Creíamos haberlo visto todo con Donald Trump, pero en las elecciones presidenciales de Colombia, cuya segunda vuelta se celebra este domingo, ha aparecido una figura mucho más descarada y atrabiliaria, que podría llevar el fenómeno del populismo a unas fronteras inimaginables.
Rodolfo Hernández, nacido hace 77 años en Piedecuesta, municipio del departamento Santander, al noreste del país, llegó al duelo final contra el izquierdista Gustavo Petro tras superar sorpresivamente al candidato de las grandes maquinarias políticas, Federico Gutiérrez, con un discurso centrado en la lucha contra la “politiquería” y la “robadera”. Lo llamativo es que él se encuentra imputado en un caso multimillonario de corrupción que tuvo lugar durante su mandato como alcalde de Bucaramanga y está citado a juicio el próximo 21 de julio. Los analistas colombianos consideran que este asunto podría provocar serias turbulencias institucionales en caso de que el candidato llegue al Palacio de Nariño.
En realidad, su propio acceso a la alcaldía, en 2016, fue producto de un fraude: repartió entre ciudadanos pobres unos bonos firmados por él en los que se comprometía a entregarles 20.000 viviendas gratis y, tras recibir sus votos, incumplió la promesa. Este viernes, el periodista Daniel Coronell publicó un vídeo que lo muestra a bordo de un yate en Miami, junto a dos de sus hijos y 11 jovencitas en bikini, en un paseo sufragado por un grupo de presión que quiere hacer negocios en Colombia. Una invitación de ese tipo no se compadece con alguien que se presenta como el látigo de la corrupción.
Una falsa faceta progresista
Hernández, que ha amasado una fortuna como constructor, es ante todo un personaje camaleónico, que dice con el mayor de los desparpajos lo que le viene en gana, sin que parezcan importarle las consecuencias de sus palabras. Tiene las maneras de quien se siente por encima del bien y el mal. Se presenta como un viejo divertido y amable, pero es irascible y violento. Existen videos que lo muestran abofeteando a un concejal que criticaba su gestión como alcalde o amenazando a un interlocutor con “meterle un tiro”. Esto de los tiros lo ha aprendido en casa: en una entrevista, su madre, de 93 años, contó que en una ocasión disparó contra su marido porque se la pasaba “vagamundeando” con sus amigos mientras ella trabajaba.
Por otra parte, es capaz de sostener al mismo tiempo las posiciones más progresistas y las más reaccionarias. Siendo alcalde de la muy conservadora Bucaramanga, colocó la bandera del arcoíris en la fachada del consistorio en el Día del Orgullo Gay. Hace poco publicó en redes los 20 puntos que, según él, lo diferencian de Álvaro Uribe, en un intento por desmentir a quienes lo señalan como una ficha del poderoso expresidente. En ellos se muestra partidario del matrimonio y la adopción homosexual, de la legalización de la marihuana incluso con fines recreativos, de la no utilización de la policía antidisturbios para reprimir el “derecho de protesta”, del restablecimiento de relaciones con Venezuela, de la prohibición del ‘fracking’, etc.
Sin embargo, esta faceta progresista –que muchos no se toman en serio, pues la interpretan como una estrategia para atraer votos centristas, pues los conservadores ya los tiene asegurados– ha pasado a un segundo plano ante sus posiciones ultraderechistas y autoritarias y ante el desprecio que muestra hacia los pobres, que conforman un gran porcentaje de población.
Falsas promesas
Hablando en cierta ocasión sobre su éxito como constructor, dijo: “Yo cojo las hipotecas, que esa es la vaca de la leche, ahí tienes 19 años a un hombrecito pagándome intereses, eso es una delicia”. Según informaciones periodísticas, esos préstamos los ha realizado al margen de la entidad supervisora del sector financiero del país. Una de las propuestas de su programa es reunir a todos los presos del país en una sola prisión, una ‘Ciudad de Justicia’ donde podrían moverse libremente con un brazalete, que se ubicaría en Vichada, el segundo departamento en extensión del país y el segundo con menor densidad poblacional. Las empresas que lo quieran podrán establecerse en dicho territorio y contar con la mano de obra presidiaria a cambio de proporcionarles alimentación. En otras palabras, un gigantesco campo de trabajo forzado.
No está mal para alguien que dijo admirar a ese “gran pensador alemán llamado Adolfo Hitler”, aunque posteriormente dijo que fue un lapsus y que se refería a Einstein. Y esta es su propuesta para acabar con el narcotráfico: “Si a los adictos les entregamos la droga gratis, sea intravenosa, por aspiración u oral, se acabó la demanda. Si no compran porque se la regalan, la oferta se acaba y se acabó la droga”.
