La ciudad de Filadelfia, el lugar donde nació la democracia de Estados Unidos hace 248 años, se despertaba este miércoles entre suspiros y miradas bajas. Aquí el 80% de los votantes apoyaron a Kamala Harris. Pero esa amplia ventaja en esta ciudad clave no ha evitado el triunfo de Donald Trump en el estado decisivo de Pensilvania ni su retorno a la Casa Blanca.
La victoria de Trump refleja un giro a la derecha de Estados Unidos y la aceptación de una manera de hacer política basada en insultos, amenazas y mentiras que ha crecido en la última década. El Partido Republicano, que tendrá muy probablemente el control de las dos cámaras, está liderado hoy por aliados de Trump. Son líderes que, como él, se negaron a reconocer los resultados de las presidenciales de 2020 y que le han apoyado en su carrera pese a la condena por 34 delitos y a los tres procesamientos judiciales que pesan sobre él, entre ellos uno por instigar el asalto al Capitolio.
La impopularidad de Joe Biden, que no se retiró hasta el último momento y sólo por la presión de decenas de líderes demócratas, y la percepción negativa de los últimos cuatro años ha pesado en contra de Harris. Unas horas antes de las elecciones, David Axelrod, que fue el jefe de campaña de Barack Obama, me decía que con los números en la mano sobre la valoración de la gestión de Biden lo sorprendente es que Trump no fuera por delante por muchos más puntos en las encuestas.
“Si uno mira los sondeos, sólo el 28% de los estadounidenses piensa que el país está en el camino correcto. Menos del 40% aprueba la gestión del presidente en ejercicio, el presidente del cual Harris es vicepresidenta. Hay cierto escepticismo sobre la economía a pesar de que la estadounidense es la envidia del mundo y ha superado al resto en la recuperación de la pandemia. Pero, aun así, hay escepticismo relacionado con la inflación y el coste de vida”, decía Axelrod unas horas antes de las elecciones. “Si miras las encuestas en estos aspectos, dirías que el partido en el poder no puede ganar las elecciones. No creo que un partido en el poder haya ganado nunca con una posición tan baja en la pregunta de si Estados Unidos está en el camino correcto”.
País dividido por lugar y educación
Siguiendo con el patrón de la última década, hay una división creciente entre las grandes ciudades y los condados rurales en casi todos los estados, con una segregación física e ideológica creciente, que afecta especialmente a estados decisivos del Medio Oeste.
A excepción de Utah, Trump ha ganado por más votos en los estados tradicionalmente republicanos y en los más divididos que logró en las elecciones presidenciales de 2020, cuando fue derrotado por Biden.
El candidato republicano también ha avanzado en algunos inesperados: consiguió el 30% en la ciudad de Nueva York, donde en 2016 le había votado el 19% contra Hillary Clinton.
En cualquier caso, casi todos los estados reflejan una gran brecha por nivel de estudios, que parece ahora el principal motor del nuevo panorama electoral. Los más pobres siguen votando demócrata, pero no así los menos educados, en particular los blancos.
El 57% de los votantes con título universitario apoyó a Harris frente al 41% que lo hicieron por Trump, según las encuestas a pie de urna. Entre quienes no tienen título universitario las cifras se invierten: el 54% apoyaron al republicano y el 44% a la demócrata. Es importante recordar que si se le añade la variable de la raza, los no titulados universitarios que no son blancos sí votaron mayoritariamente por Harris.
Los hombres
Tal y como se esperaba, la brecha de género ha sido una de las mayores registradas en unas elecciones presidenciales. El 54% de las mujeres votó por Harris frente al 44% que lo hizo por Trump; el 54% de los hombres apoyaron al republicano y el 44% a la demócrata. La brecha es especialmente notable cuando se añade la variable de la edad, entre los hombres jóvenes y las mujeres jóvenes. Sin embargo, la mayoría de las mujeres blancas han apoyado a Trump, aunque por menos margen que los hombres.
Los hombres jóvenes eran, de hecho, uno de los objetivos de la campaña de Trump, en particular por ser una generación con muy poca experiencia en política antes de que él fuera presidente. “No lo ven como un político cualquiera, a veces son personas más jóvenes menos pendientes de la política y la información”, me explicaba Rylee Boyd, portavoz de una organización de republicanos contrarios a Trump que ha organizado grupos de estudio de votantes de centro-derecha en estas elecciones. Uno de los fenómenos que han detectado es la llamada “amnesia de Trump”. Es decir, el olvido de cómo fueron los años de su primer mandato, en algunos casos porque se trataba de personas muy jóvenes entonces.
“Es un fenómeno absolutamente enorme y afecta a votantes de todas las edades. Han pasado muchas cosas. Y la gente simplemente no recuerda lo caótica que fue la Administración Trump”, explica Boyd. Además, en las entrevistas de este grupo con jóvenes, notaron que a los votantes con experiencia política limitada más allá de Trump les resultaba más difícil evaluarlo de forma crítica o comparar su comportamiento con el de presidentes anteriores.
Los latinos
Hubo un tiempo en que los demócratas pensaron que la demografía era “el destino”. Es decir, que un país crecientemente más diverso tendería a la izquierda. Estas elecciones han demostrado que eso en Estados Unidos no es así. Sobre todo por el efecto de la población hispana, cada vez más conservadora.
