Oksana Sliepova responde a las preguntas de elDiario.es mientras suenan las sirenas antiaéreas. Es uno de los mayores ataques rusos sobre Kiev desde el comienzo de la invasión, según las autoridades ucranianas: sobrevuelan la capital unos 40 misiles, la mayoría de los cuales son derribados por las defensas aéreas. Sliepova explica que está sentada en un pasillo entre dos paredes para refugiarse y, a su lado, hay un niño. “Oigo explosiones. Da mucho miedo”, dice. “Espero que también sobrevivamos a este ataque”, se esperanza.
Es viernes en el Centro de rehabilitación social y psicológica de Boyarka, una ciudad cercana a la capital, al suroeste. Sliepova trabaja como psicóloga desde hace 19 años en este centro operado por el Estado que se abrió para asistir a personas afectadas por la tragedia de Chernóbil. Ahora, los niños y adolescentes pueden obtener ayuda para sobrellevar las experiencias traumáticas durante la invasión rusa y el personal brinda terapia psicológica a personas que sufren de alguna manera la guerra.
Unicef alerta de que se avecina una crisis de salud mental en Ucrania: calcula que 1,5 millones de menores corren el riesgo de sufrir depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático y otras afecciones, y advierte de que es probable que la situación empeore en un invierno sombrío.
Hace unos días, Sliepova decoró una sala del centro con ramitas de pino y bolas navideñas, mientras la nieve caía al otro lado de la ventana. Algunos niños llevaban gorros de Papá Noel. La puerta se abrió y entró un invitado de cuatro patas: Bice, un pit bull terrier americano dócil y juguetón, apareció en la sala junto a su adiestradora. “Los niños se alegraron mucho, no esperaban que pudiera llevar un perro. Lo vieron y corrieron a abrazarlo, acariciarlo, besarlo. Aprendieron a darle órdenes, le dieron de comer y se pusieron muy contentos cuando empezó a lamerles. Estaban encantados”, cuenta la psicóloga sobre aquella sesión, que presenció también la agencia Associated Press.
“Me pareció que implicar a un perro en la terapia sería muy apropiado. Cuando están en contacto con los perros, incluso los niños muy ansiosos, asustados y angustiados empiezan a jugar, a abrirse y a sonreír”, explica. Aquel día fue la primera vez que Sliepova introdujo un perro en sus terapias –después repitió la experiencia en un centro de menores huérfanos–. Espera poder seguir haciéndolo.
Ahora, la terapeuta está organizando una fiesta de Navidad para más de 50 niños que no tienen familiares. Su objetivo último, dice, es “hacer todo lo posible para que la vida sea un poco más tranquila” para los niños que sufren las consecuencias de la guerra. Además de la terapia canina, Sliepova lleva a cabo orientación individual y diversos tipos de terapia. Usa cuentos, arena, aceites aromáticos, música, dibujos animados y películas infantiles “para corregir emociones negativas, superar miedos, formar la confianza en uno mismo”. Ahora, en invierno, debido a los constantes apagones y a que anochece pronto, intenta llenar la oficina con objetos de colores.
También trata el miedo mediante dibujos –sus pacientes pueden pintar, por ejemplo, desde animales y criaturas de ficción a objetos o fenómenos naturales–: “Este método no siempre funciona inmediatamente. Sin embargo, muy a menudo la arteterapia permite a los niños percibir sus emociones con más calma. Dejan de percibir su miedo como algo amenazador”.
De cara a la vuelta al colegio en septiembre, en un intento de buscar una herramienta “sencilla y práctica”, el grupo de hip hop ucraniano TNMK y la psicóloga Svetlana Roiz crearon una canción para ayudar a los niños a sobrellevar el pánico ante las sirenas aéreas. Contiene técnicas utilizadas por los terapeutas de trauma. “Toma un sorbo de agua - ¡sí! Lenta exhalación-inhalación”, dice la letra. “Los niños la cantan y hacen ejercicios de camino al refugio”, explica Sliepova.
A veces, la psicóloga ha invitado a especialistas a sus sesiones, como músicos o personas que trabajan con caballos. A una de esas sesiones de hipoterapia asistieron las hijas de Iryna, que prefiere no revelar su verdadero nombre por motivos de seguridad. “Estaban encantadas, les gustó mucho”, cuenta. Iryna y su familia llegaron a la región de Kiev huyendo de Melitópol, una ciudad del sur capturada por las fuerzas rusas durante los primeros días de la invasión. Vivieron bajo la ocupación durante siete meses, explica en una conversación con elDiario.es.
