Pablo Stefanoni, experto en extrema derecha: “Buenos Aires con Milei será la meca de figuras como Abascal”
“El Estado es el pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina”. El autor de esta frase es Javier Milei, autodenominado “general AnCap” –anarcocapitalista –, que viene de “Liberland, una tierra creada por el principio de apropiación originaria del hombre”. ¿La misión de este advenedizo general? “Cagar a patadas en el culo a keynesianos y colectivistas hijos de puta”. Sea como fuere, Milei es el presidente electo de Argentina desde el pasado 19 de noviembre y estará al frente de ese “pedófilo en el jardín de infantes” a partir del próximo 10 de diciembre.
Pablo Stefanoni, periodista, historiador argentino y autor del sugestivo libro ¿La rebeldía se volvió de derechas? (Siglo XXI Editores) analiza desde Francia el escenario inédito que se abre en Argentina tras la llegada, por primera vez en su historia, de un outsider a la Casa Rosada.
¿Cuál ha sido la clave del éxito de Milei en las últimas elecciones?
El triunfo de Milei tiene varias explicaciones. En primer lugar, en Argentina había una mayoría que estaba dispuesta a votar más o menos cualquier cosa que fuera contra el peronismo, sobre todo en su versión kirchnerista. Se estaba viviendo un momento de hartazgo debido a la crisis económica –una crisis crónica, no puntual– que provocó que parte de la población estuviera dispuesta a dar una suerte de salto al vacío.
La derecha radical sabe captar el malestar de la sociedad mejor que la izquierda
Lo explicó bien la imagen que usó el expresidente Mauricio Macri para apoyar a Milei: “Vas en un auto a 100 kilómetros por hora, te vas a chocar contra el paredón y sabés que te matás, entonces te tirás del auto. ¿Vas a sobrevivir? Y qué sé yo, pero tenés una chance, ¿o no?”. Mucho voto a Milei fue justamente eso: una mezcla de hartazgo y esperanza. Supo captar ese clima recuperando una consigna de 2001, el “que se vayan todos”, utilizando mucho discurso contra “la casta política” y denunciando una imagen decadentista de Argentina, reivindicando el país del siglo XIX y el Gobierno de Carlos Menem, muy complicado pero de cierta estabilidad.
Después está el carisma personal de Milei, con ese lenguaje soez y una estética rockera que primero llegó al público juvenil y luego a sus padres y abuelos. Pero Milei también se benefició de la división de la derecha convencional, que venía de atravesar unas primarias muy duras entre halcones y palomas. En mitad de esa crisis aparece esta figura, desde la nada misma y desde los canales de televisión, con apenas dos años de presencia en el Parlamento, que impugnó todo y capturó el espíritu de rebelión electoral.
Pero Milei no es solo un fenómeno argentino: más allá de Donald Trump o Jair Bolsonaro, Geert Wilders ha ganado en Países Bajos, en Irlanda la extrema derecha comienza a movilizarse…
Hay una especie de vínculo entre lo local y lo global que es difícil de analizar. Milei es producto de una crisis económica y su discurso está adherido a ella, un discurso radical y anarcocapitalista. El elemento local que explica su éxito es la crisis, pero con muchas comillas.
Uno puede preguntarse por qué Milei y no otras personas, y ahí es donde entran los elementos globales. La derecha radical está sabiendo captar el malestar de la sociedad mejor que la izquierda, y no importa cuál sea la causa de ese malestar: la crisis en Argentina, la inmigración en Irlanda o Francia, la amnistía en España… Asistimos también, además, a la crisis de las derechas tradicionales y al debilitamiento de los cordones democráticos, aunque ambas derechas siguen necesitándose. Lo hemos visto aquí con Macri y Bullrich votando a Milei.
¿Sigue siendo la derecha la única capaz de captar la rebeldía, una acción históricamente más vinculada a la izquierda?
La izquierda clásica en Argentina es débil. El kirchnerismo hegemonizó la política durante más de doce años y eso ya se agotó. Sigue siendo una corriente importante, pero genera más rechazo que apoyo, y el rechazo genera unión más que fragmentación. Lo mismo sucede, por ejemplo, en Ecuador con Rafael Correa.
El antikirchnerismo tiene la capacidad de unificar el voto. Mientras, el kirchnerismo se volvió una minoría grande. Por otro lado, hay que diferenciar las izquierdas entre América Latina y Europa. En América Latina, el populismo de izquierdas está en crisis: Argentina, Bolivia, Ecuador… Y las izquierdas menos populistas, como las de Gustavo Petro o Gabriel Boric, encuentran muchas dificultades.
