El cuerpo que llegó en una bolsa negra a la morgue no se parece a Santiago Maldonado. Al Santiago que está en las calles, en pancartas, en camisetas, en las redes, el que recorre el mundo convertido en pregunta. ¿Dónde está?
Maldonado desapareció el 1 de agosto. 77 días después, en un recodo del río Chubut, a apenas unos cientos de metros del lugar donde la Gendarmería argentina reprimió a un grupo de manifestantes mapuches, los perros adiestrados encontraron este martes un cadáver semisumergido, recostado sobre las ramas de un sauce.
El prestigioso Equipo Argentino de Antropología Forense participa en una identificación que, más allá del dolor de la familia y de todos los que esperaban hallarlo con vida a pesar del implacable paso de los días, probablemente no cambie casi nada.
Si ese cuerpo recuperado del helado río patagónico es el de Maldonado, quizá pueda responder algunas preguntas. ¿Quién lo mató? ¿Cuándo? Mientras tanto, los especialistas en televisión abundan sobre las bondades del frío en la conservación de cadáveres y la falta de tacto de algún político enfatiza en tono didáctico: “Es como Disney”. Los canales 24 horas suplen con entrevistas y declaraciones la falta de noticias.
En realidad se sabe poco: es un hombre y viste ropas similares a las que llevaba él, según la descripción hecha por quienes estaban con él. La familia pide cautela. La zona ya había sido examinada veces. Lo encontraron perros especialmente entrenados para hallar cadáveres bajo el agua. En internet empiezan a circular imágenes de un cuerpo con el rostro borrado por la descomposición, que el Foro de Periodismo Argentino pide no publicar.
Detrás de la parafernalia informativa empieza a verse que, probablemente, el cuerpo del río Chubut no responderá a muchas preguntas. Y no dará una respuesta inequívoca a todas.
Buena parte de los argentinos pide desde hace más de dos meses responsabilidades a la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, por la actuación de la policía militar en este caso. Están convencidos de que la gendarmería golpeó y se llevó al artesano en una de sus camionetas, tal y como relata un testigo.
Enfrente están quienes apoyan al Gobierno de Mauricio Macri, que han convertido a Maldonado en parte de una jugada siniestra de la oposición, y que apoyan teorías en las que los responsables de la muerte son los propios mapuches. Unos y otros tejen ya en voz baja explicaciones para la aparición del cuerpo que no desmienten los argumentos que creen y sostienen: unos dirán que el cadáver lo ha puesto allí la gendarmería; los otros, que lo han puesto los indígenas. Y en el horizonte, unas elecciones legislativas que llevarán al país a las urnas en cuatro días.
Maldonado, el símbolo
Con sus rastas y sus ojos claros, Santiago Maldonado se ha convertido para los argentinos en un símbolo de resistencia. De la resistencia de los aborígenes mapuches que ocuparon una pequeña parte de la inmensa finca en la que Luciano Benetton cría ovejas en Chubut para reclamar su propiedad ancestral. Con ellos estaba el tatuador de 28 años, reclamando la libertad de su líder, Facundo Jones Huala, cuando empezó la represión de la gendarmería.
Paradójicamente, a partir de la desaparición el conflicto mapuche quedó en un segundo plano, y tras unas pocas semanas de criminalización del RAM –un grupo contestado incluso por otros mapuches por sus métodos violentos– y de la aparición de dudosas teorías sobre su relación con grupos kurdos o la financiación de oscuras sociedades británicas, ha quedado prácticamente en el olvido.
La palabra desaparecido tiene en este país un peso descomunal, que supera el de cualquier conflicto. Y un desaparecido en democracia, supuestamente a manos de las fuerzas de seguridad, se convierte al instante en un símbolo de ese Nunca más que los argentinos se juraron tras la última dictadura militar.
De ahí que los organismos de derechos humanos se volcaran con el caso, y que la gente saliera en masa a las calles para reclamar respuestas. Maldonado –su mirada convertida en estampa– saltó las fronteras y se convirtió en pregunta en otros países, y fue pregunta también en las visitas de cortesía en la Casa Rosada, como cuando Bono, el líder de U2, interpeló al presidente Macri sobre el tema hace una semana.
También se convirtió en el símbolo de una división social y política que en muchas ocasiones lo ha utilizado como bandera para atacar al contrario. Y era hasta ayer un fantasma omnipresente que sobrevolaba las elecciones legislativas del domingo, en las que Mauricio Macri medirá el apoyo a su gobierno en un contexto de incertidumbres económicas. Unas elecciones en las que la expresidenta Cristina Fernández tendrá que confirmar su capacidad de seguir en política y convertirse en jefa de una debilitada oposición.
Lo que suceda estos días –la gestión de la información por parte del Gobierno, la actitud de los candidatos, que por ahora han suspendido sus campañas–, lo que se sepa estos días, puede resultar definitivo para los resultados del domingo.