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Los problemas genéticos del sueño económico europeo

El presidente francés Emmanuel Macron y el canciller alemán Olaf Scholz, en el Palacio de Meseberg, cerca de Gransee, Alemania, el 28 de mayo de 2024.
2 de junio de 2024 21:30 h

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La Unión Europea se planteó como un club de países que colaborarían por el avance común y la convergencia de sus economías, pero sus fallos estructurales acabaron por acentuar las desigualdades y avivar la competencia entre ellos.

El comercio y el movimiento de capitales se encuentran en los propios cimientos de la Unión Europea. Tras el shock de la II Guerra Mundial, la canalización de fondos del Plan Marshall y en medio de una época donde las principales potencias mundiales hicieron caso finalmente a Keynes impulsando la economía desde la inversión pública y creando los estados de bienestar, seis países decidieron formar un acuerdo para regular el mercado de la energía y del acero. Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo constituyen en 1951 la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA). 

Los artífices de aquel gran acuerdo “no hablaban tan solo de un mercado único”, explica el historiador belga y doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de Lieja Eric Toussaint, “sino de un espacio de paz y de un modelo social”. Una meta que, según Toussaint, ha quedado muy desdibujada: “En realidad la construcción ha sido sobre la idea del mercado único y los sueños de una Europa social han fracasado. Todos los tratados contienen obligaciones para los Estados en relación a la deuda, el déficit o la libre competencia… pero no hay casi nada al respecto a los derechos laborales o medioambientales”.

Aquel proyecto del sueño de la Europa social y sin guerras también ocultaba otros objetivos que no eran tan visibles en los discursos políticos. “Se estaba creando un muro de contención contra la Unión Soviética”, explica Iván Ayala, profesor de Economía Aplicada de la Universidad Rey Juan Carlos. De hecho, la desintegración del bloque soviético acelera los procesos de integración europea. “Hasta entonces, todos los tratados tienen algún punto de carácter social que intenta generar ese bloque de contención, como los estados de bienestar –dice Ayala–, pero hay un antes y un después en los tratados desde el de Maastricht, que es el primero que se firma tras la caída, en 1992, y donde se pone toda la carne en el asador con la creación del Banco Central Europeo (BCE), la convergencia macroeconómica y las políticas fiscales”, en lo que el economista define como una “neoliberalización de la UE”, impulsada “porque la ideología dominante ya había ganado, por lo que ya no había razones para seguir desarrollando ese estado de bienestar”.

Los fondos de cohesión 

En la columna de cosas positivas de la unión se encuentran las políticas de cohesión, como los Fondos Europeos de Desarrollo Regional (FEDER), el Fondo Social Europeo, los Fondos de Cohesión y los Fondos Agrícolas y de Desarrollo Rural. “España e Irlanda han sido los países que más se han beneficiado de los fondos de cohesión”, explica el economista y profesor de la Universidad de Alcalá Daniel Fuentes Castro, que se pregunta dónde estaría España si no fuera por las inversiones en infraestructuras que se pudieron realizar gracias a aquel flujo de ayudas europeas, al mismo tiempo que recuerda las carreteras gallegas y las tres horas que tardaba hace años en ir en coche desde Vigo, su ciudad natal, a Ourense y que ahora se recorren en unos 50 minutos. 

Dichas políticas facilitan la convergencia entre países, reducen sus desequilibrios y reparten los beneficios de la integración, tal y como explica Lídia Brun, economista que actualmente trabaja en el El Centro Común de Investigación de la Comisión Europa, en un estudio titulado “Transformación económica: Perspectivas desde la UE” publicado en 2022. Además, señala, “estimulan el crecimiento, entre otras razones porque compensan las externalidades de demanda que sufren los países deficitarios, y lo hace a cargo de los que tienen superávit, sus principales beneficiarios”. 