“Era peligroso quedarse allí. Las niñas tenían miedo todos los días y todas las noches, los tanques y los vehículos militares recorrían las calles. Todas las mañanas nos despertábamos con el ruido de aviones y helicópteros sobrevolando la casa”, relata Iryna. “Cuando las niñas oían esos sonidos, se tapaban los oídos y lloraban. Dejamos a nuestros parientes, la casa, el trabajo, las mascotas... Es muy difícil dejar tu casa sin saber cuándo podrás volver, y el camino fue largo y estresante”, asegura. Explica que sus hijas, de tres y seis años, han necesitado ayuda psicológica, y han asistido a terapia en el centro. “Lloran a menudo, tienen sueños terribles. Ahora están mucho mejor. Están más tranquilas, más alegres”, dice.
La lista de problemas que sufren los niños ahora mismo es larga, indica Sliepova: ataques de pánico, depresión, terrores nocturnos, miedo a estar solos o a la oscuridad, incontinencia urinaria. Explica el caso de unos pacientes pequeños que estuvieron en territorio ocupado de la región de Járkov, al noreste: “Vieron cosas terribles por parte de los soldados rusos que los niños no deberían ver. Estaban asustados, no se comunicaban, se encerraban en sí mismos, tenían miedo de los sonidos agudos y temían por la vida de sus seres queridos”.
También cuenta el ejemplo de una niña que empezó a tener miedo de salir del sótano de casa debido a los ataques con cohetes: “Quería estar allí todo el tiempo, estaba más tranquila allí. Su madre estaba muy preocupada”. Pero la guerra, subraya, ha afectado a todas las familias. “Todos los miembros de la familia tienen un padre, un hermano o un tío en el frente. La mayoría de los ucranianos tienen parientes que están en los territorios ocupados. Por lo tanto, la terapia será larga, porque el problema persiste, la guerra continúa. Es importante proporcionar a los niños conocimientos y técnicas”, sostiene.
Sliepova suele trabajar con grupos de entre 15 y 30 niños, principalmente de los territorios ocupados y menores que han permanecido en Ucrania durante las hostilidades, así como con hijos de soldados fallecidos o con padres desaparecidos. Asisten normalmente después del colegio y a veces durante los fines de semana. También lidera un club juvenil al que acuden tanto menores de todas las edades y madres “para aliviar tensiones, aumentar la resistencia al estrés y distraerse de sus penas y problemas”.
Consultas para pequeños y mayores en Járkov
Silva Tamamian es una de las psicólogas de la unidad móvil de Médicos del Mundo en Járkov, la segunda ciudad más importante de Ucrania, duramente castigada por los bombardeos, y algunas localidades cercanas, donde ofrecen consultas individuales. El equipo de la ONG, explica a elDiario.es, trabaja tanto con los padres como con los hijos, juntos o separados, cuando solicitan ayuda porque, por ejemplo, los menores empeoran sus hábitos alimenticios, se intensifica su actitud pasiva ante los estudios o les entran ansiedad, miedos, agresividad. Aplican diferentes técnicas, desde terapias artísticas y corporales hasta ejercicios de respiración y estabilización.
Con su trabajo buscan principalmente aliviar el estrés, gestionar situaciones de tensión y conflicto y mejorar y estabilizar el estado psicoemocional. Alla Bartienieva, que también trabaja en la unidad móvil de Járkov, cuenta el caso de un niño de 10 años al que ha atendido recientemente. Confiesa que no se había encontrado con una situación así en toda su carrera como psicóloga. “Cuando entró en mi habitación, me alarmé. Por primera vez en mi vida, había visto a un niño canoso”, dice. “Después de lo que este niño había pasado, cayó en una especie de estupor. Mi pequeño paciente no se daba cuenta del lugar en el que se encontraba. Solo podía decir que había visto soldados muertos cuando él y su madre estaban siendo evacuados de Kupiansk [ciudad de Járkov]. Lloraba desconsoladamente”, relata.
La salud mental de los menores depende en gran medida del estado psicológico de sus padres y madres, explica Tamanian. Según su experiencia, los niños responden a la situación en función del estado de ánimo de sus progenitores y en cuanto estabilizan el estado de salud mental de los adultos, el de los pequeños también mejora.
