Raouf Farrah es investigador y analista principal de la Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional (GI-TOC), especializado en migraciones y economía criminal en el norte de África y el Sahel. Es cofundador del medio de comunicación independiente Twala y colabora regularmente con medios de comunicación internacionales y africanos, y ha trabajado con varias organizaciones internacionales, como el PNUD y la OCDE. También es activista de la sociedad civil en Argelia, el Norte de África y todo el continente africano.
Farrah acudió a España para participar en el ciclo Aula Árabe Universitaria de Casa Árabe en Madrid e impartió la conferencia “Geopolítica del Sáhara-Sahel: ¿Hacia un nuevo paradigma?”, centrada en las implicaciones humanas, de seguridad y geopolíticas de ese nuevo paradigma para los países del Magreb y las regiones fronterizas que los unen. El aumento de la violencia extremista, la retirada de la misión francesa (Barkhane) y de la de la ONU en Malí (MINUSMA), así como la irrupción de actores como Rusia o Turquía, han marcado el desarrollo de los acontecimientos en la zona del Sahel en los últimos años.
¿Cuál es el nuevo paradigma en esta región tan convulsa?
En la situación en el Sahel, hay continuaciones y disrupciones. Las continuaciones son, sin duda, los problemas que persisten como la actividad de los grupos violentos extremistas o la inestabilidad política. Pero también hay disrupciones, por ejemplo, los países que han vivido una serie de golpes de Estado como son Níger, Burkina Faso y Mali –y que han pujado por cambios en la soberanía–, ahora han formado una nueva alianza de seguridad y política: la Alianza de Estados del Sahel después de retirarse de la Comunidad de Estados de África Occidental [también conocida por sus siglas, CEDEAO].
A estas disrupciones se le suma la desaparición de los aliados occidentales. Por ejemplo, en Mali, el Gobierno ha empujado a la Misión Multidimensional Integrada de Estabilización de Naciones Unidas en Mali (MINUSMA) fuera del país, igual que a la clásica Operación Barkhane de Francia. Además, hay una serie de actores como Rusia, Turquía o Irán que, de manera estructural u oportunista, están cambiando el tablero.
Por todas estas razones, creo que estamos a las puertas de cambios geopolíticos no solo a nivel macro, sino también a nivel local.
En este nuevo paradigma, entran actores como Rusia, Turquía, Emiratos Árabes Unidos o Irán, entre otros. Pero, ¿cuál es el papel y el objetivo de Rusia?
Ahora mismo, el papel de Rusia es de asistencia política y militar. Hay varios países que están en esta puja por la soberanía política y Moscú ha jugado con el imaginario de que no tiene un pasado de colonización. Todo lo contrario, Rusia es más bien un viejo aliado de países como Mali durante la época de la Unión Soviética.
Al principio, el Grupo Wagner tenía una idea muy simple sobre qué hacer en Mali, que consistía básicamente en ayudar a la junta militar a acceder al poder y ofrecer servicios militares en contrapartida de una fractura política y social. Pero, con la muerte del líder Yevgueni Prigozhin, su papel ha cambiado. La nueva estrategia con África Corps [que ha sustituido a Wagner en África] consiste en centralizar los esfuerzos, armonizar los países y optimizar las actuaciones regionales.
¿Cómo crees que ha influido la presencia de las tropas de la MINUSMA en la seguridad regional del Sahel?
El retiro de la MINUSMA es un tema muy delicado. A pesar de que fue una de las misiones más mortíferas, también fue un instrumento que permitió la organización de operaciones en terrenos inaccesibles, la monitorización de la situación del país y la interacción entre las fuerzas armadas para mantener –hasta cierto punto– una paz relativa. Pero no hay que olvidar que la propia MINUSMA era el objetivo de los grupos violentos.
La MINUSMA también era muy importante para los derechos humanos porque había una unidad dedicada exclusivamente a ellos. Sus informes eran una fuente de información relevante que ya no tenemos. Además, también jugó un papel fundamental en el acuerdo de Argel [acuerdo de paz y reconciliación entre el Gobierno de Mali y la Coordinación de los Movimientos de Azawad, que busca establecer un estado independiente de Mali], que contó con el apoyo de la comunidad internacional a través de un departamento de mediación.