España y su lugar asignado en Europa

El acceso a esos fondos y al mercado común también tenía su contrapartida. Y aquí fue donde llegaron los problemas para España. El primero fue la desindustrialización del país. Los acuerdos en el seno de la UE fuerzan a que España elimine ciertos sectores que consideraban perjudiciales, “aunque en realidad lo que ocurría es que esos sectores le hacían la competencia a Francia o Alemania”, opina Ayala señalando ese gran poder que siempre han ejercido los dos países centroeuropeos sobre las decisiones y marcha de la Unión.

Durante ese tiempo sucede la especialización económica de los Estados miembros dentro del club europeo y a España le toca una labor periférica y de poco valor añadido. “A España se nos prometió entrar en la modernidad, pero con la desindustrialización acabamos siendo consumidores de la industria del norte y oferentes de servicios de poco valor, como el turismo”. Una relación de intercambio que ha sido el germen de uno de los principales males de la economía europea: los déficits de los países del sur son los superávits de los países del norte. Cuando ese dinero no encontraba circuitos de inversión para rentabilizarse, los sistemas financieros de esos países con superávit prestaban a espuertas a los países del sur, lo que en España fue una de las semillas de la burbuja inmobiliaria y sus desastrosas consecuencias.

Hola euro, adiós soberanía 

El proyecto europeo tuvo su pico y expresión máxima con la adopción de la moneda única. Por primera vez, los habitantes de los distintos países tenían algo realmente en común, aunque fuera la unidad monetaria con la que medían valores. El mercado único y el uso de una única moneda tiene sus ventajas en el corto plazo para la mayoría de los actores económicos. A las empresas se les abre las puertas a un mercado mucho mayor con una carga administrativa mínima, favorece el comercio, la inversión extranjera y la estabilidad en el tipo de cambio (que se elimina frente al resto de países que usan la misma moneda) reduce riesgos cambiarios. Además, la entrada en el Euro tuvo como notas positivas para España la bajada de tipos de interés y el control de la inflación. “España tenía una menor credibilidad en términos de política monetaria, y la importa de Alemania”, afirma Ayala, lo que abarata y facilita su capacidad de financiación.

Pero aquella integración constituía una “cesión de soberanía muy poderosa”, en palabras de Fuentes, ya que extraía de los Estados y centralizaba en una sola institución no democrática una de sus dos principales herramientas: la política monetaria. La entrada en la moneda única fue aplaudida en tiempos de bonanza y de un flujo de capitales que dejaron de encontrar muchas barreras al comercio, como los tipos de cambio fluctuantes. Pero en tiempos de crisis, la política monetaria es la principal herramienta contracíclica que tienen los Estados. Si la crisis no afecta a todos por igual o no todos sufren los mismos desequilibrios, una política monetaria con “un sesgo del control inflacionario y de los déficits como el alemán que domina en la institución”, en palabras de Ayala, puede tener consecuencias desastrosas para el resto de economías. 

Las consecuencias de todo ello se sufrieron en España con la subida de tipos de interés que dieron como resultado el estallido de la burbuja inmobiliaria. Con la economía recalentada y la deuda de las familias y las empresas en niveles muy elevados, el BCE subió los tipos de interés del euro desde el 2,25% a finales de 2005 hasta el 4,25% en julio de 2008, dos meses antes de la caída de Lehman Brothers y el pistoletazo de salida de la Gran Recesión.

Una integración que cojea 

Aquel sueño europeo pasaba por unas políticas comunes que formaran un bloque que funcionaba cada vez más al unísono. Una verdadera unión que alcanzara la convergencia real en términos sociales o de renta entre las poblaciones de los Estados miembro. Se completó la unión monetaria con el euro, pero nunca se avanzó en la integración fiscal. La política monetaria se centralizó en una institución, mientras que las políticas fiscales de ingresos y gastos pertenecía a cada país, sin ningún tipo de coordinación. Un diseño incompleto que cojea.  

Para el profesor Fuentes, ese diseño incompleto es lo que provoca que tenga fallos. Pero, además, señala que “esos fallos son genéticos” y, por lo tanto, “no se pueden corregir con las nuevas reglas fiscales”, que Fuentes cree que son mejores que la anteriores y van en la buena dirección, “pero que son claramente insuficientes porque son herramientas coyunturales que tratan de responder a un problema estructural”.

