“Tendremos que ver qué pasa”. Es todo cuanto Trump está dispuesto a decir cuando le preguntan si cederá el poder pacíficamente en caso de perder las elecciones. El presidente, como ya hizo hace cuatro años, ha dicho que si es derrotado, será porque ha habido fraude electoral y por eso no le ve sentido a comprometerse con el mínimo exigible: dejar el cargo sin violencia. No es ni mucho menos seguro que vaya a perder, pero si pierde y no lo reconoce, ¿qué pasa?
Una guerra judicial hasta el Tribunal Supremo
Trump está siendo bastante transparente sobre sus intenciones. Ya ha dicho que tiene prisa por sustituir a Ruth Bader Ginsburg, la jueza del Supremo fallecida este fin de semana, porque cree que estas elecciones las acabará decidiendo el alto tribunal. Ahora mismo, con la muerte de Ginsburg, sería posible que hubiera un empate a cuatro en el tribunal de máxima instancia y eso, dice Trump, “no es una buena situación” a pesar de que hay una mayoría 5-3 de jueces nombrados por presidentes republicanos.
Si la noche electoral no hay un claro ganador, es probable que Trump tenga razón. Los dos grandes partidos tienen legiones de abogados expertos en disputar votos y recuentos que van a distribuir por los estados clave en los días anteriores a la elección. Si sucediera algo así, es bastante probable que la batalla judicial ascienda rápidamente hasta el Tribunal Supremo porque por ley los estados tienen que declarar su resultado oficialmente antes del 8 de diciembre.
Hasta ahora, el Tribunal Supremo solo ha “decidido” las elecciones presidenciales una vez, en 2000. Un mes después de la votación, el tribunal ordenó parar el recuento en Florida y entregó la presidencia a George W. Bush y no a Al Gore. Fue una decisión por la mínima, 5 a 4, en la que todos los jueces designados por presidentes republicanos votaron a favor de hacer a Bush presidente y todos los designados por demócratas votaron en contra. Gore podría haber prolongado la batalla con algunas herramientas extraordinarias, pero renunció a ello y se dio por derrotado.
¿Y si Trump simplemente se niega a irse?
Lo que se elige formalmente en las elecciones presidenciales no es al presidente, sino a los miembros del “colegio electoral” que a su vez escogen al presidente. Si Biden es oficialmente certificado por el Colegio Electoral como ganador de las elecciones, se convertiría en presidente después de jurar el cargo al mediodía del 20 de enero, quiera reconocerlo Trump o no. Si el actual presidente decide ocupar la Casa Blanca con su mandato legalmente expirado, contra el criterio del Colegio Electoral o del Tribunal Supremo, en ese momento Biden podría simplemente ordenar al Servicio Secreto que lo echara del edificio.
¿Pueden los gobernadores republicanos cambiar el resultado en sus estados?
Una opción de auténtica pesadilla, pero real. Pongamos que los gobernadores republicanos de unos cuantos estados decidieran seguir el argumentario de Trump y, denunciando un fraude electoral masivo, se negaran a certificar los resultados de sus estados. Incluso si no tuvieran los votos suficientes para darle la presidencia a Trump, podrían hacer que ningún candidato tuviera una mayoría de los 538 votos del Colegio Electoral y las presidenciales las decidiría la Cámara de Representantes. Ojo: aunque los demócratas son ahora mayoría allí, la Constitución manda que en esa votación tenga un voto cada estado, decidido por mayoría entre los congresistas dentro de la delegación de cada estado, y eso daría mayoría a los republicanos.
Podría haber un giro casi más rocambolesco: las autoridades electorales de un estado declaran un ganador y le otorgan sus representantes en el Colegio Electoral, pero el parlamento estatal, que es del otro partido, decide alegar fraude y nombra (legalmente además) a otros representantes del estado para ese organismo. En ese punto, Cámara de Representantes y Senado tendrían que elegir a quién creen, cuál de las dos listas de miembros del colegio electoral certifican. Y hoy por hoy, los demócratas controlan la primera y los republicanos, la segunda.
También los demócratas pueden forzar la ley
Si los republicanos forzaran la ley de ese modo, cosa poco probable, también los demócratas podrían tirar de tácticas excepcionales. La ley permite que la Cámara de Representantes, donde tienen mayoría y probablemente la mantendrán, pueda erigirse en “árbitro” de las elecciones reñidas. Esto normalmente no se hace, pero si a los demócratas les diera por forzar la máquina y darle el escaño a miembros de su partido en cada caso dudoso, podrían alterar la mayoría. Otro escenario aterrador e improbable.
¿Qué pasará?
Es difícil saberlo. El escenario más deseable es que alguno de los candidatos obtenga una victoria tan evidente en la noche electoral que sea incontestable. Eso, dado que Trump ya ha dicho (sin ninguna prueba ni indicio que sustente sus palabras) que se está produciendo un fraude masivo en el voto por correo, no es sencillo. Tampoco ayuda que en algunos estados vayan a necesitar un mínimo de una semana para contar todos los votos. La siguiente clave es qué hacen los republicanos del Congreso si a su presidente se le va la cosa de las manos.
Es razonable pensar, aunque no está garantizado, que habría suficientes congresistas y senadores republicanos en el Congreso como para negarse a un intento antidemocrático de subvertir las elecciones. Si su partido no le apoya sin fisuras en una jugada así, la posición de Trump sería insostenible. Hasta ahora “los suyos” han tenido mucho miedo a enfrentarse a él por su popularidad entre las bases del partido, pero recién elegidos y con la perspectiva de verle fuera del poder, puede que fueran más valientes.
Mitch McConnell, el republicano que lidera la mayoría en el Senado, dijo este jueves que la transición tras las elecciones de noviembre será pacífica, pero no se atrevió a criticar a Trump.
En última instancia la democracia depende del perdedor, del candidato que pacíficamente reconoce su derrota y fortalece al sistema dándole legitimidad. El próximo 3 de noviembre Estados Unidos se enfrenta a una de las pruebas más exigentes de su historia y a una posibilidad real de caos y enfrentamientos.