Sabe que cuenta con el apoyo explícito de Donald Trump (“es mi dictador favorito”), incluyendo la tradicional ayuda de 1.300 millones de dólares anuales. Sabe también que las cancillerías occidentales lo ven, como mínimo, como un mal menor para frenar un islamismo político que sienten como la encarnación del mal; lo que se traduce en mirar para otro lado ante sus excesos mientras mantenga la paz con Israel y el canal de Suez abierto.
Es consciente igualmente de que cuenta con el interesado apoyo de Emiratos Árabes Unidos y de Arabia Saudí para paliar los efectos más negativos de una política económica marcada por el FMI, en la que florece la corrupción y en la que los militares aumentan sus ganancias y privilegios. Pero, aun así, Abdelfatah al Sisi no puede ocultar su nerviosismo ante las movilizaciones que tuvieron lugar el pasado fin de semana en varias ciudades egipcias.
Son unas movilizaciones claramente minoritarias, hasta cabría decir liliputienses, si se tiene en cuenta que hablamos de un país de cien millones de habitantes. Los centenares de egipcios que se han atrevido, saltándose la ley que prohíbe toda manifestación pública, a exponerse a la maquinaria represiva del régimen no pueden compararse con los millones que lo hicieron en 2011 para derribar a Hosni Mubarak, pero eso no quita para que el régimen policial de Al Sisi haya reaccionado con fuego real, lanzamiento de gas y la detención de más de 500 personas.
En paralelo, sabedor del poder movilizador de las imágenes, se ha apresurado a impedir la señal de varias cadenas televisivas, de Internet y de los más populares servidores, echando mano igualmente de su cuasi total control de los medios para contrarrestar una realidad que el régimen trata de negar. Una realidad que, con el añadido de unos vídeos que un personaje como el ahora famoso Mohamed Ali está difundiendo casi a diario desde el pasado 2 de septiembre, se impone más allá del rimbombante discurso oficial lleno de falsedades y anuncios faraónicos como el nuevo canal de Suez y la nueva capital administrativa.
Al igual que la autoinmolación de Mohamed Bouazizi fue el catalizador que disparó la revolución contra la dictadura de Ben Ali en Túnez, al régimen egipcio le asusta la posibilidad de que los vídeos de Ali pueden servir para volver a prender la llama de la protesta en Egipto. Porque una cosa es que el personaje venga cargado de sombras –su fortuna es el resultado de su colaboración como constructor en proyectos del régimen militar y su denuncia es, básicamente, un intento de cobrar las cantidades que dicho régimen le adeuda– y otra muy distinta es que sus acusaciones sobre la generalizada corrupción de los que mandan conectan muy directamente con millones de egipcios para los que Al Sisi no ha supuesto una mejora en sus condiciones de vida.
Incluso su imagen –no como un pobre pero honrado fellah, sino como un egipcio hecho a sí mismo, orgulloso de su masculinidad y riqueza– atrae a muchos de los jóvenes que en 2011 expresaron su hartazgo con una situación que solo han visto agravarse desde entonces. Poco parece importar ahora mismo que su grupo empresarial, Amlaak, haya hecho negocios con los mismos que ahora denuncia, que su reclamación sea en el fondo más pecuniaria que política o que su autoexilio en Barcelona, conduciendo coches de lujo, no tenga nada que ver con la vida de la inmensa mayoría de los egipcios.
Lo que realmente cuenta es que esos escasos movilizados son la punta de lanza de una generalizada sensación de malestar que se ha ido agravando desde la llegada al poder del golpista Al Sisi. Desde entonces, siguiendo los pasos marcados por el FMI –con el que se estableció un acuerdo para el préstamo de 12.000 millones de dólares, que remató el pasado 24 de julio–, la obligada austeridad y la liberalización de precios no ha servido para enderezar un rumbo que ha llevado al país a un callejón de difícil salida tanto por las enormes dificultades que el sistema tiene para crear empleo y ofrecer un futuro digno a una población mayoritariamente joven, como para paliar los efectos de una desigualdad que ha crecido de forma sostenida en estos años.
En esas condiciones, lo de menos es la suerte que correrá un Mohamed Alí que, crecido ante su propio éxito mediático, se atreve ahora a convocar a millones de egipcios a una manifestación multitudinaria el próximo viernes. Lo importante es saber cómo responderá la población ante un régimen que ya está a punto de concentrar todo el poder en sus manos.
El pasado día 12 Al Sisi, aprovechando los nuevos poderes derivados del referéndum constitucional del pasado abril, se atrevió a nombrar un nuevo fiscal general y un nuevo jefe del Consejo de Estado, obviamente dóciles a su mandato, que debilitan hasta el extremo cualquier idea de separación de poderes. Y, mientras tanto, ¿de qué han hablado Al Sisi y Pedro Sánchez en su encuentro durante la Asamblea General de la ONU?