En qué se parecen y en qué no las guerras en Ucrania y en Siria
A medida que el Ejército ruso avanza en su invasión de Ucrania, se suceden las muestras de solidaridad con la población ucraniana y de indignación ante la brutalidad de la campaña militar emprendida por Putin. Con ánimo de comprender el escenario actual, se establecen comparaciones con otra guerra reciente, la de Siria, en la que la presencia rusa fue determinante. ¿Pero son realmente comparables estos dos conflictos?
La guerra en Siria comenzó con un proceso revolucionario, sofocado primero internamente por el régimen de Bashar al-Asad y posteriormente también por grupos extremistas (Al-Qaeda, ISIS) que buscaban ocupar el vacío dejado por el régimen. A la vez que la represión interna trataba de acabar con una creciente organización ciudadana articulada a través de comités de coordinación local, las potencias regionales intervinieron, con Irán y Arabia Saudí a la cabeza. A las dinámicas internas y regionales se sumaron otras potencias, principalmente Rusia, y en menor medida Estados Unidos, que avanzaban sus agendas a costa del sufrimiento del pueblo sirio.
A partir de 2015, el papel de Rusia fue determinante en apuntalar la dictadura siria, que se tambaleaba por la presión interna y corría el riesgo de ser derrocada cuando hizo su aparición el ejército ruso, con una larga campaña de bombardeos y destrucción de zonas que se encontraban fuera del control de Asad. Se solaparon desde entonces la represión interna, con detenciones masivas de opositores, disidentes y manifestantes pacíficos, y un uso sistemático de la tortura que llevó a Amnistía Internacional a referirse a Siria como un “matadero humano en el que se tortura a escala industrial”, y la brutalidad de las campañas aéreas del ejército ruso.
En el caso de Ucrania, estamos ante una invasión. Rusia no sofoca un levantamiento contra un régimen o Gobierno determinado, sino que busca acabar con él para reemplazarlo por otro que represente sus intereses y pasar a controlar, de un modo más o menos directo, el territorio. En el proceso, se lleva a cabo la destrucción total de la infraestructura militar ucraniana para acabar con cualquier capacidad de respuesta en el futuro. Estamos, como en el caso sirio, ante una intervención imperialista, pero en este caso no por vía interpuesta, sino directa.
Las tácticas de represión
Las tácticas empleadas por el ejército comandado por Putin son comparables a las usadas en Siria, y pueden ayudar a entender, interpretar y anticipar a qué se enfrenta la población ucraniana. La respuesta a la resistencia con potencia de fuego, el control del aire, los bombardeos con armas pesadas. La tierra quemada que deja cada campaña aérea, muchas de ellas dirigidas contra colegios, hospitales y núcleos de población. Los civiles muertos por disparos cuando tratan de escapar del anterior bombardeo. Las ciudades sitiadas para someter a la población mediante el hambre, la falta de acceso a medicamentos y otros servicios básicos. Los ataques a la prensa, a los periodistas y a defensores de derechos humanos. La no distinción entre civiles y combatientes. La destrucción total como objetivo para desmoralizar a la población en su conjunto.
También son una constante en las guerras de Putin las tácticas de desinformación, a menudo mediante negaciones de hechos sobradamente comprobables y fabricaciones burdas, como estrategia para contribuir al caos informativo. Como expresa el periodista Peter Pomeranstev en el podcast The Fire These Times, no se busca tanto que cale un relato determinado como la idea generalizada de que la propaganda y la corrupción lo inundan todo. Que resulte cada vez más difícil saber qué creer y a quién.
En Siria fuimos testigos de cómo las campañas de desinformación contribuyeron a criminalizar a la población civil, presentándola en su conjunto como terrorista o colaboracionista de terrorismo, y al régimen de Asad como libertador. Fue especialmente flagrante el empeño en ensuciar la imagen de los Cascos Blancos, fuerzas de defensa civil dedicadas a rescatar a civiles de los escombros tras cada bombardeo de Asad y Putin.
En el discurso con respecto a Ucrania, se suceden por parte de autoridades rusas las referencias al país como “repleto de nazis” y a la necesidad de “desnazificar” con urgencia, un relato que ya caracterizó las reacciones a las protestas de Maidán desde finales de 2013, al presentarlas como un golpe de estado ejecutado por neonazis financiados por potencias occidentales. Se equipara así, como se explica en el blog de análisis político Quilombosfera, “una pequeña parte con el todo”, a la vez que se incide en la necesidad de proteger y liberar a una población favorable a Rusia que se presenta arrinconada y victimizada por el estado ucraniano.
Para Laila Muharram, periodista especializada en Oriente Próximo, hay un aspecto positivo en el escenario mediático actual con respecto al de los conflictos anteriores. “Después de las últimas campañas de desinformación, vemos más esfuerzo y un trabajo más eficaz en desmentir bulos. Más cuestionamiento de la propaganda, más herramientas para contrastar información, desmentir y rebatir”.