Desde la irrupción de Trump en 2015, los hombres hispanos se inclinan cada vez más a menudo por candidatos republicanos en algunos estados pese a que uno de los mensajes centrales del presidente electo ha sido insultar a los mexicanos, a los inmigrantes y a la población no blanca en general. Esta inclinación se nota en estas elecciones especialmente en Florida. Hillary Clinton ganó el condado de Miami por 29 puntos en 2016 y Trump lo ha ganado ahora por 11 puntos. También se ha dado en particular en los condados más hispanos del estado fronterizo de Arizona.
Algunos factores, como el rechazo del lenguaje inclusivo, indican reticencia frente a valores progresistas entre una parte de estas comunidades, que en algunos casos también están condicionadas por la experiencia en sus países de origen y la imagn negativa de algunas etiquetas como “socialista”, utilizada en las campañas contra Harris.
Misoginia y racismo
Uno de los factores difíciles de desentrañar es qué papel ha jugado la misoginia y el racismo en la percepción de Harris, una candidata con la fortaleza y la debilidad, además, de ser mucho menos conocida que su rival.
En entrevistas con votantes que apoyan a Trump se repite la percepción de que es “un hombre fuerte”, que puede indicar la desconfianza de una líder. Por otro lado, la candidatura de Harris, acelerada en tiempo y dinero, refleja algunos de los rasgos de otras carreras de mujeres en política.
“La candidatura de Kamala Harris ejemplifica en gran parte lo que nos dice nuestra investigación sobre las ventajas de las mujeres como candidatas y en cargos públicos. Fue una recaudadora extraordinaria. Conectó con votantes en asuntos importantes. Su identidad le dio una perspectiva única en asuntos desatendidos”, dijo este miércoles en un comunicado el Centro de Mujeres y Política de Estados Unidos de la Universidad de Rutgers. “Esta carrera también confirmó nuestra investigación sobre los obstáculos que afrontan las mujeres que se presentan a cargos públicos, entre otros las expectativas desiguales para las mujeres, en particular para mujeres de color, que se presentan”.
En Estados Unidos, las mujeres siguen ocupando sólo un tercio de todos los cargos públicos nacionales, según los datos de este centro.
Tendencia a la derecha
Una de las debilidades de Harris según las encuestas era la forma en que la percibían los votantes cuando el país se inclinaba a la derecha. Más personas percibían a la candidata demócrata como “demasiado a la izquierda” que las que pensaban que Trump estaba “demasiado a la derecha”.
Queda pendiente de resolver el eterno debate sobre si las causas del ascenso de Trump son “culturales” (la misoginia, el racismo y la reacción contra los derechos trans) o “económicos” (la desigualdad y la subida de precios).
A menudo, ambas explicaciones se entrelazan, por lo que Katherine Cramer, profesora de la Universidad de Wisconsin-Madison y autora del libro que mejor explicó el ascenso de Trump en 2016, llama “resentimiento rural”.
“La pandemia no ayudó. De una manera muy evidente, mostró a la gente que pueden ocurrir cambios rápidos que pongan en riesgo su salud y su situación financiera”, me explicaba Cramer unos días antes de las elecciones. “Cuando la gente se encuentra en una situación precaria y está desconcertada por el cambio climático y los cambios en la economía y en la composición demográfica de su país, quiere una historia de lo que sucedió”.
Este contexto, decía Cramer, “hace que sea mucho más fácil para un político presentar una historia simplona, entretejer todas esas incertidumbres y decir, ‘tienes razón en estar tan enojado y es su culpa’, y señalar con el dedo culpable a algún objetivo que amplifica la forma de pensar de ‘nosotros contra ellos’. Las preferencias del electorado son parte de la historia, pero la voluntad de los políticos, en especial de Trump, de jugar con los miedos de la gente empuja a repetir que el fin del mundo se acerca si gana el otro lado”.
La inmigración, identificada de manera genérica como causa de los problemas, es un factor citado a menudo por los votantes de Trump. Incluso entre quienes no lo consideran un problema para su comunidad en concreto.
Eso reflejaba, por ejemplo, la opinión de una vecina de Dearborn, Michigan, que votó de manera anticipada hace unos días.
“No sé qué pasa políticamente y qué fuerzas están detrás de todos los inmigrantes. Me guardo mis opiniones para mí, no creo que la gente sienta que puede hablar libremente por temor a las críticas”, me explicaba una enfermera afroamericana de 60 años y que vive desde los 20 en Dearborn, la ciudad con mayor concentración de población de origen árabe de Estados Unidos y donde el impacto de la guerra en Gaza y Líbano ha afectado de manera negativa sobre todo al Partido Demócrata. Esta vecina se quejaba de la inmigración en general, pero decía que en Dearbon no hay problemas y describía la ciudad como “una comunidad agradable, muy diversa”.
Según ella, Trump representa una “nueva generación” pese a que el nuevo presidente tiene 78 años. “En cualquier caso, creo que Dios está al cargo de todo. Sea quien sea el presidente, superaremos cualquier prueba y tribulación”.