La única alternativa mínimamente viable en el Partido Demócrata a la candidatura de Joe Biden para las presidenciales del 2024 tiene un apellido de sobra conocido en el seno de la formación: Robert F. Kennedy, sobrino del expresidente John Fitzerald Kennedy (JFK) e hijo del senador Bobby Kennedy, ambos trágicamente asesinados hace medio siglo.
A diferencia de sus predecesores, el último representante de la dinastía política más influyente de EEUU se presenta como un outsider, dispuesto a romper consensos científicos e ideológicos en su partido, al que ha declarado la guerra.
“Me enfrento a una fuerza muy formidable: el Partido Demócrata”, dijo a finales de julio en una entrevista con Sean Hannity, presentador estrella de Fox News, “pero tengo varios caminos hacia la victoria”.
Ignorado por los medios de comunicación de referencia estadounidenses y criticado por sus posicionamientos antivacunas, su banalización de la Alemania nazi y su seguimiento de teorías de la conspiración, Kennedy está centrando su estrategia en seducir al electorado trumpista. Y lo hace en espacios mediáticos de la ultraderecha, como Fox News, la cadena que encumbró al magnate, así como en los podcasts de ultraconservadores como Steve Bannon (The War Room), Alex Jones (Infowars), Jordan Peterson o Joe Rogan, entre otros.
Uno de los principales donantes de Donald Trump en las dos últimas elecciones presidenciales, el conservador Timothy Mellon, ha anunciado que retira su apoyo al exmandatario e invertirá 5 millones de dólares en el comité de acción política American Values, la principal fuente de ingresos de la campaña de Kennedy. Mellon, que hizo su fortuna en el sector del transporte, se suma así a un reducido número de ultrarricos que han encontrado en el demócrata una alternativa a Trump y DeSantis.
Entre ellos se encuentra Gavin de Becker, un asesor de seguridad cercano al tercer hombre más rico del mundo, Jeff Bezos, que ya ha dado 4,5 millones a American Values. Otro que ha mostrado su apoyo financiero es Patrick Bryne, director ejecutivo de Bed Bath & Beyond (una importante empresa que cayó en bancarrota este año y protagonizó despidos masivos de miles de trabajadores, y ha renacido bajo el nombre de Overstock); así como el inversor David Sacks, fundador de Pay Pal. Todos ellos apoyaron al Partido Republicano en el pasado.
Conspiración en medios conservadores
El sobrino del presidente demócrata John Fitzgerald Kennedy y tercero de los 11 hijos del senador Bobby Kennedy se convirtió durante la pandemia en un habitual de Fox News. Desde el altavoz mediático de la ultraderecha estadounidense, el canal más visto en el país, libró su batalla contra los consensos científicos, atestando fuertes críticas a las medidas aplicadas por la Administración Biden para frenar el avance de un virus que tuvo que ver con la muerte de 15 millones de personas en el mundo entre 2020 y 2021.
Mientras la COVID-19 se propagaba, Kennedy forjaba su imagen criticando el uso de mascarillas, la vacunación y las cuarentenas obligatorias. En una de las mayores manifestaciones antivacunas, a principios del 2022 en Washington, se erigió en líder del movimiento con un incendiario discurso, en el que llegó a invocar a la Alemania nazi: “Al menos en la Alemania de Hitler podías cruzar los Alpes rumbo a Suiza o esconderte en el ático, como hizo Ana Frank”.
Un año antes, había publicado un libro contra el epidemiólogo Anthony Fauci, quien diseñó la estrategia contra la pandemia en EEUU. El mismo año, Instagram llegó a eliminar su cuenta en esta red social por “compartir repetidamente afirmaciones desacreditadas sobre el coronavirus o las vacunas”.