No hay que olvidar que la primera interacción armada entre las Fuerzas Armadas de Mali y los grupos rebeldes fue sobre la recuperación de una base de la MINUSMA.
¿Qué representa el auge del soberanismo en el Sahel Central, especialmente en Mali y Níger?
Este auge de soberanismo llega desde dos factores. El primero, por la sed de cambio, con ciudadanos que se creen libres. El segundo factor radica en la frustración entre las fuerzas armadas de estos países respecto a la idea de que todo va a venir de Francia o del exterior, y que creen que están trabajando para la agenda de otros.
Estos serían los dos factores principales, pero también hay un ámbito que favorece a ambos y que genera un efecto dominó: el primer golpe de Estado fue en Mali, en 2020, seguido por otro, un año después. A continuación, hubo otro golpe en Níger y Burkina Faso, sumando un total de siete golpes. Aun así, la población del Sahel está decepcionada porque el nivel general de vida no ha cambiado; al contrario, ha empeorado. En una ciudad como Bamako [capital de Mali], hay interrupciones regulares en el suministro eléctrico y problemas de saneamiento del agua. No es seguro que en unos años estos hombres puedan mantener la misma popularidad.
En su opinión, ¿por qué Europa debe prestar atención a lo que ocurre en el Sahel?
Vivimos en un mundo radicalmente interconectado. Un problema que ocurre en la otra parte del mundo va a afectarnos. Lo hemos visto con la pandemia o con el cambio climático. La situación en el Sahel repercute inmediatamente en Europa, no solo en cuanto a la inmigración clandestina, sino también en la capacidad que tienen los Gobiernos y organizaciones regionales de mantener la cooperación internacional. Además, la mayoría de los proyectos económicos a nivel micro-local están financiados por otras organizaciones que están financiadas por la UE o por países europeos.
Pero por lo general, tenemos que recordar y aprender las lecciones que nos ha dado la experiencia de la última década. Una de ellas es que necesitamos algo de humildad cuando tenemos relaciones diplomáticas y políticas con países complejos; la otra es tener –también– la voluntad de establecer un diálogo equitativo hasta un cierto nivel.
Hablamos de Europa, pero ¿cómo le afecta lo que ocurre en el Sahel al norte de África y a países como Argelia o Libia?
Tendemos a pensar que los cambios solo repercuten a los propios países o a los países europeos, sin caer en el impacto que tienen en la región del Magreb. La situación en Libia es muy diferente a la de Argelia. La frontera de Libia con Níger y Chad no está controlada de una manera permanente; su porosidad es real. Los hombres, los grupos armados y los bienes pueden circular de una manera rápida. En Libia, los grupos rebeldes que controlan la región del Fezán (sudoeste) tienen la voluntad de tener el control de todo aquello que roza la frontera, sin embargo, no tienen un control concreto.
En cuanto al papel que está jugando Libia con Rusia, hay un interés por mandar un mensaje de que las fuerzas armadas libias pueden imponer la ley y el orden en esta región. Por ejemplo, organizaron una operación militar llamada 'Operación Global' para combatir a los mineros ilegales que trabajaban en la mina de Kilinche o en el paso de Salvador, cerca de la frontera con Chad, donde hay mucho oro. En Libia, el principal riesgo es sobre el control de las fronteras.
Por el contrario, en Argelia, la situación es muy diferente. Este país tiene unas fuerzas armadas muy fuertes, pero su frontera con Mali y Níger tiene casi 2.000 kilómetros. Recientemente, Argel ha militarizado sus fronteras del sur por la inestabilidad que hay en el norte de Mali. Además, también ha aceptado la llegada de refugiados del norte de Azawad, puesto que los considera como a un pueblo hermano de Argelia, al mismo tiempo que mantiene una relación cultural, social y económica con el contrabando de mercancías. Todo lo que se consume en el norte de Mali llega desde Argelia.
Aun así, en ambos casos, no debemos subestimar la capacidad de los rebeldes. Los rebeldes tienen el conocimiento de cómo hacer la guerra. Pueden navegar por la noche con las estrellas. Conocen el desierto, roca por roca. No tenemos que subestimarlos.