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ANÁLISIS

Racistas contra 'tech bros': el trumpismo se rompe por Elon Musk y sus ingenieros indios

El presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump, y Elon Musk observan el lanzamiento del sexto vuelo de prueba del cohete SpaceX Starship, el 19 de noviembre de 2024 en Brownsville, Texas.
1 de enero de 2025 21:34 h

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Millones de seguidores de Donald Trump acaban de descubrir que no tienen tanto en común como pensaban con el hombre más rico del planeta. Se habían creído aquello que les dijeron de que los inmigrantes te roban el trabajo y ahora los magnates de Silicon Valley les dicen que no, que eso sólo vale para los trabajos de pobres. “Yo voté a Donald Trump, no a los millonarios de la tecnología, y voté para que haya menos inmigración”, dice la activista ultra Laura Loomer. “Que os jodan”, responde Elon Musk.

A tres semanas de la vuelta de Trump al poder, la guerra civil ha estallado en el trumpismo a cuenta de los visados H1B, que son los que permiten trabajar legalmente en EEUU a extranjeros “con conocimiento altamente especializado” o a “modelos de pasarela de distinguido mérito y habilidad”. Sólo se conceden 85.000 al año y las grandes tecnológicas como Amazon, Google o Tesla los usan para fichar a miles de ingenieros brillantes del resto del mundo. En total, 7 de cada 10 trabajadores con visas H1B son indios.

Como todos en su industria, Musk quiere quitar los límites a las H1B y contratar extranjeros más fácilmente, pero a la gente que lleva con Trump desde el día uno, como Laura Loomer, le da igual si esos indios tienen una carrera en ingeniería o un doctorado: su racismo no conoce matices. En los últimos días ha dicho que tienen “conocimiento altamente especializado en robar trabajos estadounidenses”, que sus títulos académicos “son fraudulentos y su actitud aún peor” y que son “invasores del tercer mundo” que no tienen “agua corriente ni papel higiénico”. Es otra forma de decir que no conoce a ninguno, probablemente. 

Del lado de Musk, por supuesto, nadie derrama una lágrima por los más de 10 millones de inmigrantes sin papeles que Trump quiere deportar, aunque representen más del 12% de los trabajadores en sectores como la agricultura o la construcción. Será que consideran que el conocimiento de quienes les dan de comer o les construyen la casa no es lo suficientemente “especializado” y que eso sí lo pueden hacer los estadounidenses. Otra cosa es su propia industria, donde según Musk “hay que pensar como en el deporte profesional: si quieres que tu equipo gane, hay que contratar el talento donde sea”. 

Musk se está encontrando con que ese argumento no seduce a la misma gente que le lleva dorando la píldora durante meses y que le pide ahora que contrate ingenieros estadounidenses o se preocupe de formarlos. “Si necesitas una escuela, ya has perdido”, responde el dueño de X, haciendo énfasis en la “dramática” falta de ingenieros “extremadamente talentosos y motivados”. Y eso es quizás lo que más enfada a sus de repente examigos, la charlita sobre la motivación. 

Vivek Ramaswamy, el empresario hijo de indios que comparte con Musk la presidencia de esa extraña comisión de eficiencia del gobierno de Trump, ha metido más el dedo en la llaga explicando que las grandes compañías tecnológicas “contratan habitualmente a ingenieros extranjeros más que a nativos” porque la cultura estadounidense “venera la mediocridad más que la excelencia” por las series de televisión donde el héroe es el guaperas y la gente se burla del empollón. “Más clases particulares de matemáticas y menos fiestas de pijamas”.

Más allá de la moralina, es indudable que Musk y sus aliados conocen la realidad de una industria tecnológica que no puede existir si es 100% estadounidense y no sólo en sus trabajadores de base. El 65% de las compañías estadounidenses punteras en inteligencia artificial tiene al menos un fundador extranjero y la élite de Silicon Valley está llena de magnates que nacieron lejos de EEUU. El CEO de Microsoft es indio, uno de los fundadores de Google nació en Moscú y el de NVIDIA es taiwanés. Todo eso aparte del propio Elon Musk, claro, que nació en Sudáfrica y pudo hacer carrera en EEUU gracias a una visa H1B

Una lucha a muerte por la atención de Trump

De fondo, por encima de las visas H1B y del siniestro juego de hacer categorías de migrantes prescindibles, también hay una lucha de poder de las de toda la vida. Elon Musk sólo se decidió a apoyar a Trump hace unos pocos meses tras reconocer que había votado por Hillary Clinton y por Joe Biden. Es un recién llegado al trumpismo, pero ha escalado hasta lo más alto gracias a sus contribuciones a la causa en dinero y en influencia

Del otro lado, gente como Laura Loomer, Steve Bannon o el resto de influencers ultras que hoy se enfrentan a Musk llevan en la trinchera de Trump desde siempre, aunque eso no significa que vayan a ganar. Loomer dice que “los millonarios de la tecnología no pueden simplemente entrar en Mar-a-Lago, abrir sus enormes chequeras y reescribir nuestras políticas migratorias”. Pero quizá sí que pueden. 

El presidente electo parece inclinarse por darle la razón a Musk en esta batalla. “Siempre he estado a favor de las visas”, ha dicho, olvidando que en el pasado afirmó exactamente lo contrario. ¿Lo hará de verdad? Y más interesante, ¿habrá entonces una revuelta entre sus seguidores o es cosa de unos pocos activistas que ven peligrar su posición? Sus partidarios han demostrado una capacidad sin igual para seguir apoyando a Trump contra viento y marea, pero quién sabe si unos cuantos ingenieros indios eran el arma secreta que los demócratas buscan desde hace años. No queda tanto para saberlo: vuelve a la Casa Blanca el 20 de enero.

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