Un diagnóstico disparatado por donde se tome que, entre otras cosas, ignora el hecho de que la gran demanda del narcotráfico no está en Colombia, sino en EEUU y Europa. También ha propuesto poner “gerentes” en la rectoría de las universidades públicas con el pretexto de hacerlas más sostenibles financieramente, lo que implicaría quitar a esos centros académicos su autonomía y su, a su juicio, ‘politización’.
Pero lo que más preocupa a muchos colombianos de Hernández es su desprecio a la ley y las instituciones. Siendo alcalde, respondió airado a una funcionaria que intentaba transmitirle que una de sus decisiones era ilegal: “Me limpio el culo con la ley”. Ahora, como candidato, se ha referido con desdén a las altas Cortes de justicia y al Congreso y ha anunciado que su primera medida como presidente será declarar el estado de conmoción interior, lo que le permitiría gobernar al menos tres meses por decreto. Ha justificado la medida en la necesidad de agilizar la lucha contra la pobreza, pero no hay que ser un lince para colegir que su objetivo es tener las manos libres para mandar, prescindiendo de un Congreso en el que no tiene representación.
Un político construido en las redes
Más de un analista ha advertido sobre el riesgo de que una presidencia de Hernández conduzca a una dictadura. Lo que suceda, en caso de ganar, va a depender mucho de los apoyos que consiga en las cámaras. Varios partidos –con el uribismo a la cabeza– ya le han anunciado su adhesión. Preguntado recientemente por posibles alianzas, teniendo en cuenta su discurso contra la “politiquería”, dijo: “Recibo a la Virgen Santísima y todas las prostitutas que vivan en el mismo barrio”. Poco después, ante el revuelo causado por sus palabras en un país mayoritariamente creyente, se disculpó a su manera: “Yo no quise decir eso. No fue mi intención. Soy un hombre católico, no seguramente con la intensidad de otras personas”.
Hernández es un fenómeno construido a base de redes sociales –sobre todo TikTok– y con una leyenda de buen gestor como alcalde, lo cual no es tan cierto como se pretende: si bien ‘saneó’ las finanzas de Bucaramanga, lo hizo a costa de recortar drásticamente el gesto social, de modo que la ciudad vio incrementarse la pobreza y la desigualdad. En contra de lo que sostiene Hernández, un país no puede manejarse como si fuese una empresa, que solo persigue el beneficio de sus dueños. Días atrás, en un hecho insólito en una campaña electoral, el candidato viajó a Miami y, desde la ciudad estadounidense, dijo que su vida en Colombia estaba en peligro, que había un plan para asesinarlo “no a bala, sino con cuchillo”.
Todo parece indicar que ese alejamiento del país se produjo por recomendación de sus asesores, preocupados por el impacto negativo que su sarta de disparates estaba comenzando a tener en las encuestas. Desde Miami dijo que ya no participaría en más debates y que solo daría entrevistas a determinados medios. En una entrevista con el canal hispano Telemundo, cuando el periodista le preguntó sobre el caso de corrupción que lo llevará a juicio en julio, dos asesores del candidato intentaron cortar abruptamente el programa, como quedó recogido en imágenes que circulan en redes.
“Le voy a pegar su tiro, malparido”
Hernández, una persona inculta e ignorante de la realidad colombiana, teme los debates, sobre todo con un contrincante tan brillante dialécticamente como Gustavo Petro. Hace dos días, un juzgado ordenó a los dos candidatos celebrar un debate antes de las elecciones, lo que obligaba a organizarlo el jueves o el viernes. Hernández dijo estar dispuesto a acatar el fallo, pero puso varias condiciones que evidenciaban su intención de que no fueran aceptadas por su rival; entre otras, que el duelo se realizara en Bucaramanga y que lo condujeran tres periodistas que considera afines a su candidatura. Para su sorpresa, Petro aceptó las condiciones.
Minutos después, Hernández apareció en redes leyendo a trompicones una declaración que es un monumento al cinismo: “De la respuesta suscrita por el candidato, deduje que no estaba dispuesto a acatar en estricto rigor lo ordenado por el juez, porque al afirmar que no ponía condiciones, demostró que prefería desconocer el preciso mandato judicial (…)”.
Muchos ciudadanos le festejan a Hernández sus gracias y lo elogian por “frentero”, esa capacidad de decir las cosas sin pelos en la lengua de la que también se preciaba Álvaro Uribe y que tanto daño ha hecho a la cultura del país. Hace 15 años, el entonces presidente dijo a un exfotógrafo del Palacio de Nariño, en una conversación interceptada en el curso de una investigación: “Cuando te vea, te voy a dar en la cara, marica”. En una conversación más reciente, también interceptada a raíz de una investigación, Hernández grita a un cliente de su empresa constructora: “Le voy a pegar su tiro, malparido”. Si nada lo evita, este personaje puede convertirse este domingo en el próximo presidente de Colombia.