El profesor de la Universidad de Alcalá argumenta que esa inconsistencia en “lo común” se puede observar con un dato que para él es tan clave como ridículo: “El presupuesto de la UE equivale aproximadamente al 1% de su PIB”, lo que muestra lo lejos que se encuentra de completar el pilar presupuestario. “Europa está en un momento trascendental”, alerta Fuentes, en el que dicho diseño incompleto no permite habilitar políticas fiscales presupuestarias a un nivel europeo. Apunta a cuatro necesidades que ve como fundamentales en las próximas décadas: las pensiones y los cuidados, “algo que no tiene nada que ver con lo político sino que es una variable demográfica”, los gastos en defensa y seguridad, la necesaria transición energética y la lucha contra el cambio climático.

En ese sentido, el de aumentar las competencias fiscales por parte de la Unión Europea, Ayala ve otro problema muy parecido al que ya se ha descrito con la centralización de la política monetaria: “Dejas de decidir en tu parlamento, con tus procesos y tus controles democráticos, hacia dónde va el gasto público que se aprueba”. Con la experiencia del BCE en mente, Ayala cree que es arriesgado dejar las decisiones fiscales en manos de las instituciones europeas, “porque uno de los problemas de la UE es el déficit democrático”.

España cojea el doble

Si las políticas no se hacen pensando en todos los países, aquellos con más debilidades o características especiales sufrirán más esa falta de libertad de acción. España tiene el doble de desempleo estructural más alto de Europa, por lo tanto “las necesidades fiscales que tiene un país como España son mayores que las que tiene un país como Alemania”, cita como ejemplo Ayala. “Al restringir la capacidad que tiene de impulso fiscal, lo que hace es condenarla a tener un desempleo ad infinitum, por encima de lo que podría tener”, lamenta. Es decir, al tener limitaciones presupuestarias para cuadrar el déficit exigido por Bruselas, no se puede invertir lo suficiente en políticas de gasto que impulsen el empleo.

Más competencia que colaboración

Cuando se pierde la soberanía sobre tus políticas monetarias y arancelarias, la competencia a la baja en materia salarial y fiscal se posicionan como las únicas formas de atraer la inversión a tu Estado. Esto es exactamente lo que ha ocurrido en las dos últimas décadas en la UE, mermando el consumo interno de aquellos países que devalúan los salarios y los ingresos tributarios y, por lo tanto, sus estados de bienestar, de los Estados que ven como dichos flujos de dinero vuelan hacia Estados miembro que han puesto la alfombra roja fiscal a las multinacionales. “Las políticas de devaluación interna para mantener la competitividad empobrecen a los países y aumentan la desigualdad”, argumenta Brun en su informe.

Esto fue especialmente sangrante para España y el lugar en que se la dejó. Por un lado, la industria española no pudo competir con la fuerte y especializada industria del norte de Europa. Por el otro, los bajos salarios españoles no eran lo suficientemente bajos para competir con las industrias de Europa del Este. 

Esa “voluntad de poner en competencia a los países y los trabajadores” ha sido uno de los cimientos de la UE según Toussaint, que también señala la competencia fiscal a la baja. “Países como Luxemburgo o Irlanda rebajan los impuestos a las multinacionales, que ven como se incrementan sus ingresos tributarios gracias a la concentración de grandes corporaciones y a la merma de ingresos del resto de países”, lamenta el historiador.

En este tema de la nula integración fiscal y en la norma de toma de decisiones por unanimidad en dicha materia nos encontramos otro bache en el camino: “Le estamos dando derecho a veto a micro economías o a paraísos fiscales sobre decisiones absolutamente vitales”, lamenta el profesor Fuentes, que pone como ejemplo la dificultada para crear impuestos comunitarios que pudieran financiar el presupuesto común. 

