Jacqueline Cazaban, de 92 años, era una joven veinteañera que vivió los bellos y los duros momentos de París antes, durante y después de la ocupación de la Alemania bajo las órdenes de Hitler. Hoy, cuando se cumplen 70 años desde la Liberación de París, ocurrida a finales de agosto de 1944, nos cuenta cómo fue vivir esos años que hoy parecen lejanos. Pero que fueron parte de nuestra Historia.
Entre 1939 y 1940 Jacqueline encontró trabajo en la SNCF, la Renfe francesa. En un primer momento, ocupó su puesto de trabajo fuera de París, en Lisieux y Millau. El 14 de julio de 1940, el día exacto en el que volvió a la capital gala, vio los uniformes nazis y las cruces gamadas. Nos dice hoy lo que pensó entonces: “La liberté c'etait fini”.
En 1940, cuando los nazis ocuparon París y el resto de Francia, ella tenía 19 años: “Vivía con mi tía Lucienne Cazaban en el número 46 de la calle de Saint Ouen, en el ya desaparecido barrio de Les Batignolles, cerca de la estación”, explica.
Tanto antes como pocos años después de la invasión germana, la cotidianidad era tranquila: “Los cines estaban llenos, había mucho ambiente en los cafés y las chicas podían salir”, cuenta Jacqueline. Y añade: “Al principio los alemanes eran muy corteses, tenían órdenes muy estrictas de serlo”. “Aun así, por seguridad, intentaba ir a cafés y locales donde no hubiera nazis para nunca tener problemas”.
Pero luego las cosas cambiaron a partir de 1942 y 1943: “Fue ahí cuando comenzó la penuria. Los alemanes temían ataques de la Resistencia Francesa, empezó a haber poca comida y en todos los parques veíamos carteles que prohibían la entrada tanto a los judíos como a los perros”, relata hoy la nonagenaria. “Entre los franceses también había antijudíos”, añade.
“El ambiente era muy tenso, especialmente por la noche con el toque de queda de las 22:00 horas. En general, había siempre que moverse con mucha prudencia”. Y apunta: “Con 20 años no sueles ser prudente, pero en aquel entonces ¡tenías que serlo necesariamente!”.
El día del Desembarco de Normandía, en la Costa Norte, fue clave: “Supe del Día D algunos días después a través de unos amigos que pudieron escuchar Radio Londres. Tuve conocimiento de la alegría por la llegada de los Aliados a Francia, también a través de la familia, porque en el Norte los padres de mi marido Georges, entonces novio, vivían en Lisieux, en Normandía”.
En París, sin embargo, se respiraba otro clima: “Teníamos mucha inseguridad por lo que podía pasar, los alemanes estaban igual de preocupados que nosotros, pero por los posibles sabotajes de la Resistencia Francesa, más animada en ese momento”. Explica: “La población no era resistente, pero el mismo hecho de no colaborar nos hacía cómplices ante los ojos de los nazis. En realidad sólo queríamos que se fueran”.
Jacqueline no olvida los ataques aéreos sobre París, y aún más como dependiente de los ferrocarriles galos: “Desde el propio Día D los aliados bombardearon las vías de tren para desorganizar el tráfico ferroviario con el objetivo de bloquear las deportaciones que tomaban rumbo al Este, a Alemania”. “Estábamos asustados, pero mis amigos y yo aceptamos los bombardeos aliados como parte del sacrificio necesario para liberar a Francia”.
La Resistencia, al principio no fue rápida: “En un primer momento los resistentes franceses no se organizaron bien, estaban divididos en muchos grupos y en cierto modo la llegada de los americanos y los británicos el Día D les pilló algo desprevenidos”. Y apunta: “Luego sí que se unieron eficazmente”.
Finalmente, tras tres meses de la Batalla de Normandía que comenzó con el desembarco, el 26 de agosto de 1944, el general Charles De Gaulle, líder de las Fuerzas Armadas de la Francia Libre y presidente del Gobierno Provisional de la República Francesa, desfila en París en la avenida de los Campos Elíseos. Es la imagen más emblemática de la Liberación de París. “Recuerdo que era un día maravilloso. El día anterior, el 25 de agosto, supimos que la ciudad había sido liberada”, cuenta Jacqueline con el paso del tiempo. “Enseguida estuve muy contenta, pero luego regresé a casa porque no sabía qué iba a pasar. Quedaba todavía mucha Francia por liberar donde aún permanecían los nazis”.
Jacqueline reflexiona acerca de nuestro tiempo: “No creo que el mundo haya aprendido mucho. Sigue habiendo guerras”. Sin embargo, cree que Francia ha cambiado bastante en ciertas cosas durante estas décadas: “Obtuvimos el voto femenino, hay métodos anticonceptivos y ha aumentado la igualdad entre hombres y mujeres. No obstante, todavía hay que avanzar mucho en esto último. Los salarios siguen siendo diferentes entre ambos géneros”, asegura.
Aunque la conversación se ha centrado principalmente en el pasado, sigue con gran interés la actualidad de su país. Según ella, progresista declarada, Hollande “está obteniendo algo más de popularidad en Francia, pero porque está aprovechando su involucramiento en las celebraciones del 70 aniversario del Desembarque de Normandía del pasado mes de junio”. Sin embargo, no duda acerca del problema político más importante, según ella, de Francia: “El Frente Nacional de Marine Le Pen. Ha sido una auténtica catástrofe, quiere enfrentar a los cristianos con los musulmanes y a los franceses con los extranjeros”.
Su lucidez llega hasta tal punto que es ella la que comienza a hacer preguntas acerca de mi opinión sobre la Liberación de París. Mencioné el valor de los testimonios tanto civiles como militares para explicar la crudeza de toda guerra. “La paradoja, para mí, es que sean los veteranos, los militares de la Segunda Guerra Mundial, los que nos recuerden precisamente la importancia de la paz”.
Tras una extraordinaria conversación donde se ha podido comprobar la frescura de esta parisina, entran ganas de seguir hablando horas y horas acerca de aquellos difíciles e intrigantes años '40. Pero ya está atardeciendo, y en el país galo se cena pronto. Mientras posa para su retrato, finalmente le pongo imagen a su testimonio. Jacqueline Cazaban, más tarde Jacqueline Cruchaudet, de 92 años, testigo civil de la Segunda Guerra Mundial, sabe bien cuál es el valor de la paz: “La guerra es un periodo impresentable. No tiene sentido que lloremos nuestros muertos cuando, a la vez, preparamos otras guerras”.