La principal debilidad de Milei es la de armar un Gobierno que le dé una gobernabilidad real, y por eso su alianza con Macri y la derecha convencional
En América Latina se vive un momento paradójico: los gobiernos de los países más grandes eran, hasta Milei, de izquierdas, pero las oposiciones giraron hacia una derecha más radical y crecieron. Pasó en Argentina, pasa en Chile y veremos en Brasil. Se está viviendo una transición hacia algo que no conocemos muy bien. No es que sea un ciclo neoliberal, es algo más confuso. Existe mucha más volatilidad del voto, los presidentes ganan con pocos parlamentarios… No es una ola que vaya a generar hegemonía, sino que crece entre la confusión, la inconformidad y las ganas de patear el tablero.
Milei ganó las elecciones con la promesa de incendiarlo todo ¿Hasta dónde es real su capacidad de hacerlo volar todo desde dentro?
Milei ha ganado sin partido, no tiene equipos, no tiene estructura, muy poca representación parlamentaria… Es un Gobierno inédito. Nunca un outsider había ganado unas elecciones, siempre lo había hecho la política tradicional, quienes construyeron su carrera a través de la política o militares en el caso de la dictadura.
La principal debilidad de Milei es la de armar un Gobierno que le dé una gobernabilidad real, y por eso su alianza con Macri, con la derecha convencional. Milei está buscando los cuadros que no tiene en el macrismo, en lo que queda de la derecha de los 90 y en CEOs y gerentes de las empresas donde trabajó.
Será muy heterogéneo y habrá seguramente muchas tensiones internas. Quizá su discurso libertario y anarcoliberal acabe girando hacia un menemismo y un macrismo 2.0. Su Gobierno será más una mezcla del neoliberalismo más clásico con la derecha alternativa. De hecho, desde que ganó se ha moderado por lo menos en las formas, tratando, por ejemplo, de que Lula da Silva viaje a Argentina, reuniéndose con Bill Clinton en Estados Unidos… Quiere mostrarse como una figura más respetable, pero sigue habiendo un gran signo de interrogación sobre cuál será finalmente su proyecto de Gobierno.
Milei llegó a la Casa Rosada con una utopía radical de ultraliberalismo y se chocó con la realidad, que es que ni la sociedad argentina quiere eso ni él tiene el peso para hacer reformas radicales.
Ha comentado en varias ocasiones que la izquierda ha perdido la utopía de un futuro mejor.
La crisis del futuro es para todos, tampoco es que la derecha ofrezca un futuro mejor. Si crece es justamente porque no parece haber un futuro, al menos uno deseable. Así es como crecen sensibilidades más nihilistas y revanchistas. La falta de futuro es el caldo de cultivo para un tipo de derecha más asociada a los discursos antisistema. Pero, luego, si ganan, tienen los mismos problemas que la izquierda y son las dificultades para hacer cambios.
El capitalismo parece haberse desacoplado de la política, no deja hacer reformas a nadie, ni a la izquierda ni a la derecha. En el mundo hay actualmente tres derechas [radicales]: la de Viktor Orban o la polaca, un nacional conservadurismo radical que sí quiere imponer su hegemonía y ordena en función de su proyecto; una derecha que se vuelve más pragmática cuando gobierna, como la de Giorgia Meloni, que trata de adaptarse un poco; y, por último, la de Donald Trump o Jair Bolsonaro, que gobiernan como si fueran oposición, son antisistema e incluso hablan de fraude en asuntos que ellos mismos manejan.
La izquierda ha pasado del economicismo al culturalismo. Hay muy poco discurso. Más allá de repetir consigas, no hay discusiones de fondo
Esta última derecha es bastante disfuncional. De hecho, en Brasil, la élite, un sector que apoyó a Bolsonaro, acabó secundando a Lula. Es una derecha que degrada la vida cívica y, más que imponer una nueva hegemonía, lo que hace es básicamente introducir un tipo de guerra cultural que no termina de calar. Aunque sí degrada la vida cívica y consigue polarizar mucho, no hace grandes reformas. Ahora toca ver dónde se ubica Milei.
Y, frente a este contexto, ¿qué papel debe jugar la izquierda para recuperar su espacio?
La izquierda está en una gran crisis. La izquierda revolucionaria o radical desapareció de los escenarios políticos en Occidente y dice lo que decía la socialdemocracia hace 30 años. Pero es que la socialdemocracia también está en crisis. Yo creo que esto responde a cambios socioproductivos: ha desaparecido el universo de sociabilidad, la fuerza de los sindicatos, los clubes de barrio… Eran instituciones que funcionaban y que, de algún modo, buscaban ese mundo igualitario. Hasta los propios partidos jugaban ese papel de transmitir tradiciones, ideas, conexiones con el pasado y sus luchas, preservando la memoria histórica…
Ahora parece que entre la izquierda actual y pasada hay una especie de foso. Los teóricos de izquierda que hoy se discutirían como figuras vivientes en términos de estrategia política, como Lenin, Kautsky o Trotsky, ya no se leen o dicen poco a las nuevas generaciones. La izquierda ha perdido la capacidad para elaborar proyectos alternativos.