En las últimas semanas, ha vuelto a protagonizar un escándalo mediático con la filtración de una grabación en la que afirmaba que el coronavirus fue “étnicamente dirigido” para salvar a los judíos y a los chinos. Una teoría conspirativa que ha desempolvado las acusaciones de antisemitismo en su contra, de las que se defendió alegando que las hizo en “una reunión a puerta cerrada” y afirmando que era “una declaración precisa sobre un estudio financiado por el Instituto Nacional de Salud”.
No es la primera teoría conspirativa a la que se suma el aspirante a batir a Biden en las primarias demócratas. En junio afirmó en el podcast del conservador Joe Rogan, el más escuchado del país, que las señales de radiofrecuencia del Wifi provocan cáncer y “fugas cerebrales”. En otra aparición en Twitter Spaces con Elon Musk (propietario de la red social Twitter, ahora X) aseguró que la culpa de que haya tiroteos en las escuelas es del uso de antidepresivos como el Prozac (y no la legislación favorable a las armas).
Tampoco tuvo reparos en participar en el podcast de Jordan Peterson, un psicólogo canadiense, tránsfobo y misógino que triunfa entre los jóvenes, donde se hizo eco de una teoría de la conspiración que asegura que los productos químicos en el suministro de agua convierten a los niños en transexuales. Además de todo ello, en el pasado ha dicho que las vacunas provocan autismo, que el VIH fue fabricado para que las farmacéuticas se enriquecieran vendiendo medicinas y que el 5G es una herramienta de vigilancia.
En una reciente entrevista, se mostró convencido y preocupado de que el Gobierno estadounidense y las grandes tecnológicas vigilan y controlan a los ciudadanos a través de la tecnología y la inteligencia artificial, sobre todo si “estás haciendo algo que tiene que ver con disentir o desobedecer las órdenes del Gobierno”.
El gancho conservador
Robert Kennedy va muy rezagado en las encuestas: le separan unos 50 puntos de Joe Biden, según el modelo FiveThirtyEight, que a finales de agosto estima un apoyo de casi el 64% para el actual mandatario frente a poco más del 12% de Kennedy entre el electorado demócrata.
A pesar de que los simpatizantes del partido han dejado claro que están abiertos a una alternativa, el perfil populista y paranoico de Kennedy les echa para atrás.
Como abogado ambientalista, en el pasado ha defendido causas ecologistas, como la limpieza y protección del río Hudson y ha litigado contra numerosos gobiernos y empresas por su contaminación.
En 2010, ganó una demanda a ExxonMobil (una de las petroleras más contaminantes del mundo), que fue obligada a limpiar decenas de millones de barriles de petróleo filtrados en Newtown Creek (Nueva York). Además, desde una postura anti-establishment, su discurso siempre ha ido en contra de las grandes corporaciones, en especial las farmacéuticas.
Sin embargo, en vez de intentar combatir a Biden por la izquierda, Kennedy está abrazando muchas de las banderas del votante conservador.
También ha cuestionado el papel de EEUU en la guerra de Ucrania, que considera “terrible para el pueblo ucraniano”. En su opinión, la OTAN creó “las condiciones para la guerra” al expandirse hacia el este durante las décadas posteriores a la Guerra Fría y asegura que su país debería poner fin al conflicto auspiciando una paz negociada en la que los ucranianos cedan territorio a Rusia.
Kennedy es un firme defensor de las criptomonedas, un mundo con especial calado entre los jóvenes conservadores que defienden un libre y extremadamente volátil mercado financiero, despegado de la regulación estatal. En junio dio un discurso en Miami en una de las principales conferencias del año de bitcoin –una moneda que, por cierto, acepta como parte de sus donaciones–.
A Kennedy, que se presenta como una víctima denostada por los medios de comunicación y por su propio partido –lo llama “el partido de la censura”–, lo defienden más los republicanos que los propios demócratas: el 40% de los votantes republicanos tiene una opinión positiva, comparado con el 31% de independientes y el 25% de los demócratas, según una encuesta de Quinnipac University. Quizás la simpatía de personajes como Rudi Giuliani, Tucker Carlson, Steve Bannon o Alex Jones tenga algo que ver con ello.