después de la liberación, pero este día es muy especial para mí. Siempre venimos juntos. Nos dicen que la situación en Odesa no es muy segura. Mi miedo, siempre, es el cielo”, dijo este sábado.
Poco después, una mujer miembro de la Guardia de Defensa Territorial interrumpe la charla para alertar a la familia de que llevan más tiempo de la cuenta parada en un mismo punto. “En un espacio tan abierto como este, puede ser peligroso”.
“¿Yo soy nazi?”
Svitlana Holopoba cubre su cabeza con un sombrero típico soviético, con la hoz y el martillo en su parte frontal, y viste una americana repleta de condecoraciones. Tiene 84 años y es una de las víctimas de aquellos meses de ocupación nazi. El 10 de abril de 1944 tenía solo siete años. Recuerda que llovía mucho.
Antes pasó más de un año con sus padres en una celda en el corredor de la muerte. Se toca el cuello y la cabeza para describir las torturas recibidas por sus padres, observadas cuando era una niña. Holopoba pasó a ser rehén del ejército rumano en un orfanato de Belyaevka, donde hay una estación de bombeo de agua. Un soldado soviético la encontró, según su testimonio. Le dio un sombrero, ha contado en otras ocasiones.
El 24 de febrero estaba en su casa cuando se enteró del inicio de la guerra. “De repente, me vinieron todos los recuerdos de cuando era una niña. Me duele como si fuese entonces. Pero también me alegro de estar todos juntos, como amigos, defendiendo Odesa. Me siento orgullosa de mi ciudad”. Holopoba es una habitual en cada celebración antifascista, pero este año es especial y quizá aún más doloroso.
Sufre por los niños que, como ella, ahora tienen que vivir de nuevo la brutalidad de un conflicto. También se indigna cuando escucha una de las justificaciones de Rusia para defender la invasión de Ucrania. La supuesta “desnacificación” del país.
La anciana eleva el tono de su voz: “¿Acaso soy yo una nazi? ¿me ves pinta de nazi?”.
“Preocupaciones cada minuto”
Viene solo, intenta ser discreto, pero varios vecinos le paran para saludarse. Es Oleksandr Ivanitsky, miembro del Ayuntamiento de la región de Odesa. Se acerca al monumento con un ramo de claveles rojos. “Tenemos preocupaciones cada minuto, cada día, cada hora, de que algo puede pasar. También sabemos que tenemos que caminar mirando para delante, pero también hacia arriba. Porque desde arriba nos puede caer un misil”.
Los habituales conciertos organizados en la plaza del 10 de abril serán sustituidos por el silencio y la vigilancia de las tropas ucranianas y la Guardia de Defensa Territorial. “Vivimos cada día en función de la situación”, dice la autoridad, “pero tenemos que hacer todo lo posible para asegurar la protección de nuestra población en Odesa. Pensamos que quedarnos en casa es lo mejor para nuestra seguridad: porque no podemos descubrir los planes del agresor, del enemigo. Nadie creería que alguien pudiese bombardear una estación de tren. No puedo entender qué hacen. Normalmente, en esta plaza o en otros puntos de la ciudad, se reúne mucha gente para celebrar la liberación y queremos evitar que algo pudiese ocurrir”.
En un barrio localizado a unos 20 minutos en coche del centro de Odesa, Dasha se lamenta por el empeoramiento de la situación de la ciudad. “Ahora todo es aterrador”, dice la joven a través de Whatsapp. Este domingo iba a celebrar el cumpleaños de su abuela, un día antes de su ingreso en el hospital. “Ahora ya nos tenemos que quedar en casa y no sabemos cuándo podrá salir del hospital... Es muy triste”, dice la joven, que pasó las últimas semanas en Chisináu apoyando a refugiados ucranianos llegados a la capital moldava. Llevaba días ilusionada por volver a casa, pero el día siguiente de su llegada se despertó con la noticia del impacto de un misil ruso en la refinería de la región.
Junto a un supermercado, ubicado junto a la catedral de Odessa, decenas de habitantes ultimaban las compras antes del día de confinamiento obligatorio. Con una bolsa en sus manos, Irina y Alisa paseaban a los perro un par de horas antes del inicio del toque de queda. “Estamos preocupadas. Al ser el día de la liberación de nuestra ciudad, hay peligro y posibilidad de bombardeo con misiles”, cuentan las mujeres, que han decidido permanecer en su ciudad. Solo se marcharían del país, dicen, en caso de asedio ruso.
El toque de queda impuesto por las autoridades ucranianas impide también salir a comprar alimentos. “Hemos comprado algo de comida. Mañana solo nos queda esperar a algo. No sé a qué...”, dice Alisa. Se dedica a la hostelería, pero desde el inicio de la guerra apenas ha podido trabajar. Se han acostumbrado a este mes y medio de calma tensa en Odesa, donde su población se prepara desde el principio del conflicto para un ataque ruso por tierra, mar y aire que no ha llegado a producirse, con el frente terrestre aún estancado en los alrededores de la región de la ciudad sureña de Mikolaiv. “Tenemos miedo. Vivimos al día, pero estamos cansadas de vivir al día. No podemos planear nada. No podemos pensar en el futuro. Nada. Solo despertarse, ver que todo está bien en ese momento, y seguir”.