En el día de la festividad ortodoxa, elDiario.es acompaña a una de las pocas familias que han decidido volver a los barrios de la ciudad ucraniana más golpeados por la ocupación rusa
Falta un cuarto de hora para el comienzo de la misa de las seis de la mañana. El toque de queda ha acabado a las cinco y los primeros vecinos llegan a la Iglesia con pequeñas cestas de mimbre llenas de comida y adornadas con lazos y flores y poco a poco la nave del tempo se va llenando. Las mujeres con las cabezas cubiertas con gorros de lana o pañuelos coloridos, los hombres con sus abrigos oscuros. Pero no hay alegría en esta Pascua de resurrección en Bucha. La festividad ortodoxa coincide con el aniversario del segundo mes desde el inicio de la guerra.
Durante la función, algunos feligreses encienden velas, otros lloran. Ha pasado un día desde que las autoridades anunciaron que la exhumación de los muertos descubiertos tras la retirada de las tropas rusas de esta ciudad ucraniana ha concluido. Los cadáveres son 412 y muchos fueron desenterrados de la gran fosa común del jardín de este templo. La excavación ya ha sido cubierta y en la tierra quedan los rastros de aquellos días interminables en los que se descubría el horror: bolsas negras de plástico para los cuerpos recuperados, los guantes de los forenses, unas prendas manchadas de arena.
“Han sido días demasiado duros para todos nosotros pero nos han hecho ver que podemos estar unidos y ayudarnos, porque solo así podemos permanecer humanos. La luz gana a la oscuridad, y para nosotros es muy importante ganar al mal, no convertirnos en el mal, no ser como los que han hecho el mal”, dice el sacerdote en la homilía. En el centro de la sala, Olga Zhovtobrukh, enfundada en un abrigo rojo de lana, reza y llora sin parar. Cuando acaba la misa, con los ojos enrojecidos, se dirige junto al resto de su familia en la explanada para esperar, como decenas de otros fieles, la bendición de los huevos, de los embutidos, de los bollos guardados en las cestas, que se compartirán poco después en la comida familiar. “Todo es difícil, han pasado demasiadas cosas. Lloro por todo lo que me han contado los amigos, los vecinos... Lloro por mis tres sobrinos que están en el frente”, cuenta Zhovtobrukh.
Junto a su familia, se fue de Bucha el 25 de febrero. Ha acogido en casa a un sobrino con una discapacidad intelectual que se quedó huérfano y en cuento empezó la invasión decidieron irse para protegerle. Regresaron hace dos semanas a su casa de dos plantas a unos cinco minutos en coche de la Iglesia y en una de las zonas más golpeadas por la ocupación rusa.
“Nos quedamos unos días en Kiev en casa de amigos, esperando a que acabaran de quitar las minas. No sabíamos qué nos íbamos a encontrar”, cuenta la mujer sentada ya en la cocina de la vivienda con la familia reunida alrededor de la mesa preparada con mimo para la comida que rompe la cuaresma. Su marido Anatoliy Zhovtobrukh, a su lado, asiente. Junto a los forasteros invitados a compartir la celebración, también están su sobrino Vlad, la hija de la pareja Oxana y su nieto, el pequeño Yaroslav, de tres años.
Todo, incluida la “paska”, el bollo típico donde se pone la vela encendida en el centro de la mesa, lo ha preparado Olga, que ahora está jubilada pero trabajó en el pasado también de cocinera. Ha podido cocinar en casa porque desde hace dos días han restablecido el servicio de gas, aunque sigue faltando la electricidad. Y ha preparado comida para muchas más personas, acompañada por coñac para los hombres y un vino ligero para las mujeres. En una Pascua normal el banquete se extendería durante todo el día con una vaivén de vecinos y familiares. Pero este año no llegará nadie más. En su manzana son los únicos que han vuelto.
Olga se emociona de nuevo cuando recuerda el momento en el que llegaron y vieron que su casa, con los muros pintados de verde y su pequeña parcela con el jardín y la huerta, no había sido alcanzada por la destrucción que ha caído sobre otras viviendas a tan solo unos metros de la suya. Una destrucción aleatoria que ha arrasado casas enteras y dejado sin daños las de al lado. “Aquí la vida era tranquila. Nunca podríamos imaginar que pasaría algo así”, comenta Olga. Bucha, donde antes de la guerra vivían unas 35.000 personas, se había revitalizado mucho en los últimos años. Algunos se fueron a vivir aquí después de 2014 desde el Donbás y muchas familias de Kiev se habían trasladado aquí para buscar un entorno más tranquilo pero cerca de la capital.
“Allí donde tenemos el garaje, estaba aparcado un tanque”, explica su marido. En las calles aledañas, llenas de cerezos en plena floritura, reina el silencio. “En Pascua esto estaría lleno de gente”, dice Anatoliy en un paseo por el vecindario en el que solo se parará una vez para saludar al único vecino que se asoma a la calle. Se llama Vladimir Pyrvuskin y pasó toda la ocupación aquí junto a su mujer Svitlana y a su suegra de 80 años con problemas de movilidad. Dice que no fueron este domingo a la Iglesia porque aún tienen miedo a salir de casa. “Los rusos nos decían que si salíamos nos mataban. Como hicieron con una vecina que se había acercado a la casa de otro paisano”, dice.
Es uno de los relatos que los Zhovtobrukh han ido recogiendo desde que han vuelto a Bucha. Hay quien habla de cómo los soldados hacían desnudar a los hombres buscando tatuajes, de que una bomba cayó sobre una casa matando a una familia entera, de que en Gostomel, la localidad cercana, los soldados violaron a la mujer y las tres niñas de una familia tras matar al padre... “También han matado a nuestro cartero”, dice Anatoliy sin perder de vista a su nieto, que corretea por la calle, para que no se acerque a los patios de las casas destrozadas, no toque nada de los fragmentos de metal que quedan en el suelo ni se pare a jugar con los cascos de munición de tanque que asoman entre la yerba.
“Tenemos muchos familiares en Rusia. Y cuando empezó la invasión, un primo me mandó un mensaje preguntando cómo estábamos. ¿Pero cómo quiere que estemos? Y luego no nos creen, no se creen lo que ha ocurrido aquí. Solo un sobrino que solía venir todos los años me ha llamado y me ha pedido perdón”.
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