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La paradoja de un mundo sin armas nucleares: todos lo quieren, pero nadie quiere soltarlas

Pruebas nucleares estadounidenses en el atolón Bikini de las Islas Marshall. © US Government/ICAN

Javier Biosca Azcoiti

Nadie quiere que un arma nuclear lo arrase todo, pero nadie quiere deshacerse de ellas. Y es que poder pulsar un botón y destruir a tu enemigo te da seguridad, o eso dice la doctrina estratégica clásica.

“El objetivo del arma nuclear es disuasorio, es decir, la tengo para evitar que otros la usen contra mí; de lo contrario, eres vulnerable”, explica Vicente Garrido, miembro del Comité Asesor Personal sobre Asuntos de Desarme del Secretario General de Naciones Unidas y profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Rey Juan Carlos. “Aunque es cierto que la teoría también afirma que si nadie tiene el arma, nadie la va a utilizar. El problema es que nadie asegura el nivel cero de armas nucleares”, añade.

Solo nueve países en el mundo tienen armas nucleares: Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia, China, India, Pakistán, Corea del Norte e Israel. Aunque el número total de armas nucleares en el mundo se está reduciendo, las nueve potencias nucleares están inmersas en programas de modernización de su arsenal nuclear, según informa el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI). Solo Rusia y Estados Unidos acumulan el 98% del arsenal nuclear mundial.

Solo Japón ha sufrido las consecuencias del botón nuclear y, desde entonces, los que ya tenían en sus manos la poderosa bomba empezaron a reflexionar sobre las consecuencias de un planeta plagado de botones nucleares. Así consiguieron que el mundo firmase “el tratado más exitoso y discriminatorio de la historia”, afirma Garrido.

Se trata del Tratado de No Proliferación (TNP), firmado por 191 Estados. Es el “más discriminatorio” porque desde 1970 prohíbe la obtención y el uso de armas nucleares a todos sus miembros; excepto a los que por aquel entonces ya tenían armas nucleares: Estados Unidos, Rusia, China, Francia y Reino Unido —los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU—. El tratado da a cinco miembros el derecho a tener armas nucleares y al resto, no.

¿Por qué tanta presión entonces a Irán y ninguna a Israel, India o Pakistán que, de hecho, ya tienen el arma nuclear? Porque, Israel, India y Pakistán son los únicos países fuera del tratado —junto con Sudán del Sur y Corea del Norte, que se retiró en 2003— y, por tanto, no están obligados por el mismo.

Tratado de prohibición absoluta

“No hay nada que quiera más para mi familia que un mundo sin armas nucleares, pero tenemos que ser realistas”. Es la embajadora de Estados Unidos en la ONU, Nikki Haley, explicando su boicot al tratado por la prohibición total de las armas nucleares, aprobado este verano en la ONU.

El texto de este revolucionario tratado se aprobó a principios de julio con 122 votos positivos y un solo voto negativo. El resto ni siquiera participó en las negociaciones a modo de boicot o por lealtades políticas. No se sentó ningún Estado que tuviese el arma nuclear ni tampoco sus socios defensivos, como ocurrió con EEUU y los miembros de la OTAN, a excepción de Holanda, que fue el único voto negativo. Todos los países podrán entrar a formar parte del tratado a partir de este mes y el texto entrará en vigor una vez que tenga 50 Estados parte.

La reacción de la OTAN a este tratado fue contundente. “La forma en que los defensores del tratado han enmarcado este asunto demuestra que su verdadero objetivo es presionar predominantemente a los países occidentales”, denunció.

En este mismo sentido se expresó Haley, que sugirió que los países que defendían el tratado de prohibición absoluta no estaban defendiendo a su población. “Os tenéis que preguntar si están cuidando de su gente”, declaró a los medios.

El último paso: un banco de uranio enriquecido

Con el TNP comenzó el largo, lento y complejo camino del desarme y la no proliferación. El último paso en ese camino ha sido la apertura de un banco de uranio enriquecido en Kazajistán. El TNP garantiza el derecho de cualquier Estado a desarrollar energía nuclear. El problema es que el desarrollo de energía nuclear y el desarrollo de la bomba nuclear son muy similares. Ambos necesitan procesar el uranio extraído de la mina, centrifugarlo y convertirlo en uranio enriquecido.