Miedo al oír un avión
Oksana Sliepova, la psicóloga de Kiev, se marchó del país con su hijo de ocho años cuando sintió que quedarse en casa era demasiado peligroso tras el inicio de la invasión: “Mi marido nos llevó a la frontera, luego tuvimos que irnos sin él. Fue muy doloroso decir adiós. El niño estaba en estado de shock. Me contuve para no llorar delante del niño. Comprendí que su estado dependía de mi estado”. Cruzaron a Rumanía y después a Bulgaria, donde trabajó como psicóloga con niños refugiados, según su testimonio. Cuando veían u oían un avión, estos niños entraban en pánico y buscaban un sótano donde esconderse, explica. “Algunos se tiraban al suelo y se cubrían la cabeza con las manos”, dice Sliepova, que regresó con su hijo a su casa el pasado agosto, unos meses después de la retirada de las tropas rusas de Kiev.
Al igual que en otros contextos de conflicto armado, los menores en Ucrania sienten miedo, una emoción básica. El estruendo que produce el impacto de un misil o ver un edificio en llamas puede ser aterrador para ellos. “Estas situaciones son traumáticas y se quedan grabadas en la mente de los niños”, asegura Ricardo Angora, coordinador de salud mental en emergencias de Médicos del Mundo, quien también menciona que las situaciones de conflicto armado suelen producir a los menores tristeza, alteración del sueño o rechazo del juego. “Los más pequeños en algunos casos han presentado regresiones en el desarrollo. Después de controlar los esfínteres, han vuelto a mojar la cama o chuparse el pulgar, o a tener que dormir con la luz encendida por temor a la oscuridad. (...) Muchos de los menores han presentado somatizaciones: los dolores de cabeza o estómago son los más frecuentes”, cuenta.
La situación actual de la salud mental en Ucrania es un reflejo de la de otras regiones afectadas por guerras, según ha explicado la Organización Mundial de la Salud (OMS), que indica que una de cada cinco personas (22%) que han sufrido una guerra u otro conflicto en los últimos 10 años padecerá depresión, ansiedad, trastorno de estrés postraumático, trastorno bipolar o esquizofrenia. Aplicando estas estimaciones a Ucrania, la OMS prevé que aproximadamente 9,6 millones de personas pueden padecer algún trastorno de salud mental.
Una mejor recuperación
Unicef ha advertido de que el trauma y el miedo pueden tener “impactos duraderos” en la salud física y mental de la infancia. Desde el 24 de febrero, los programas respaldados por la agencia de Naciones Unidas han llegado a casi 2,7 millones de niños y cuidadores con apoyo psicosocial y ayuda a la salud mental dentro del país. Un desafío ha sido la alta demanda de psicólogos y que no es sencillo encontrar suficientes profesionales para satisfacer las necesidades, como publicó el medio especializado en desarrollo Devex.
Las voces consultadas para este reportaje se muestran preocupadas por la huella que la guerra puede dejar en la salud mental de los más pequeños. Sin embargo, remarca Angora, algo que también tiene en común la situación en Ucrania con otras guerras es que los menores “tienen una mayor capacidad de adaptación a la nueva situación porque su mente es más flexible” que la de una persona adulta. Aunque les cuesta hacer frente a situaciones que para ellos son desbordantes, en los menores “la mente es más plástica, menos rígida y es más fácil remodelar esas situaciones vividas”.
“En los menores, en general el impacto psicológico del conflicto armado es mayor, pero al contrario que los adultos, la recuperación es mucho mejor. Las situaciones traumáticas tienen un gran impacto, pero con un tratamiento adecuado son capaces de superarlo mejor y más rápido, que los adultos, que les puede llegar a incapacitar”, dice el responsable de Médicos del Mundo.
Sliepova señala que, con la terapia, los niños “se vuelven más estables emocionalmente, más relajados, más seguros de sí mismos”. También hacen nuevos amigos, comparten sus propias experiencias de circunstancias vitales difíciles y reciben apoyo. Tras dos semanas de trabajo, ejemplifica la psicóloga, el estado emocional de sus pacientes de Járkov atemorizados “se estabilizó gradualmente” y ahora “conocen técnicas psicológicas que pueden usar durante los ataques de pánico”.