Sin embargo, a medida que pasa el tiempo y las guerras se enquistan, con abusos y violaciones de derechos humanos también allí donde es legítima la resistencia, la lucha contra la desinformación tiende a perder terreno frente al relato que iguala a todas las partes y en el que se diluyen las causas y los distintos niveles de responsabilidad.
Los paralelismos en las tácticas empleadas en Siria y Ucrania no son casuales. La impunidad con la que Putin se mueve hoy es la evolución natural de las violaciones de derechos humanos cometidas en campañas militares anteriores, en particular en Siria, donde avanzó sin encontrar líneas rojas. Según el periodista libanés Joey Ayoub, autor del podcast The Fire These Times, en conversación telefónica con elDiario.es, “Siria ha sido un campo de pruebas que ha elevado el umbral de la impunidad, de todas esas tácticas que no distinguen entre civiles y combatientes. Eso explica en parte la aceleración de la brutalidad y la devastación a la que asistimos en Ucrania hoy”.
La aceleración de la furia destructiva, que en Siria se prolongó a lo largo de meses y años, ha dejado en Ucrania en solo unos días cifras de millones de personas refugiadas y desplazadas, cientos de colegios, hospitales y núcleos de población civil bombardeados.
Las muestras de solidaridad
A estas alturas se ha comprobado sobradamente el doble rasero en el trato a personas refugiadas procedentes de uno y otro conflicto, particularmente en el contexto europeo. El periodista sirio y fundador de Baynana Okba Mohammad, el primer medio de comunicación dirigido y creado íntegramente por periodistas refugiados sirios en España, lo expresaba así: “24 horas para dar papeles a los refugiados ucranianos en España. En mi caso, han tardado dos años y cinco meses para responder, aunque también llegué de una guerra con Rusia”.
En conversación telefónica con elDiario.es, Okba habla de la importancia de una acogida digna a personas que huyen de situaciones devastadoras como es el caso de Irak, Siria, Afganistán, o actualmente Ucrania. “Vivir una guerra es algo terrible, que te marca para siempre, y llegar a un lugar donde te reciben con calor y humanidad cambia la experiencia, te ayuda a empezar a cerrar heridas y avanzar en tu nueva vida”, dice. “España sigue a la cola de Europa en cuanto a aceptación de solicitudes de asilo. A quienes llevamos años esperando que España cumpla sus obligaciones con el derecho internacional humanitario nos alegra la acogida rápida que se está dando a ucranianos pero nos preocupa la dejación de responsabilidad con el resto de personas refugiadas”.
El hecho de que Europa reciba a unos y a otros con un despliegue muy distinto en estos momentos iniciales no implica que no vaya a producirse, con el paso del tiempo, una erosión de esa apertura inicial, ni que las personas refugiadas ucranianas no vayan a sufrir discriminación en los lugares de acogida. De hecho, también en los momentos iniciales del éxodo sirio hubo reflexiones sobre la acogida que se dispensaba a personas procedentes de Siria con respecto a las de otros conflictos, desde esa identificación con el otro (“son como nosotros”) que surgió tras la muerte del pequeño Aylan en la costa de Turquía.
Teniendo en cuenta que la respuesta europea no es fruto de un posicionamiento basado en valores fundamentales de acogida de personas que huyen de conflictos, sino de ese “son como nosotros” difuso y cambiante, y de una idea de Europa que se cierra al resto del mundo, cabe esperar que a la reacción actual se solape la visión de una “Europa en dos niveles”. Una visión a la que apunta desde hace años el presidente francés Emmanuel Macron, y sobre la que volvía en rueda de prensa el 11 de marzo.
También encontramos diferencias entre la reacción a los abusos que sufren las poblaciones siria y ucraniana en buena parte de la izquierda española, europea e internacional. Si el proceso revolucionario sirio se encontró con la incomprensión, la indiferencia o, en los casos más extremos, el hostigamiento de buena parte de una izquierda que abandonó sin tapujos el internacionalismo, la resistencia ucraniana a la invasión no ha despertado ese rechazo. Mientras que los bombardeos rusos sobre Idlib, Homs, Alepo o Daraa apenas han recibido reacciones de condena, los ataques a Irpín, Sumy, Járkov o Mariúpol han generado rechazo en la mayor parte de la izquierda, excepto en los casos más extremos de grupos que jalean al Ejército ruso y que se dan la mano con los de ultraderecha europea, ambos aliados naturales de Putin.
Los dobles raseros que viven las víctimas de distintos conflictos no anulan las muestras de solidaridad que expresan estos días personas refugiadas y exiliadas sirias con el sufrimiento actual de la población ucraniana, y que son de gran valor en el contexto actual de desconfianza de los Estados. Desde las comunidades sirias se suceden las conversaciones, los intercambios, las búsquedas de formas de apoyar y ayudar desde su experiencia a que el trauma que han vivido no se repita.
Para la población siria, que caiga ahora la venda de tantos ojos que permanecían cerrados mientras los bombardeos los sufrían poblaciones no europeas es también un reconocimiento, aunque indirecto. De todas esas otras víctimas, de toda esa impunidad y de todo ese sufrimiento que ahora el mundo sí parece dispuesto a ver.
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