La pandemia mostró caminos diferentes

No obstante, la pandemia ha marcado un antes y un después. La crisis ya no solo afectaba a los “derrochadores PIGS”, sino que el shock de oferta y demanda puso en jaque a los mismísimos halcones de Centroeuropa. Y eso lo cambia todo. Tuvo que llegar un virus para mostrarle a las instituciones europeas que se necesitaban reacciones rápidas, contundentes y coordinadas, con políticas públicas expansivas en el gasto y con mecanismos nuevos que actúen de forma conjunta, como la deuda mutualizada o los Fondos Next Generation EU. “A diferencia de la crisis financiera –explica Brun– la respuesta de la UE a la pandemia marcó un cambio de rumbo con un acuerdo sin precedentes que puede sentar las bases para completar su configuración institucional”.

La reacción fue mucho más rápida y contundente por parte de las instituciones europeas. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, pausaba las restrictivas reglas fiscales, lo que vino a decir: “Gastad lo que haga falta, que yo levanto las restricciones”. En la parte que le corresponde al BCE, “el mensaje fue muy claro: gastar lo que haga falta que yo compraré la deuda pública”, explica Fuentes que lamenta que no fuera igual durante la anterior crisis, teniendo en cuenta que estalló en 2008, y el “haré lo que sea necesario” de Mario Draghi no se pronunció en 2012 y el programa de compras masivo (el Quantitative Easing) no se puso en marcha hasta 2015. 

En cuanto a las reglas fiscales, Ayala se pregunta para qué sirve algo que no sirve cuando hay una crisis. “Cuando la crisis está más o menos controlada, se vuelven a poner en marcha y se va a obligar a los Estados a implementar políticas fiscales restrictivas”, lamenta el economista, “lo que tendrá, nuevamente, consecuencias negativas como ya vimos en 2007”. Y ahí es donde ve el problema. “Europa ha actuado bien con una fuerte capacidad de gasto centralizada y contracíclica, generando deuda común”, pero eso es “lo que ha hecho todo el mundo y ha funcionado, por lo que no tiene ningún sentido que ahora quieran volver otra vez lo de siempre”, lamenta.

Europa en un mundo de bloques

Los tiempos cambian y los nuevos shocks económicos como la pandemia o las guerras que hace unos años nadie esperaba están modificando la reconfiguración geopolítica y económica de todo el globo. Si el mundo ya se dividía en grandes bloques, ahora se hace cada vez más evidente que el futuro pasa más por la cooperación interna de esos bloques y la dura competencia entre ellos. Todo ello en un momento histórico donde China se posiciona como firme candidato a disputar la hegemonía global a Estados Unidos. En ese punto, el viejo continente se está quedando totalmente atrás.

Mientras China sigue impulsando su economía con planes centralizados e ingentes ayudas a sus grandes empresas en la toma de los mercados globales, a Estados Unidos no le tiembla la mano a la hora de gastar o proteger su mercado. “Solo hay que ver lo que ha invertido Estados Unidos en el Inflation Reduction Act”, argumenta Ayala. “La UE no puede hacer nada parecido, no tiene capacidad para invertir teniendo tan solo ese 1% de su PIB como presupuesto común y con su locomotora, Alemania, teniendo problemas de competencia y energéticos”. explica el economista.

Pero el problema no está tanto en lo que no puede hacer ahora, sino en la poca capacidad que tiene para hacer que las cosas cambien. Con una integración incompleta, con países compitiendo entre sí en materia fiscal y salarial, con políticas que no corresponden al conjunto de la Unión sino a la de unos pocos con mayor control sobre las instituciones, y con sistemas de toma de decisiones donde premia más la avaricia que la colaboración en un continente cada vez más polarizado y con un fuerte avance de la extrema derecha, los “problemas genéticos” a los que se refería Fuentes tienen difícil solución y no parece que se vayan a solventar en unas elecciones europeas.

Texto publicado en el número 44 de la revista de elDiario.es, 'Qué ha hecho Europa por nosotros'. Si tú también quieres recibirla en tu casa, hazte socio, hazte socia.

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