El uranio natural solo contiene un 0,7% de materia utilizable para producir energía y hay que procesarlo hasta que esa proporción llegue a entre un 3% y un 5% para convertirlo en combustible nuclear. En ocasiones puede llegar al 20% y hasta esta cifra se considera uranio poco enriquecido o uranio empobrecido y es de uso civil, no militar. A partir del 20% se considera uranio enriquecido. Aunque una bomba nuclear requiere normalmente un enriquecimiento a partir del 85%, con un 20% ya se podría fabricar una bomba, aunque se requerirían centenares de kilos de uranio y no sería práctico.

El 29 de agosto, La Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) inauguró en Kazajistán un banco de uranio poco enriquecido. Se trata de una reserva de 90 toneladas de uranio enriquecidas hasta el 5% —lo suficiente para abastecer a una gran ciudad durante tres años— a las que podrán acceder los miembros de la OIEA en caso de no poder alimentar sus reactores con este tipo de uranio. “Contribuye a la no proliferación porque tiene unas garantías y asegura que ese uranio no se va a importar o conseguir de otras fuentes”, sostiene Garrido.

Irán, protagonista de la trama

Un país ha destacado especialmente en la trama de la no proliferación durante los últimos años: Irán. El presidente Donald Trump se ha mostrado abiertamente en contra del acuerdo nuclear firmado en 2015 en varias ocasiones.

El Congreso de Estados Unidos aprobó una ley en la que requería al presidente que certificase el acuerdo con Irán cada 90 días en función de si este estaba cumpliendo, algo que Trump ya ha hecho dos veces, muy a su pesar. “Si fuese por mí, hubiese declarado hace 180 días que Irán ha incumplido el acuerdo”, declaró a the Wall Street Journal, afirmando que lo había aprobado por la presión de su equipo, especialmente del secretario de Estado, Rex Tillerson. En octubre, el presidente tiene que volver a certificar el acuerdo, y ha amenazado con no hacerlo. Además, la embajadora de EEUU en la ONU ha asegurado que “Trump tiene motivos para retirar el certificado de cumplimiento”

Sin embargo, Garrido sostiene queen general hay un índice de satisfacción muy alto con el cumplimiento del acuerdo”. “Se trata de declaraciones políticas, si bajas de nivel, lo que afirman en la Casa Blanca es que van a hacer un seguimiento muy estricto a ver si cumple”, añade. Aun así, Garrido recuerda que “el acuerdo con Irán no tiene por objetivo desmantelar su programa nuclear, sino que retrasa esa capacidad [de enriquecimiento de uranio]”.

Las alarmas sobre Irán sonaron por primera vez en 2012, cuando la OIEA descubrió un nivel de enriquecimiento superior al que previamente este país había hecho público. El informe de la agencia de la ONU afirmaba que había identificado muestras con una pureza del 27% en una planta nuclear excavada en una montaña.

Sin embargo, el premio Nobel de la Paz y exdirector de la OIEA, Mohamed al Baradei, afirmó —aunque antes de este descubrimiento— que “el objetivo de Irán no es convertirse en otro Corea del Norte, un poseedor del arma nuclear pero paria en la comunidad internacional, sino más bien en un Brasil o Japón, es decir, una potencia energética con la capacidad de desarrollar el arma nuclear si los vientos políticos cambian, aunque seguir siendo un país sin el arma nuclear”.

La doctrina estratégica clásica del arma nuclear como elemento de disuasión no se rompe si los Estados poseedores del arma reducen al mismo tiempo sus arsenales hasta llegar a un nivel mínimo, como han declarado que es su intención. Sin embargo, mientras el arma nuclear exista y unos pocos tengan el derecho privilegiado a tenerla, siempre quedará la puerta abierta a que terceros países quieran tener ese elemento de disuasión, sobre todo si se ven amenazados.

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