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ENTREVISTA

Olga Misik, activista rusa: “Si Ucrania gana la guerra, el régimen de Putin caerá”

Olga Misik sujeta una copia de la Constitución de Rusia, frente a los antidisturbios en una protesta en Moscú, en agosto de 2019.

Francesca Cicardi

Bolonia (Italia) —
25 de junio de 2023 22:28 h

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Olga Misik huyó de Rusia el año pasado, tras la invasión de Ucrania, pero su oposición a las políticas del presidente Vladímir Putin viene de lejos: en 2019 salió por primera vez a la calle para protestar en contra del recorte de las libertades fundamentales en Rusia. Tenía tan sólo 17 años cuando empezó su activismo político y fue detenida y multada en más de una ocasión. Pocos meses después de cumplir la mayoría de edad, fue condenada a más de dos años de arresto domiciliario por “vandalismo”.

Ella y otros dos activistas colgaron una pancarta en solidaridad con los presos políticos rusos y arrojaron pintura roja a una caseta de seguridad por fuera del edificio de la Fiscalía General rusa. Misik había saltado a la fama por haber leído la Constitución rusa ante los policías, con uniforme de camuflaje y armados, en una manifestación anti-gubernamental en Moscú.

Su imagen aquel verano de 2019 sentada en el suelo y leyendo la Carta Magna de 1993 que consagra el derecho a la manifestación pacífica se convirtió en un símbolo. La foto ha sido equiparada a menudo a la del joven que se quedó de pie frente a un tanque de la plaza de Tiananmen durante la represión del Gobierno chino de las protestas de 1989.

Seis meses antes de que terminara su régimen de libertad vigilada en Moscú, ocurrieron “varias cosas” que le hicieron intuir que acabaría en la cárcel, relata la joven activista. Actualmente, reside en Alemania y acudió hace unos días a Italia para participar en un debate bajo el nombre “Fuga desde Moscú”, organizado por el periódico La Repubblica en Bolonia.

A pesar de que ha logrado escapar de Rusia y evitar la cárcel, sigue teniendo miedo, aunque considera que su sacrificio ha valido la pena, según dice en una entrevista con elDiario.es hecha antes del motín del jefe grupo Wagner, Yevgeny Prigozhin, contra Putin.

La acompaña su novio, que se ha convertido en su principal apoyo porque -como ella misma relata- su familia no entendió su activismo y su padre siguió sosteniendo a Putin, incluso después de las represalias contra ella. Para justificar la represión contra ella y otros jóvenes, el progenitor le recordaba que en la Unión Soviética había menos libertad. A lo que la joven rebate: “No hace falta haber vivido en la URSS para ver que actualmente hay represión en Rusia”.

La ahora veinteañera explica su toma de conciencia política, a pesar del entorno familiar: “No tomé conciencia sola. Me pidieron, siendo aún pequeña, que participara a una protesta, pero yo no entendía nada de política. Me di cuenta, en esa protesta a la que fui, de que la policía actuaba arbitrariamente y reprimía a los ciudadanos, y de que había muchos presos políticos en Rusia”, explica Misik, que se define a sí misma como una presa política.

Cientos de personas fueron arrestadas en esas protestas de 2019, desencadenadas por el veto a candidatos independientes a las elecciones locales de Moscú. “Al principio tenía mucho miedo, no quería salir a la calle y participar en las manifestaciones, pero después entendí que para mi país era importante, también desde el punto de vista de mis ideales, y seguí participando”, admite la joven.

El exilio

La creciente represión, desde la primavera de 2022, llevó a Misik y a muchas otras voces críticas con el Kremlin a huir de Rusia. La ONG Amnistía Internacional, entre muchas otras, ha denunciado la “represión sistemática de la sociedad civil, que el Gobierno del Kremlin ha ampliado y acelerado desde que el año pasado Rusia invadiera Ucrania”. Tras la invasión, el Gobierno ruso ha perseguido y sentenciado a penas de cárcel a numerosos activistas por “difundir información falsa sobre las Fuerzas Armadas de Rusia” y otros cargos empleados por las autoridades para acallar las críticas a la guerra.