¿Cómo se recompone? No lo sé. En los años 90 y los 2000 existían los foros sociales mundiales, tras la caída del muro de Berlín se encontró la lucha contra la globalización… Eso ya no existe. No se encuentran movimientos equivalentes y quizá ya no vuelvan a existir. Por ejemplo, la corriente del anarquismo ha desaparecido y quizá el socialismo también. Y el socialismo democrático, que aún tiene elementos para discutir muchas cosas, no lo hace.
¿Hay temor en la izquierda a adentrarse en ciertos debates como la inmigración?
Sin duda, hay temas que generan ansiedad en la población, y la inmigración es uno de ellos, también la precarización y la crisis de futuro. Todo lleva a la idea de que vamos a estar peor. La derecha sí tiene ese discurso simplista y retroutópico: llaman a volver a esos países donde, por ejemplo, la inmigración no era tan disruptiva y era más intraeuropea o racialmente homogénea.
Las derechas también saben generar una idea de comunidad en un contexto donde todo se pierde. En un mundo ultraindividualizado, generan cierta comunidad nacional y conectan con cosas que la gente recuerda del pasado. Son temas que la izquierda no puede abordar bien porque no tiene discurso. Se sigue moviendo en un discurso humanista, de abrir fronteras… No parece que haya una posición de izquierda respecto a temas como la inmigración.
La izquierda debate menos de economía que en el pasado. Se ha pasado del economicismo al culturalismo. Hay muy poco discurso. Más allá de repetir consignas, no hay discusiones de fondo. Pero es cierto que es difícil pensar en reformas dentro de este capitalismo, tampoco es que sea culpa de la izquierda.
En algunos sectores de la izquierda, la batalla contra la extrema derecha se centra en el miedo a lo que puede venir y en la llamada al antifascismo.
El problema es que las extremas derechas se han ido normalizando. Ninguna representa realmente un ‘que vuelva el fascismo’, aunque sí hay algunas más conectadas. Esa normalización se explica en parte en eso que hablamos del debilitamiento de los cordones. No existen en ningún país. Hasta en Alemania hay ya una parte de la derecha que quiere pactar con la extrema derecha.
En este contexto, el discurso antifascista no es muy efectivo. Sin embargo, sigue existiendo una resistencia del electorado a esta derecha. Milei sacó mucho voto en la segunda vuelta, pero poco en la primera, por lo que no todos los votos son suyos. Aunque el discurso antifascista no es efectivo, sí hay un discurso democrático que existe todavía.
En el caso de Milei es una derecha que tiene poco que ver con el fascismo, aunque tiene alianza con sectores que sí defienden la dictadura, pero con contactos con exmilitares viejos, no con militares activos, y esa diferencia importa. No obstante, que no sea fascismo no quiere decir que no implique varios retrocesos. Pero en el caso de Milei veremos más una especie de derecha neoliberal en la práctica. Eso sí, Buenos Aires se convertirá en la meca de figuras como Santiago Abascal, Orban o Trump. Será un parque temático para las derechas radicales.
¿Ha dejado de existir el peronismo?
El peronismo como kirchnerismo, sí. Aunque siga siendo fuerte, ya no es posible en los próximos años un kirchnerismo con la capacidad hegemónica de conseguir mayorías. El discurso más ideológico está muy devaluado, no genera adhesión.
El peronismo fue dado por muerto muchas veces, pero siempre encuentra la forma de recomponerse sobre bases ideológicas que pueden ser muy diferentes. Siguen siendo el primer bloque en la Cámara de Diputados, tienen mucha presencia en el Senado, gobernadores… Es una fuerza que seguirá. Lo que cabe preguntarse es también qué pasará con el espacio de la derecha. El sistema político está en reconfiguración.
Milei era un desconocido en Argentina que comenzó su andadura hacia el triunfo electoral con apariciones en televisión. ¿Hasta qué punto son responsables los medios de comunicación de su ascenso?
Milei empezó a participar en los medios y, al ver que daba audiencia, lo seguían invitando: algunos por afinidad y otros porque era una figura muy buena para la televisión. No solo creció por la televisión, también por internet, e incluso haciendo clases públicas de economía en las plazas.
La televisión, sin embargo, sí fue clave para que alguna gente le votara, como la de pueblos de Salta, cerca de Bolivia, en los que Milei nunca estuvo. Esa gente simpatizó con su estilo. Podría decirse que sí hay cierta responsabilidad.
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