Muy pocos guionistas serían capaces de imaginar algo como lo que acaba de ocurrir en Líbano (y en Siria): unos ataques que han herido a miles de combatientes de la milicia chií libanesa de Hizbulá, además de una docena de muertos, como efecto de la explosión este martes de los buscas que les servían para recibir órdenes e instrucciones y de los walkie talkies este miércoles. No es una película, sino una nueva demostración de la impresionante capacidad tecnológica de Israel para batir a sus enemigos dónde quiera y cuándo quiera.
En este caso, y cuando aún quedan muchas claves por desentrañar, todo parece indicar que Tel Aviv no solo ha sido capaz de conocer los planes de adquisición de esos artilugios por parte de Hizbulá, sino también de manipularlos físicamente en algún punto de la cadena de suministro, introduciendo un explosivo en su interior, y de hacerlos detonar simultáneamente. Todo eso, visto desde la perspectiva de las filas comandadas por Hasan Nasrallah, supone una vulnerabilidad extrema que afecta tanto a su moral como a su capacidad operativa. Si la milicia libanesa ha recurrido a los menos sofisticados buscas o a tender líneas telefónicas propias es, precisamente, para intentar que Israel no pudiera rastrear sus conversaciones a través de los móviles. Pero, como ahora ha quedado dramáticamente claro, ni así ha logrado escapar a los ojos y a los oídos israelíes.
En el terreno militar eso obliga a Hizbulá a replantearse sus protocolos de acción y a modificar sus redes y sistemas de comunicación interna. Una tarea que no solo les va a generar considerables problemas operativos durante el proceso, precisamente en mitad de una confrontación violenta contra las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI), sino que le ofrece a su enemigo la oportunidad de aprovechar aún más ese momento de debilidad para redoblar su embestida.
En el contexto de una confrontación a ambos lados de la frontera común que ya apuntaba a una escalada en toda regla, cabe imaginar incluso que estos ataques se hayan adelantado a los planes originales por temor a que la manipulación fuera descubierta. En términos militares, el golpe habría tenido más trascendencia como complemento al lanzamiento de una invasión terrestre, buscando la inutilización de miles de combatientes del Partido de Dios justo en el momento en el que tendrían que estar activándose para responder a dicha invasión.
En todo caso, lo que resulta más inquietante es lo que pueda venir a continuación. Por parte de Hizbulá cabe dar por seguro que habrá una respuesta. Así se viene constatando en cada nuevo capitulo de una confrontación que se remonta al verano de 2006, cuando las FDI no lograron la eliminación de la milicia a pesar de empeñarse en una guerra total. Desde entonces se viene fraguando un nuevo choque que, al hilo de lo que ocurre en Gaza desde octubre pasado, ha ido elevando la tensión con un diario intercambio de lanzamientos de cohetes y misiles por parte de la milicia libanesa –obligando a unos 80.000 israelíes a abandonar sus hogares en la zona cercana a la frontera común– y de ataques aéreos y artilleros de las FDI que han provocado la evacuación de unos 110.000 libaneses del sur del país.
Lo visto estos últimos meses da a entender de manera muy clara que Hizbulá no desea un choque frontal a gran escala, consciente de su inferioridad neta frente a un enemigo que tiene garantizado el dominio del espacio aéreo y que posee una superioridad de fuerzas imposibles de eliminar con sus limitados medios. Por un lado, y como uno más de los peones que Irán emplea en la región en defensa de sus intereses, se ve implicada en el apoyo a la causa que defiende Hamás; pero, por otro, procura calibrar sus golpes para no verse obligada a un enfrentamiento total que podría suponerle un castigo insoportable.
Por el contrario, el Gobierno liderado por Benjamin Netanyahu lleva tiempo impulsando una dinámica de fuerza bruta que le sirve a personajes como Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich el intento de materializar su sueño de un Estado judío del Jordán al Mediterráneo; y al propio Netanyahu como estrategia para mantenerse en el cargo y evitar así la acción de la justicia por las tres causas judiciales que pueden acabar con él en la cárcel.
Netanyahu, en su afán por prolongar y ampliar el conflicto con sus vecinos, acaba de añadir a sus objetivos en la guerra la vuelta a sus hogares de los israelíes evacuados del norte del país. Un objetivo que implica “limpiar” el sur del Líbano de la presencia de combatientes y simpatizantes de Hizbulá. Un objetivo que no puede lograr sin una entrada a la fuerza en ese país, empleando ya no solo unidades de operaciones especiales, sino unidades acorazadas y mecanizadas en línea.
Un objetivo, en definitiva, que bien puede arrastrar a la región a una escalada de la que, en el fondo, ninguno podrá salir victorioso.