Se disipan las dudas: la mecha de la indignación prende finalmente en Francia. A las seis de la mañana, antes de que la policía las expulsase por segunda noche consecutiva, cientos de personas seguían la madrugada de este sábado en la plaza de République, en el corazón de París, después de haber conseguido pasar su primera noche de protesta completa a la intemperie, bajo la emblemática estatua de Marianne.
Apenas unas horas antes, a las cinco de la tarde del viernes, la plaza estaba casi desierta. Las pocas personas que habían resistido desde el jueves por la noche o que habían regresado tras recargar fuerzas brevemente, se miraban con una mezcla de nerviosismo y expectación: ¿volvería la gente?
El jueves 31 de marzo, una huelga general contra la reforma laboral del gobierno socialista de François Hollande sacó a la calle a 1.200.000 personas en todo el país (según los organizadores; 390.000 personas, según la policía). Al calor de esta protesta, la plaza de la República en París se llenó de personas llegadas a la convocatoria La Nuit Débout, (La Noche en Pie), con la que sus organizadores pretendían reavivar la llama de la protesta en una Francia en la que el Frente Nacional no deja de subir en las encuestas, mientras los movimientos sociales llevan tiempo adormecidos y atomizados. Sus organizadores, un pequeño colectivo 'Convergence de Luttes' (Convergencia de luchas) de recentísima creación, pidió permiso para ocupar esta céntrica plaza durante tres días con una premisa simple: ocupar el espacio público y sentarse a discutir. Tras una noche de conciertos, proyecciones y debates que llegó a reunir a unas 4.000 personas, los primeros indignados fueron expulsados por la policía la mañana del viernes.
Resistir en la plaza
El ambiente tranquilo que reinó durante todo el día en République despertó las dudas sobre si el movimiento realmente tomaría impulso. Hacia las siete de la tarde del viernes, la primera asamblea general de este incipiente movimiento conseguía reunir a unas 300 personas de todas las edades; la segunda, hacia las nueve, ya congregaba a cerca de un millar.
“Jamás había visto una asamblea con tanta gente, en la calle, en un espacio público”, se asombraba Artur, de 26 años. “En Francia hace mucho que nos faltaba un contrapoder en la izquierda. Y es posible que la solución no esté en los partidos, ni siquiera en los sindicatos. Puede que la respuesta esté aquí”.
La conclusión tras las primeras discusiones: no hay metas concretas más allá de resistir, ocupar el espacio público y crear un lugar de debate donde puedan establecerse los objetivos de una movilización a más largo plazo en la que converjan luchas laborales, educativas, ecologistas, de migraciones o de acceso a la vivienda, entre otras.
Las primeras comisiones de Comunicación, Logística y Acción integran la incipiente organización de un proceso ciudadano de protesta, que está creando sus propios protocolos de actuación y sus códigos de comunicación, muchos de ellos inspirados en la estrategia del movimiento 15M. En la plaza van apareciendo una enfermería, puntos de reciclaje, un centro de información para prensa, libros, comida a precio libre.
“He visto eslóganes que me recordaban a la Puerta del Sol, es como un déjà vu de lo que pasó en España, pero creo que todavía es muy pronto para prever lo que ocurrirá aunque todo el mundo tiene ganas de que pase algo, de que haya un movimiento más fuerte como ha pasado en España o en Grecia”, cree Javier, español residente en París y miembro de Marea Granate, colectivo internacional de emigrantes españoles que decidió apoyar la movilización y organizar su propia asamblea el viernes en République.
“Hay muchos españoles que participamos en el 15M y que estamos aquí compartiendo nuestras experiencias”, cuenta Eva Lacalle, también española viviendo en París que considera que el Gobierno galo podría escudarse en el decretado estado de emergencia para disolver el movimiento, sin embargo ella considera que “aunque sea intermitente es positivo”.
En la plaza no ondean banderas de partidos ni destacan pancartas de organizaciones o sindicatos: quienes circulan por la plaza son individuos indignados, otros simplemente curiosos que se adhieren sobre la marcha a las asambleas o a los trabajos voluntarios. Augustín, fotógrafo de 20 años, llegó el viernes por la mañana tras atravesar medio París arrastrando un contenedor gigante con 20 kilos de pan. “No he venido solo por la ley del trabajo, estoy aquí por todo, por el estado de emergencia, por el sistema”.
Corinne, en la treintena, explica el cambio que cree se está operando en la plaza. “En Francia hay una gran tradición de manifestarse, pero después no ocurre nada. La gente está harta de marchar gritando qué es lo que no quiere. Ahora vamos a pararnos y hablar de lo que queremos”.
Otras ciudades de Francia, como Nantes, Toulouse o Marsella, también se adhirieron a la huelga contra la ley El Kohmri –que toma el nombre de la actual Ministra de Trabajo-, una reforma laboral que, bajo la premisa de dinamizar el mercado de trabajo, flexibilizará el sistema de contrataciones y despidos, y precarizará la situación de los trabajadores. Gerard Filoche, miembro de Attac y del sindicato de la CGT afirma que este proyecto de ley “es una bomba que pretende dinamitar un siglo de historia de Francia”. Gran parte de la población francesa se opone a esta medida.
Pese a ello, “la reforma laboral es solo la gota que colma el vaso, la gente se siente traicionada. El gobierno de François Hollande está poniendo en práctica el programa del Frente Nacional, desde el trato a los migrantes, pasando por el Estado de Urgencia o la idea de revocar la nacionalidad a los acusados de terrorismo. Incluso la izquierda caviar está decepcionada”, aseguraba Simón, un joven que se autodefine como trabajador precario.
A un año de las próximas elecciones generales en Francia, la gente quiere tomar partido en la política, cree Pierre, jubilado francés que observa las dinámicas de las asambleas sentado junto a su mujer en un banco de République rodeado de pancartas en cartones con mensajes reivindicativos. “Me emociona y me da esperanzas ver tanta gente joven aquí movilizada”, añade.
“Creo que se trata de un movimiento bastante heterogéneo pero llegaremos a un punto común”, dice emocionada Alaa, joven libanesa que lleva diez años en Francia. “Aquí hay una energía distinta, nueva”.
Pese a haber sido expulsados nuevamente de la plaza, esta noche volverán a République: la indignación ha llegado a Francia para quedarse.