Entre los represaliados, están sus amigos activistas, a los que conoció en 2019 y que estuvieron a su lado en las manifestaciones en las que se dio a conocer por desafiar a los antidisturbios con una copia de la Constitución en mano. Tiene tatuado el número de un artículo de la Carta Magna en el antebrazo izquierdo: los números parecen marcar la hora de un reloj digital que parpadea y tienen una frase superpuesta en ruso: “Llegó la hora”.

Misik tiene otros tatuajes en sus antebrazos, de varios colores, incluida la palabra never (nunca, en inglés) con la letra ene en color rojo, por lo que “nunca” puede convertirse en “siempre” (ever). Una camisa de botones blanca, remangada hasta los codos, deja al descubierto esas letras y otros dibujos simbólicos, como una pequeña maceta, mientras habla entrelazando los dedos de las manos de forma nerviosa. Su nerviosismo también se refleja en su voz, ya que no puede evitar tartamudear, sobre todo cuando aborda algunas cuestiones que la emocionan o la enfadan.

“No habría abandonado mi país si no me hubiera visto obligada a ello, si no hubiera sentido que corría peligro. Ahora ya no tengo elección, no puedo volver atrás. De todas las opciones que tenía, elegí la menos mala”, explica. Dice sentirse “derrotada” porque, aunque haya conseguido escapar, no piensa que sea vencedora frente a sus opresores.

Preguntada sobre si echa de menos a su familia, a sus amigos y su país, Misik se muestra seria y reconoce sentirse sola: “Mantengo el contacto con pocas personas, con algunas que permanecen en Rusia no puedo hablar (por seguridad), pero nadie ha venido conmigo a Alemania, nadie me acompañó”, lamenta.

Ahora mismo, no es optimista respecto a la opción de que pueda volver a Rusia pronto, aunque conserva cierta esperanza porque “los regímenes fascistas, dictatoriales, autoritarios no mueren de forma gradual con el tiempo, sino que colapsan de forma repentina e inesperada” y eso podría ocurrir con el de Moscú en algún momento. En general, dice que no puede ser optimista porque ha visto “muchas cosas feas y horribles” en su país.

Injerencia extranjera “positiva”

Cree que, para acabar con el régimen de Putin, “el único instrumento posible son las sanciones individuales contra el presidente ruso y su entorno” o “ayudar a que Ucrania gane la guerra, de forma que Rusia pierda en el campo de batalla”, dice a elDiario.es. Durante el debate, Misik también defendió con firmeza las sanciones y que estas se amplíen a todo aquel que apoye de alguna forma a Putin, incluidos Gobiernos y ciudadanos europeos.

En su opinión, la “injerencia extranjera”, mediante las sanciones o la ayuda militar a Ucrania son positivas porque “no hay muchos escenarios posibles”: “O sofocamos a Putin con sanciones o le ganamos en el campo de batalla... Si Ucrania gana la guerra, el régimen de Putin caerá”.  

En su opinión, desde el comienzo de la invasión de Ucrania existe una polarización de la sociedad rusa: “La mitad está a favor de la guerra y la otra mitad en contra, pero la gran mayoría de los que están a favor son personas mayores”, dice, mientras subraya que los de su generación han sido más críticos. Aún así, Misik -que cumplió 21 años el pasado mes de enero- tiene amigos que han apoyado la guerra, que han ido a luchar y que, incluso, han muerto en Ucrania.

Su pesimismo no le impide pensar que, antes o después, los rusos, los jóvenes de ahora o las futuras generaciones, lograrán librarse del yugo de Putin: “Si no acabamos nosotros con Putin, lo harán nuestros hijos, alguien lo hará”.

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