Una de las características singulares de las campañas electorales portuguesas son las “arruadas”, una especie de pasacalles en las que candidatos y militancia se echan a caminar para demostrar músculo y tratar con el pueblo cara a cara. De todas, la más clásica es la empinada bajada del Chiado, céntrica plaza de Lisboa que se inunda de banderas y pancartas. No hay partido que se precie que renuncie al “descenso”, ni siquiera en pandemia, y menos cuando todo está tan en el aire como este año. Las elecciones legislativas de 2022 son las más disputadas en mucho tiempo y cualquier voto que se arañe a última hora es decisivo.
Los últimos sondeos señalan un escenario de empate técnico entre el Partido Socialista (PS), en el gobierno, y el derechista Partido Social Demócrata (PSD), ambos con horquillas superiores al 30%, pero inferiores al 40%, seguidos de lejos por el resto, en un orden también incierto, con la izquierda del Bloco de Esquerda y el Partido Comunista -que con Los Verdes conforma la coalición Democrática Unitaria (CDU)- por un lado, y los nuevos partidos a la derecha, Iniciativa Liberal y la formación ultra Chega, por el otro.
De los pequeños, no se espera que ninguno llegue al 10%. Así que todo está en el aire, y bien que lo sabe Maria Adelaide Carvalho, de 72 años, militante comunista desde hace cinco décadas, que observa desde un punto elevado a los “camaradas y amigos” que van llenando el jueves por la tarde la plaza junto al teatro nacional San Carlos. “Es difícil hacer previsiones, aunque los comunistas nunca ganamos”, bromea.
La plaza no está llena, pero la asistencia es “normal para estar en pandemia”, dice Maria, en la media de edad de la marcha para un partido que, pese a que lo intenta, no reúne el fervor juvenil de otras formaciones. “El comunismo no les interesa, no lo conocen, lo asocian al estalinismo”, lamenta, para recordar a continuación sus inicios, en la clandestinidad, contra la dictadura, cuando manifestarse estaba perseguido.
La procesión arranca con las rimas clásicas: “La CDU avanza con toda confianza”; o bien, “Juventud CDU: voto yo y votas tú”. Bajan los comunistas y suben por los laterales los turistas internacionales, que ya regresaron a Portugal, aunque el coronavirus siga dando coletazos y haya casi un millón de ciudadanos aislados en casa, con permiso solo para salir a votar el domingo, preferiblemente a partir de las 18h, según recomienda el Gobierno.
Los viejos militantes y la brecha generacional
Lourdes, de 77 años, sujeta una bandera con dificultad. “Ya me pesa”, dice, y sin solución de continuidad se pone a contar una anécdota de cuando hacía pintadas contra Salazar, de aquella vez en que un joven militar la sorprendió, pero la dejó marchar sin delatarla. El régimen ya renqueaba y fueron los cuadros medios del ejército los que finalmente lo hicieron caer.
“Los viejos hablamos de nuestras cosas”, termina, despidiéndose, porque la “arruada” continúa. Justo al lado de un local que se llama The Green Affair y promete “inspired vegan cooking”, emerge una camarera de mandil que levanta el puño tres veces, rápidamente, y se vuelve a meter dentro. El paseo concluye frente al Rossio, donde el líder del PCP, el veterano Jeronimo de Sousa, que se perdió casi toda la campaña por una operación quirúrgica, dice que fiarse de los socialistas es imprudente, que el primer ministro, António Costa, coquetea con pactar con la derecha.
El recelo es acusado entre los tres partidos de izquierda, cuya incapacidad para pactar unos presupuestos llevó en noviembre al presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, a disolver la Asamblea legislativa. La financiación y fortalecimiento del castigado Servicio Nacional de Salud, la subida de los salarios o la recuperación de los derechos laborales laminados por la troika separaron a socialistas de Bloco y PCP, poniendo fin a la llamada jerigonza, un acuerdo que dio estabilidad al Gobierno desde 2015, pero que en 2019 empezó a flaquear.
Consumado el fracaso presupuestario de otoño, el PS apostó inicialmente para estos comicios por la mayoría absoluta. El primer ministro afeaba en los debates electorales: “Hay dos Blocos de Esquerda; uno es ‘miel’ durante las elecciones, otro es ‘hiel’, en el Parlamento”. A los comunistas tampoco les lanzaba flores. “Ninguna muerte es definitiva, salvo la propia”, se permitía únicamente decir sobre el futuro del pacto a tres.
En esta indefinición ha ido creciendo poco a poco el PSD, cuyo candidato, Rui Rio, consiguió embridar un partido en el que se le venía cuestionando sistemáticamente. Incluso con unas primarias de urgencia, celebradas cuando ya se había disuelto el Parlamento. Lo recuerda el sociólogo e historiador António Costa Pinto, investigador coordinador del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa: “Hasta el mismo diciembre le decían que no era suficientemente de derechas”.
Inestabilidad en la derecha
Pero aun ganando, es posible que el PSD también se enfrente a un escenario complejo. “El PSD va a tener por primera vez en su historia rivales a su derecha. Alguno muy inestable, como Chega”, apunta Costa Pinto. Su socio histórico y habitual compañero de coalición, el conservador CDS, se hunde en las encuestas, y si bien la joven Iniciativa Liberal podría servir de apoyo, es muy posible que no sea suficiente. A Chega, que coqueteaba con superar el 10%, en línea con su resultado en las elecciones presidenciales del año pasado, los sondeos la sitúan en cifras sensiblemente inferiores. En todo caso, Rio dice que no negociará con ellos. O quizás sí lo haga, según Costa Pinto: “El llamado cordón sanitario no existe. Si el PSD gana y necesita los votos de Chega, intentará negociar. Lo demás es campaña”, asegura.
Portugal ha sufrido con la pandemia. Pese a las medidas de protección, la pobreza aumentó un 25%, y la desigualdad, un 9%, según un estudio de la Universidad Católica Portuguesa del pasado mayo. La cuestión simbólica de la convergencia europea ha ocupado horas de debates televisivos en los canales privados. En los círculos empresariales escuece que el PIB de Estonia haya superado al luso, aunque este indicador descuenta el fuerte descenso de población del país báltico. También ha estado sobre la mesa el debate sobre si apuntalar el sistema sanitario público o abrirlo definitivamente al sector privado, al igual que la subida del salario mínimo, fundamental para las izquierdas, toda vez que resolver las discrepancias al respecto es necesario si se ha de conformar una nueva 'jerigonza'. Tan solo Europa y la propia gestión de la pandemia han estado ausentes de los discursos, indica Costa Pinto.
En la última semana de mítines, conforme las expectativas de la mayoría absoluta se fueron esfumando, el candidato socialista volvió a abrirse a los pactos, pero sin concretar con quién. Antonio Costa llegó a mencionar como posible socio estable al partido animalista PAN, que en 2019 obtuvo cuatro diputados. En consecuencia, los comentaristas políticos empezaron a hablar con cierta ironía del advenimiento de la “eco-jerigonza”. “Hablaré con todos menos con Chega”, ha acabado diciendo, para alarma de los críticos del llamado bloco central, la entente más o menos cordial entre PS y PSD para dejar que el otro gobierne y acordar cuestiones básicas. Al fin y al cabo, al contrario que en España, el bipartidismo portugués nunca ha llegado a caer del todo. “No hubo quiebras similares [del sistema de partidos] ni se prevé que las haya”, afirma el sociólogo Costa Pinto.