La conciencia moral comienza en la lente de una cámara captando el horror. Por eso son tan enigmáticas y necesarias las personas que viajan allí donde el sentido común y la ética desaparecen. Personas como Roberto Fraile y David Beriain, los reporteros asesinados en Burkina Faso.
Tipos incómodos para aquellos que ejercen la ausencia de humanidad. Tipos valientes, que funcionan como el nexo cabal entre la brutalidad y la civilización. Y lo hacen a costa de todo. Roberto esquivó a la muerte en 2012 en Alepo, Siria, cuando recibió la metralla de un proyectil. Era perfectamente consciente de lo que se jugaba: “Los que estamos metidos en esto ya sabemos lo que hay”.
Lo saben ellos, lo saben sus familias, sus amigos, sus compañeros. Da igual. El mazazo de la noticia de su muerte golpea igual de fuerte.
En 2014 Fraile relataba que para sobrevivir en una guerra hay que fiarse del instinto. También hay que tener suerte. Nacido hace 47 años en Barakaldo pero afincado en Salamanca, llevaban años mirando allí donde no queremos mirar.
Él fue el último en ver con vida a la legendaria reportera Marie Colvin en Homs, Siria. Pese a haber recorrido ya una buena porción de las miserias humanas, allí conoció un horror desacostumbrado: “Al doblar cada esquina hay francotiradores disparando a todo lo que se mueve. No les importa que sean mujeres, niños o hombres”.
Crear conciencia
En los meses en que descansaba en casa, en familia, con sus hijos, Roberto no desconectaba del todo. Charlas, conferencias y, también, visitas a escuelas para contar a los más pequeños una historia sencilla: la guerra nunca merece la pena. Crear conciencia, ser testigo y, a la vez, ceder el testigo a los demás, a los que vienen después.
La muerte le ha alcanzado junto a David. Un compañero. Otros tantos lloran hoy la pérdida de estas miradas lúcidas, transparentes. Ambos estaban documentando otra guerra, aquella que se libra contra el planeta o sea, contra nuestra casa. Contra todos nosotros.